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Opinión

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Nayib Bukele: ¿liderazgo democraticida?

Se conoce como dictadura aquel régimen político en el que una sola persona gobierna con poder total, con la facilidad de promulgar y modificar leyes sin ningún tipo de limitación y absorbiendo todos los poderes de los que emana el control del estado. Históricamente, las dictaduras son la consecuencia (planificada) de un golpe de Estado, aunque también pueden surgir por la concentración del poder después de elecciones legislativas o por acciones de parte del Ejecutivo que van desbalanceando un sistema democrático de equilibrio de poderes.

¿Acaso está surgiendo una nueva dictadura en América Latina?

Desde aquella abrumadora victoria que no necesitó de segunda vuelta en 2019, Nayib Bukele ha ocupado más titulares en la prensa internacional que cualquiera de sus antecesores. Muchos de estos se han centrado en el notorio empeño por desmantelar todos los controles institucionales al poder presidencial.

El primer foco rojo llegó aquel domingo 9 de febrero de 2020, en el que irrumpió en el Parlamento que entonces controlaba la oposición. Acompañado de policías y militares, exigió se aprobara un préstamo para financiar su estrategia de seguridad, con consignas que amenazaban con una insurrección popular de no conseguir su cometido. Este acontecimiento marcó un punto de inflexión en su carrera política y también lo puso en la mira de la comunidad internacional.

La siguiente señal de alarma apareció cuando implementó drásticas medidas con las que autorizaba el uso de la “fuerza letal” en contra de miembros de pandillas, así como por el trato inhumano a reclusos en los centros penitenciarios. Esto se sumó al control militar de las calles, desplegando al Ejército en cada esquina del país con la justificación de su Plan de Control Territorial, también con el terrible consentimiento a la milicia de disparar cuando lo creyeran necesario.

Después de casi dos años en los que Bukele sorteó el contrapeso del Parlamento, en mayo pasado la nueva Asamblea tomó posesión, esta vez desde el oficialismo. Su partido Nuevas Ideas, logró un amplio y contundente respaldo del electorado, tomando el control de la Cámara con 56 escaños de los 84 disponibles y alcanzando más que los otros siete partidos juntos. Con esta mayoría recién asumida, de inmediato comenzaron las decisiones y los ajustes: se removió al Fiscal General de la República, así como a los Jueces que componían la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ). 

El liderazgo democraticida de Bukele se ha fortalecido junto con su discurso beligerante y anti-derechos. Como experto en mercadotecnia y publicidad, ha sabido explotar su imagen pública, vendiéndose como el presidente “millenial” que se viste de mezclilla y gorra. Guiando una “telecracia” en donde su celular es su mejor herramienta y las redes sociales, especialmente Twitter, su más grande foro. Mediante tweets ha cesado a Ministros, supervisado obras públicas, criticado a la prensa y anunciado su boda. Es tan astuto que, utilizando estas plataformas a su favor, ha logrado posicionarse como un presidente muy “accesible” para sus ciudadanos, que lo vislumbran a tan solo 280 caracteres de distancia. Esto se ha reflejado en sus niveles de aprobación, en que sus decisiones son ampliamente celebradas en redes sociales, y en que las manifestaciones en su contra son prácticamente inexistentes.

Este respaldo no lo encuentra en la comunidad internacional, pues a la fecha Estados Unidos, la ONU, la Comisión Internacional de los Derechos Humanos, la Unión Europea y la OEA ya han expresado, de diferentes formas, sus preocupaciones ante la falta de institucionalidad y el deterioro de los procesos democráticos en El Salvador. Esto a Bukele no lo tiene preocupado, pero al mundo debería preocuparle aún más.

*Consejera editorial de Globalitika.

@apsandovalm

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