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Opinión

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Napoleón tenía razón, la estupidez no es una desventaja (para algunos)

En política, la estupidez no es una desventaja.

La frase se le atribuye a Napoleón, y la recuerda Xavier Mas de Xaxás en un estupendo artículo en La Vanguardia del pasado sábado.

La estupidez “hay veces que ayuda a conectar con las bases más iletradas, grupos sociales con amplio poder electoral, pero sin capacidad crítica para pensar por sí mismos y, en consecuencia, muy fáciles de movilizar a favor de una causa o de un líder”, escribe el periodista catalán.

Mas de Xaxás recorre el fenómeno del asentamiento de la covid-19 y señala a los presidentes “más estúpidos” a los de Estados Unidos, India y Brasil porque “pensaron que no había para tanto, hoy son los tres países con más muertos”.

También recuerda al presidente que le “declaró la guerra al terror”, George W. Bush; a Yeltsin por haber invadido Chechenia en 1994, provocando cien mil muertos en 15 años del conflicto. O qué decir de Chávez y Maduro, responsables de lo que ocurre hoy en Venezuela.

Los alemanes, humillados en Versalles, renegaron la democracia. El primer ministro británico, Neville Chamberlein, aceptó que Hitler se anexionara los Sudetes. Pensaba que así se evitaría una guerra. No entendió la humillación ocurrida dos décadas antes, durante la firma del tratado de Veralles: “uno de los más estúpidos de la historia”, escribe Mas de Xaxás.

Lo firmaron en 1919 las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial para someter a Alemania. “Cargó tanto la culpa sobre la Alemania derrotada que no dejó espacio para la corresponsabilidad en la reconstrucción de Europa”.

Nadie dudaría que David Cameron fue un estúpido al convocar el referéndum del Brexit en 2016 solo para satisfacer a los radicales de su partido y abrirse paso a una reelección. El costo económico y el aislacionismo lo pagará Reino Unido.

El salvadoreño Nayib Bukele, quien comienza a desarrollar rasgos de un dictador millennial, es otro de los presidentes con instinto estúpido. Luego de que Estados Unidos publicara la Lista Engel, cuyos integrantes son políticos de El Salvador, Guatemala y Honduras que han mantenido vínculos con la corrupción, Bukele ha desplegado una serie de acciones distractoras que nada tienen que ver con sancionar a miembros de su gabinete que aparecen en la Lista Engel.

Carolina Recinos, comisionada presidencial de operaciones del gabinete de Gobierno, es acusada del malversar fondos públicos para beneficio personal y también es acusada de lavado de dinero; Rolando Castro, ministro de Trabajo, es acusado de obstruir investigaciones ligadas a la corrupción; Conan Castro, secretario jurídico de la Presidencia, acusado de asistir de manera irregular el desmantelamiento del poder Judicial (cinco magistrados) y de la destitución del Fiscal General; Osiris Luna, director de centros pensales, acusado de corrupción mediante contratos gubernamentales y soborno, entre otros funcionarios.

Bukele, al estilo Trump, recurre a Twitter para hacer de la política un arma de la comunicación. “Gracias por la lista, pero en El Salvador tenemos la nuestra”. Bukele no ha pedido explicaciones a sus funcionarios, por el contrario, esclavo de las emociones, escribió el sábado: “Tres buenas noticias en 15 minutos”. El presidente como portador de buenas noticias para alejarse de las malas, es decir, de la realidad.

Bukele prefiere irse contra partidos políticos corruptos, lo cual es plausible, pero se olvida del presente, de su partido.  Orquesta una batalla contra el partido Arena y presenta videos con música new age de fondo donde aparecen policías allanando la sede del viejo partido.

Con sonido de vuvuzelas de fondo, un eufórico Bukele aparece junto a su esposa anunciando que Arena tendrá que pagar 37,000 millones de dólares. “Dinero de ustedes”, agrega el populista Bukele cuyo partido se llama Nuevas Ideas.

La estupidez como enemigo de la democracia, pero como decía Napoleón, no es una desventaja para ciertos políticos.

Twitter: @faustopretelin

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Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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