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Niñez lesionada
En el sistema de justicia se distingue el daño provocado por lesiones en función de los días que estas tardan en sanar. No se castiga igual una lastimadura que un daño cerebral. ¿Cómo deberían castigarse daños cuyas secuelas duran años, que mutilan la vida o llevan a la muerte? Los estragos en la salud y el desarrollo de la niñez causados por la política de “austeridad” impuesta por el presidente López Obrador y justificados desde la Secretaría de salud han quedado hasta ahora impunes. Su magnitud y gravedad son inocultables.
Así lo demuestran numerosas denuncias de una ciudadanía desesperada por el desabasto de medicamentos, de personal de salud rebasado por la falta de insumos, equipo y recursos humanos. Así lo documenta, en un libro doloroso y necesario –”La austeridad mata”– , la valiente periodista Nayeli Roldán, quien investigó los entresijos del sistema de salud, desde la caída del presupuesto, la reducida cobertura de vacunación en la población infantil, la escasez de consultas, el aumento de mortalidad por causas prevenibles, la agudización del sufrimiento por servicios deficientes o inexistentes, hasta los destrozos causados por cambios estrepitosos en la organización de la salud pública y la inexperiencia e ineptitud en la compra y distribución de medicamentos y material básico, que no son “cocacolas” ni “sabritas”, como pretendía el presidente.

Afirmar, con base en cifras oficiales, que “no fuimos Dinamarca”, como escribe Roldán, es una respuesta contundente a las reiteradas, siempre incumplidas, promesas presidenciales. Más allá de la retórica, la evidencia presentada en “La austeridad mata” devela los graves retrocesos que se han dado en un sistema que no era suficiente ni perfecto, pero podía mejorarse para ir alcanzando los niveles de inversión y calidad que establecen lineamientos internacionales para garantizar el derecho a la salud de toda la población. En cambio, las capacidades materiales y humanas para lograrlo han sufrido golpes recurrentes en su presupuesto y organización que, si no lo han arruinado del todo, ha desmantelado lo existente (como el Seguro Popular) para reemplazarlo por nada o por engendros diseñados sin considerar siquiera las necesidades básicas de prevención y atención, ni, menos, las exigencias de una población con enfermedades crónicas o catastróficas.
Si la radiografía general, en salud, educación temprana, infraestructura, que presenta Roldán es alarmante, los estragos en la niñez que devela son indignantes. ¿Qué significa que 6 millones de bebés hayan quedado sin vacunas para prevenir enfermedades erradicadas como la tuberculosis, o enfermedades que pueden dejar graves secuelas? ¿Qué implica dejar sin quimioterapia a Ricardo, un niño que por años sufrió de cáncer? ¿Qué pasa cuando falta algo tan básico como material de sutura para cerrar una operación neurológica? Niños y niñas enferman. En condiciones de pobreza o emergencia, mueren o arrastran daños que obstaculizan su pleno desarrollo. Niños como Ricardo mueren, niñas como Emma arriesgan perder facultades por no ser operadas a tiempo. ¿Cómo se tipifica el abandono en que ha dejado el Estado a familias de medianos o nulos recursos, obligadas a perseguir donativos o “cazar vacunas”? ¿Basta con lamentar la precariedad que ha obligado a personal de enfermería y especialidades a multiplicar sus esfuerzos hasta el agotamiento, a bloquear calles para hacerse escuchar, a abandonar, desesperanzados, el servicio público, o ser despedidos/as por alzar la voz? ¿Negligencia, incapacidad?
¿Qué clase de gobierno gasta 500,000 millones en un tren ecocida mientras “ahorra” 157, 000 en gastos en salud pública en un año y lo presume? Un gobierno criminal.
En las historias personales que nos transmite Roldán hay dolor, desesperación y valentía. Si la falsa austeridad no ha matado más, ha sido gracias a familias creativas, personal de salud comprometido, abogados/as dispuestos a tramitar amparos… Esta resistencia ante la adversidad demuestra que no todo está perdido. Nada, sin embargo, puede compensar la mutilación, la lenta agonía, la muerte cruel de miles y miles de niños y niñas que merecían un trato digno y humano.