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No hay política exterior, hay sobreactuación
Ya ha pasado más de la mitad de su gobierno; la premisa es evidente: al presidente López Obrador no le interesa la política exterior.
Si partimos de esta premisa será mucho más fácil comprender sus vaivenes en este tema: obsequiarle al presidente Trump el programa Quédate en México o proponer un mecanismo idílico de integración latinoamericana similar a la Unión Europea, en tiempos en los que ni siquiera los presidentes de Guatemala y El Salvador se hablan por teléfono.
El presidente López Obrador promueve su máxima en política exterior: la no injerencia, sin embargo, critica públicamente las decisiones del presidente de Panamá o al entorno electoral de Colombia. España ha sido su país-piñata preferido.
El presidente ha traicionado su palabra. Pocos meses antes de iniciar su gobierno prometió que respetaría al Servicio Exterior Mexicano (SEM); no utilizaría las embajadas como medallero. Sin embargo, ya ha entregado varias de oro no sólo a amigos sino a priistas que le fueron útiles. ¿Qué virtudes tienen Quirino Ordaz, Claudia Pavlovich e Isabel Arvide para haberse convertido en embajador en Madrid, y cónsul en Barcelona y Estambul, respectivamente?
El presidente López Obrador no ha dedicado ni un solo minuto de sus conferencias de prensa a las peticiones que hace un grupo de diplomáticos sobre las fallas de entrega de sus respectivos menajes y sobre el abandonado sistema de promociones del SEM.
El abandono de la política exterior permea en el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El secretario Ebrard viaja poco al exterior, algo inaudito en cualquier secretario o ministro de Exteriores del mundo. Esto es una muestra más del desinterés que tiene AMLO por la política exterior. En Francia o Estados Unidos, los ministros de Exteriores pasan dos de cada tres días en el exterior.
La sobreactuación de AMLO en política exterior es un síntoma no sólo de su desinterés, también del desconocimiento que tiene sobre los códigos diplomáticos. Un ejemplo es el preámbulo de la Cumbre de las Américas. El presidente ha dedicado horas a los símbolos que rodean a la reunión de Los Ángeles, pero ni un sólo minuto al contenido.
Defiende la presencia de todos los líderes de la región en la Cumbre, pero omite condenar la violación de los derechos humanos no sólo en Nicaragua, Cuba y Venezuela, sino por supuesto que en varios países más, incluyendo a México. La Unión Europea, a la que hace referencia, ha aplicado sanciones a países como Austria. Durante seis meses se congelaron relaciones diplomáticas por el ascenso del ultraderechista Partido de la Libertad a la coalición de Gobierno en el año 2000.
El presidente tampoco habla de la guerra en Ucrania. La resultante es lamentable: no tiene empatía con quienes la padecen ni un plan económico para afrontar sus consecuencias.
México, sin política exterior.
@faustopretelin