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Opinión

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Por el dedo de Dios se escribió…

Imagen EE: Especial

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Aquello de tener un canto patriótico propio fue una necesidad casi desde el mismo momento de la Independencia. Los mexicanos de entonces apenas constataban que tenían un nombre propio y habían visto de todo: curas tomando las armas, cabezas cortadas y colocadas como adorno y advertencia en fachadas de edificios emblemáticos, estandartes con la Virgen de Guadalupe y banderas de tres colores encabezando guerras y desfiles, habían llorado por sus muertos y celebrado la muerte de sus enemigos. En poco más de diez años ya vivían en un país nuevo, no le debían obediencia a un rey lejano y, aunque plenos de agitación, todo evento y circunstancia ya eran parte de la patria.

Todo se acomodaba, pero la flamante República Mexicana no tenía himno nacional. El primer intento se hizo el en julio de 1821 cuando un tal José Torrescano hizo la primera composición que, por supuesto, no tuvo ningún éxito y se perdió en los anales de la historia y el polvo que levantaban las nuevas agitaciones.

Fue hasta mediados de 1849 cuando la Academia de San Juan de Letrán se animó, dada su estatura académica, a convocar a un concurso literario para tal fin, más no cabe que todo tiempo pasado, además de haber sido mejor, era más lento. Los resultados se conocieron hasta septiembre de 1850 y se supo que habían presentado 30 composiciones y elegido dos: una de Andrew Davis Bradburn, de origen estadounidense, que iniciando nuestro sano desprecio por todo lo gringo, fue desechada casi de inmediato y otra del poeta mexicano Félix María Escalante. Esta sí nos gustó y sirvió de base al pianista austríaco Henry Herz, para musicalizarla. La obra fue estrenada en el mes de noviembre de ese año en la ciudad de Guadalajara, sin embargo, pasó de noche, a pesar de los afanes del músico y las esperanzas del poeta.

Después vino una avalancha obsesiva por hacer himnos nacionales: dos del compositor italiano Antonio Barilli, uno más del húngaro Max Maretzek, y finalmente, otro del también italiano Ignacio Pellegrini, entonado por única vez el 22 de abril de 1853. Muchas letras, mucha música, hartas discusiones sobre los valores a exaltar y nada nos convencía, aunque seguía existiendo una irremediable urgencia por unir, aunque fuera cantando, las voces, a todos los mexicanos. Fue entonces cuando Antonio López Santa Anna, en noviembre de 1853, lanzó, por conducto del Ministro de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, —Miguel Lerdo de Tejada—, otra convocatoria para tener “un canto verdaderamente patriótico”.  Ahora sí la definitiva.

El jurado, compuesto por: José Bernardo Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, también tardó mucho en leer las 26 composiciones presentadas, pero finalmente determinar que, de todas las obras por escrito presentadas, la mejor era la amparada por el título "Volemos al combate, a la venganza/ Y el que niegue su pecho a la esperanza, hunda en el polvo la cobarde frente". Era la de Francisco González Bocanegra y la decisión se hizo pública hasta el 12 de agosto de 1854, es decir, justo un día como hoy, lector querido, pero de hace 170 años.

Dicen que González Bocanegra se dio cuenta por fin que su novia Lupita González del Pino y Villalpando lo había encerrado en su cuarto por visionaria y no por tóxica y posesiva y que el catalán Jaime Nunó, (en ese entonces, director de todas las bandas de música militares del país) había acertado componiendo el tema musical, que llevaba como título “Dios y Libertad” y quedaba perfecto con la letra ganadora.

Aquel canto patriótico ganador, en su versión original, tenía 84 versos decasílabos repartidos entre el coro de introducción —que tiene cuatro— y en diez estrofas de ocho versos cada una. Hoy, solamente cantamos el coro (Mexicanos al grito de guerra), la primera estrofa (Ciña ¡Oh patria! tus sienes de oliva) y la última (Patria, Patria tus hijos te juran). Todo lo de en medio está sepultado en viejos documentos, el silencio, el olvido y hasta el escándalo. Borradas están hoy la cuarta estrofa que habla de Santa Anna: Del guerrero inmortal de Zempoala/ Te defienda la espada terrible, /Y sostiene su brazo invencible/ Tu sagrado pendón tricolor./ El será el feliz mexicano/ En la Paz y en la Guerra el caudillo,/ Porque él supo sus armas, de brillo/ Circundar, en los campos de honor/ y también la séptima, que nombra al primer emperador mexicano: Si a la lid contra hueste enemiga /Nos convoca la tropa guerrera, De Iturbide la sacra bandera; Mexicanos, valientes seguid . Todas las demás, aunque no escandalizan falsas conciencias tampoco se cantan por motivos de tiempo, ignorancia o para evitar arduos ejercicios cerebrales.

El himno nacional tardó todavía algunos meses en estrenarse oficialmente, más desde entonces hasta ahora, lector querido, no ha existido ninguna necesidad de convocar para componer uno nuevo. Ni lo piense, que todo puede suceder. Aproveche hoy y cántelo, no sea que le toque aprenderse otro.

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