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Opinión

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Olvidemos su carrera, hablemos del cuerpo de Kamala Harris

“He sido llamada la mujer más poderosa del mundo y rebajada a ‘una mujer, negra, enojada’. Siempre he querido preguntarle a mis detractores ¿qué parte de esa oración les importaba más? ¿Enojada, negra o mujer?”.

La frase pertenece al prefacio de Becoming, la autobiografía escrita por la exprimera dama de Estados Unidos, Michelle Obama.

Esas características: enojada, negra y mujer, (mal) utilizadas alguna vez como signos de debilidad, lo son hoy de poder y se convirtieron en la máxima herramienta política en esa nación.

No es casualidad que las comparta Kamala Harris, quien fue seleccionada por el candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden, como compañera de fórmula, es decir, como futura vicepresidenta en caso de ganar las elecciones en noviembre.

Harris ha sido fiscal general de California, precandidata a la presidencia y senadora; no tiene puntos en contra por el manejo de la pandemia, es enormemente popular en redes sociales y está a la izquierda de Biden pero no tan a la izquierda como Bernie Sanders.

Antes, durante y después de eso, es una mujer negra en Estados Unidos. Es el único contexto en el que me permitiría usar la frase que titula este texto “olvidemos su carrera, hablemos de su cuerpo”.

El caso de George Floyd, afroamericano asesinado por un policía blanco tras ser acusado de pagar con un billete falso, obligó a la sociedad -en especial a la estadounidense- a revisar una falla añeja del sistema: la piel oscura no es solo una característica, es una forma de relacionarse con el mundo.

El autor Ta-Nahesi Coates lo explica claramente: “Todos los días un tercio entero de mi cerebro estaba ocupado en decidir con quién iba a ir a la escuela... a quién y a qué iba a sonreír, quién me ofrecería chocar los puños y quién no: todo lo cual significaba que practicaba la cultura de las calles, una cultura dedicada ante todo a proteger el cuerpo”, dice sobre su infancia en Baltimore en el libro Entre el mundo y yo.

Después describe una experiencia como adulto: “hice un amigo que quería practicar inglés tanto como yo francés. Quedamos un día...todo el tiempo él me estuvo guiando por las calles y yo me la pasé convencido de que se iba a meter en cualquier momento por un callejón donde habría unos tipos esperando...pero se limitó a enseñarme el edificio, me estrechó la mano y deseó una buena noche. Al verlo alejarse, tuve la sensación de haberme perdido una parte de la experiencia...porque mis ojos estaban vendados por el miedo”.

Si los hombres negros son conscientes de la vulnerabilidad de su cuerpo ante la violencia racista desde que dan sus primeros pasos, imaginemos lo que viven las mujeres.

El miedo a la policía, a las calles, a caminar con las manos en los bolsillos o hacer un movimiento que se pueda malinterpretar, ha delineado cientos de miles de vidas y tiene que cambiar.

Lo mismo en cuanto a exclusión laboral y económica. De acuerdo con información del National Women’s Law Center, por cada dólar ganado por un hombre blanco, una mujer blanca gana 80 centavos pero una mujer negra gana apenas 61.

Esa es la oportunidad que ofrece la elección de Harris. Podemos estar de acuerdo o no con su forma de hacer política o con sus ideas pero una mujer negra estará en un debate presidencial.

Una representante de este grupo históricamente discriminado se enfrentará cara a cara con un representante del grupo de hombres blancos privilegiados: Mike Pence.

Esa escena de igualdad de condiciones y fuerzas tendría que replicarse en todo el país.

*La autora es titular del noticiero De 1 a 3 en la Octava televisión.

@luigicantu

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