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No hay futuro en los combustibles fósiles
En el siglo XXI no habrá desarrollo posible ni prosperidad para los países emergentes y pobres, con una matriz energética basada en los combustibles fósiles. Su uso continuado implicaría cambios catastróficos en el clima del planeta –como lo acredita la ciencia cada día más– que se ensañarían particularmente con ellos, dada su vulnerabilidad. También, persistir en los combustibles fósiles cerraría puertas a la innovación, a la productividad, al empleo y a nuevas oportunidades económicas y tecnológicas. En especial, los países emergentes –como lo ha sido el nuestro hasta ahora– debieran asumir liderazgos y compromisos muy sólidos para lograr la descarbonización total de sus economías de aquí a la mitad del siglo. Persistir en actitudes mendicantes pidiendo dinero a los países ricos como condición para reducir emisiones, es sólo un intento inútil y vulgar de chantaje, como lo hace el gobierno mexicano.
La lucha contra el calentamiento global no es un costo, es el prerrequisito para que las sociedades humanas adquieran niveles generalizados de bienestar a lo largo de esta centuria. No hay futuro para nadie en un planeta desquiciado por los combustibles fósiles. Quienes logren destetarse de ellos lo más pronto posible, serán los nuevos ganadores del siglo. Es imposible un mundo de 8 mil millones de personas con prosperidad y sin pobreza, nutrido energéticamente con petróleo, carbón, y gas natural. La única forma de mantener el crecimiento económico a largo plazo es dejando atrás a los combustibles fósiles, haciendo que sean crecientemente caros a través de impuestos (Carbon Tax) o de mercados de carbono.
El sistema de Naciones Unidas ha configurado un valioso marco institucional para enfrentar el calentamiento global, que es la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés), que con lentitud a veces desesperante, ha sido capaz de montar mecanismos de compromiso y cooperación relevantes. Son los tiempos casi geológicos de la construcción multilateral, que, sin embargo, han alumbrado importantes instrumentos de cooperación y regulación en la materia a través de las Conferencias de las Partes (COP), que se llevan a cabo cada año desde 1992.
En 2021 toca en Glasgow, Escocia, la COP26, durante esta semana. Las COP han permitido el diseño y aprobación de planes, mandatos, y protocolos (como el Protocolo de Kioto en 1997), plataformas y acuerdos (como el Acuerdo de París, signado en 2015). Este último fue capaz de conjuntar a prácticamente a todos los miembros de la ONU estableciéndose compromisos voluntarios de reducción de emisiones llamadas Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC), que cada cinco años deben renovarse de manera más ambiciosa. El objetivo claro, como todo el mundo sabe, es que la temperatura del planeta no aumente en promedio más de 1.5°C – 2.0°C, para evitar consecuencias funestas sobre el clima y la vida en el planeta. Para ello, es esencial que las emisiones se reduzcan entre 45% y 50% al 2030, y que el mundo llegue al 2050 con emisiones netas de cero, sí, cero. Todo lo cual implica no sólo dejar de emitir Gases de Efecto Invernadero, sino extraerlo de la atmósfera por medio de una restauración forestal de proporciones apenas imaginables. (Otra opción es captar y retener el CO2 por medio de máquinas, lo cual apenas se vislumbra por su complejidad y costo, o bien, recurrir a la geo-ingeniería de la atmósfera para bloquear la entrada de radiación solar, algo potencialmente riesgoso y muy polémico).
La tarea es colosal, y los compromisos existentes aún son insuficientes. En Glasgow, en la COP26, se pretende activar liderazgos y contribuciones mucho más ambiciosos alineados con los objetivos señalados. La mayor parte de los países presentaron en 2020 sus nuevas contribuciones (NDC), en algunos casos satisfactorias, como las de Europa, y en otros, decepcionantes e incluso irrisorias, como las de México y Brasil. Trump había abandonado el Acuerdo de París, Biden lo ha retomado con un plan de gran alcance que debe ser aprobado por el Congreso. (Los pueblos crean a sus populistas: López, Bolsonaro y Trump, y ellos se juntan). Se esperan de China nuevos compromisos a la altura del desafío; de hecho, de ello depende en buena medida el éxito de la COP 26. Además de compromisos más ambiciosos de reducción de emisiones, y de deforestación cero para el 2030, (ambos eludidos por México), en Glasgow se proyecta la definición de reglas para los mercados de carbono, la concreción de 100 mil MMD anuales de financiamiento a países pobres, métodos de transparencia y monitoreo en la contabilidad de emisiones, y avances en compensaciones forestales de emisiones. El gobierno mexicano, cuyo único compromiso es con la sinrazón, el fanatismo y el retroceso a los combustibles fósiles, ha decidido en enviar a Glasgow una delegación oficial raquítica e incompetente como muestra inequívoca de desinterés e ignorancia, que es objeto de escarnio.