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Peso y realidad
Nos adentramos en los últimos dos años del sexenio de López Obrador en medio de un escenario notoriamente contradictorio. Un presidente con un alto nivel de aprobación en medio de prácticamente ningún logro obtenido en alguna de las áreas del desarrollo mexicano. Ni empleo ni seguridad ni salud ni incremento del poder adquisitivo, en el marco de un modelo populista sostenido con el reparto de miles de millones de pesos en transferencias directas a una población que regresa en la rueda de la historia a los tiempos del Estado corporativo cuyo objetivo no es gobernar, sino controlar.
La única lección que Andrés Manuel aprendió de sus maestros antecesores —Echeverría — López Portillo— es la de la aplicación del dogma neoliberal del equilibrio en las finanzas públicas para evitar entrar en el ciclo inflación-devaluación que termina por destruir no sólo los ingresos reales de los ciudadanos, sino la capacidad política del gobierno de mantener funcionando con eficiencia sus instrumentos de control de las voluntades ciudadanas.
Por esto la obsesión de AMLO con el tipo de cambio. “Un presidente que devalúa se devalúa” decía López Portillo, y su derrumbe como figura pública es asociada a la catástrofe económica de 1982 que destrozó al peso y a la economía mexicana por más de una década. Pero a pesar de la fortaleza del súper peso durante los últimos meses, las condiciones macroeconómicas del país se han venido deteriorando notoriamente.
Un aumento de los niveles de endeudamiento derivado de las altas tasas de interés, junto con ingresos fiscales cada vez más ajustados, y la utilización casi total de todas las reservas que los fideicomisos proporcionaban, aunado a los peligros derivados de la confrontación con los Estados Unidos en lo referente al TMEC, permiten dudar de la sostenibilidad del peso mexicano.
Remesas, exportaciones y un montón de dinero oscuro apuntalan la moneda en un régimen de flotación libre y con un Banco de México autónomo lo suficientemente sólido como para resistir las presiones gubernamentales, y han evitado el colapso de la moneda tras la salida masiva de capitales financieros durante los últimos años.
Son estos últimos dos años donde la combinación de una sucesión presidencial adelantada y los pobres resultados en materia social y económica, ponen en peligro la apuesta populista basada en repartir dinero sin otra estrategia que la de hacer dependientes a millones de personas del presupuesto publico.
Se acaba el dinero, se acaba el tiempo y se acaba la ilusión de pretender dilapidar recursos públicos sin consecuencia alguna. Tarde o temprano el destino nos alcanzará, y todos tendremos que pagar la irresponsable decisión de no querer entender la realidad.
@ezshabot