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No queremos regresar al pasado
Con la creación del IFE en 1990 y luego del INE en 2014 se ciudadanizaron los procesos electorales. Éstos se volvieron mucho más transparentes, con reglas claras y, lo más importante, con un instituto autónomo. Se terminaron las elecciones de Estado. Estos notables avances durante décadas desembocaron en una democracia electoral. La reciente iniciativa de ley de López Obrador pretende despojarnos a los ciudadanos de estos logros y regresar al control de las elecciones por parte del partido en el poder. Debe rechazarse tajantemente esa iniciativa.
Basta recordar los procesos electorales de antes de 1990, para comprender la gran reversa que pretende el presidente. Para ello, una anécdota personal sirve para ilustrar el caso: la elección intermedia de 1985. El órgano que organizaba y atendía todo asunto electoral era la Comisión Federal Electoral (CFE), que era presidida por el Secretario de Gobernación en turno, Manuel Bartlett. Como el PRI y el gobierno eran uno solo, el PRI utilizaba a la burocracia para sus fines electorales. Previo a la elección, muchos servidores públicos recibimos una “amable” invitación para fungir como “representantes del candidato oficial” en una determinada casilla seleccionada aleatoriamente. No importaba si estábamos afiliados al PRI. No había opción más que seguir las instrucciones de nuestro superior.
Temprano, antes de la apertura de la casilla, un “capacitador del partido” nos indicó que nuestra función principal era tratar de identificar el sentido del voto de los votantes para llevar una estadística. Esto se hacía tratando de observar con discreción y atención la posición en la que la persona marcaba la boleta con una X, es decir, si su mano se inclinaba hacia, por ejemplo, arriba a la derecha (no recuerdo la posición) donde estaba el logo del PRI.
Cualquier duda del procedimiento electoral que surgiera durante la jornada, el representante del PRI la resolvía. Cada dos horas aparecía un auto del PRI y uno de los tripulantes hablaba con ese representante del partido. “Que tal, ¿Cómo vamos?” y tomaba nota de lo informado. En la tarde repentinamente apareció un minibús de donde bajó una veintena de personas con apariencia militar y les repartieron el carnet de votación. Se formaron en la cola y ¡votaron! La clásica táctica del carrusel. Se simuló ponerles tinta indeleble en el dedo. De ahí, los trasladaron a otra casilla.
Al día siguiente, entre amigos, intercambiamos experiencias. En una casilla donde predominaba la incipiente oposición, hubo trampas en el conteo y se alteraron los números del acta, anteponiendo un 1 o transformando el 3 en 8. Como las urnas no eran transparentes, otros colegas atestiguaron que desde un inicio éstas estaban algo pesadas, es decir, embarazadas de boletas. Ante tantas irregularidades no había a quien acudir para denunciarlas. ¿A la CFE dominada por el secretario de Gobernación?
Ratón loco, carrusel, actas alteradas, urnas embarazadas, desdén por la democracia… no señor presidente, una gran mayoría de los mexicanos no queremos regresar a esa cultura política que apesta ranciamente a putrefacción.
Twitter: @frubli