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Opinión

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Novelones y temblores

Foto EE: Especial

Foto EE: Especial

En septiembre todo es rotundo como un grito, majestuoso como el águila y veloz como la serpiente. Su calidad patriótica y/o patriotera tiene el estigma del nacionalismo, la honra de la fiesta y un calendario desbordante de celebraciones. Por ello tuvimos que decidir cómo abordar el festejo, qué valía la pena celebrar y hasta la clase de pensamientos que ocuparían nuestra mente. Se acabaron las elecciones entre pozole o enchiladas, mezcal o tequila, gritar felices o dar de alaridos. La fiesta terminó. Hoy sólo se avizoran simulacros y la necesidad de alejar de nuestra mente que septiembre es un mes necio de temblores.

Puede funcionar revisar la Historia. Saber que uno de los primeros movimientos de tierra registrados en nuestro país, ocurrió en 1475, año 9 caña, durante el reinado de Axayácatl y que en una sola jornada quedaron en ruinas todas las casas y edificios del Valle del Anáhuac. El segundo, sacudió a la capital de la Nueva España el 21 de abril de 1776 a las cuatro en punto de la tarde y colapsó la cárcel de la Acordada, la Casa de La Moneda, la Catedral, el Palacio Real, el Palacio del Arzobispo y los jardines privados del virrey. Los geólogos reportaron una duración de 4 minutos y frailes y religiosas, dijeron que la tierra se había movido durante más tiempo: quince padrenuestros y casi veinte avemarías. (Y es que en la Colonia, los temblores –una cosa del demonio– se medían mejor con oraciones.)

Leyes, reformas, revoluciones, caudillos, presidentes, dos emperadores, liberales y conservadores fueron, vinieron y la tierra se siguió agitando. Por más que de pronto un sismo pudiera parecer providencial –como el del 7 de junio de 1911, ocurrido el mismo día en que Francisco I. Madero entraba triunfalmente a la Ciudad de México– los temblores de tierra no sólo cambiaron nuestra escenografía citadina destruyéndolo todo una y otra vez y continuaron insistiendo en su feroz demostración de que, ante los designios de la naturaleza, los hombres no somos nada.

Toca alejar las nubes negras de esta memoria tan gacha, lector querido. Estamos a tiempo de una celebración feliz y alternativa: leer un novelón histórico imprescindible de autor mexicano que nos encante y encandile con su prosa. Una que haya escrito Fernando del Paso, por ejemplo. Tres opciones tenemos: su primera novela, José Trigo, un vasto homenaje al lenguaje popular y los juegos de palabras; Palinuro de México, considerada una de las novelas más influyentes de la narrativa mexicana y Noticias del Imperio, donde Carlota, Juárez y Maximiliano volvieron a contar su historia. A continuación, y para usted lector querido fragmentos de las tres.

De José Trigo:

…Y también por tus ciudades y pueblos me viste, me vio, me vieron pasar preguntando ¿José Trigo? Y mientras tanto en balde y para qué poniendo todas o casi todas las palabras, palabras más palabras menos. Abajo las palabras tierra, campamentos; arriba las palabras cielo, estrellas y entre la mañana por la tarde, además y con la noche las palabras nada y nadie. Porque todo esto y esto es un decir fue la mañana, la tarde, la noche en que soñé o creí soñar que buscaba a José Trigo por cielo y por tierra, bajo todos los cielos habidos sobre todas las tierras por haber y no vi nada ni a nadie. Nada bajo el cielo y sobre la tierra nadie.

De Palinuro de México:

Lo que nunca jamás pudimos medir fue nuestro amor, porque era infinito.

Era, si, como cuando Palinuro le preguntaba al abuelo cuánto lo quería.

- Mucho, muchísimo le contestaba el abuelo Francisco.

- Pero ¿cuánto, cuánto abuelo? ¿De aquí a la esquina?

- Más, mucho más.

- ¿De aquí al Parque del Ajusco?

- Más, muchísimo más: de aquí al cielo de ida y de regreso, yéndose por el camino más largo de todos y regresando por un camino todavía más largo

De Noticias del Imperio, donde Juárez protagoniza:

“Dígame, Señor Secretario: ¿a usted le hubiera gustado aprender esgrima?

“¿Esgrima yo, Don Benito? La verdad, nunca se me había ocurrido pensar en eso. ¿Y a usted, Don Benito?

“No, esgrima no, pero sí montar bien a caballo…”

“Pues nunca es tarde, Don Benito…”

“Sí, sí. Ya es tarde para muchas cosas…Yo lo único que sé montar bien es mula, Señor Secretario. Pero después de todo, las mulas saben andar mejor que los caballos por caminos muy difíciles sin desbarrancarse, ¿no es cierto?”

“Así es, Don Benito”

Don Benito contemplaba el cielo

“A veces, cuando pienso en todos esos libertadores de América: Bolívar, O´Higgins, San Martín, hasta el propio Cura Morelos, me digo: todos esos fueron próceres a caballo. Pero si tú pasas un día a la historia, Benito Pablo, vas a ser un prócer a mula…”

“Pero como usted ha dicho Don Benito, las mulas llegan más lejos”

“No. Es usted quien lo ha dicho, Señor Secretario: las mulas llegamos más lejos”.

Decídase pronto por esta fiesta septembrina. No somos lo que fuimos ayer ni seremos mañana los mismos de hoy. La historia no se repite, pero a veces se parodia a sí misma o nos la vuelven a contar con otras letras.

 

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