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Opinión

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Prepárense para boletos de avión más caros

Ilustración EE: Nayelly Tenorio

Ilustración EE: Nayelly Tenorio

Nos hemos acostumbrado a pagar por el estacionamiento en el súper, a pagar por imprimir las entradas al concierto, a pagar una comisión por adquirir en línea los boletos del cine, a pagar por un asiento en el avión porque nuestro boleto no lo tiene asignado. Suena raro, pero es lo que hemos normalizado.

Hace unos años, la aerolínea de bajo costo Ryanair quiso cobrar un euro por el acceso al baño durante los vuelos. Ryanair perdió la batalla en la opinión pública porque el esquilmo partía de algo que parece ridículo, pero el ejercicio fue parte de un proceso de disgregación de servicios que hoy es cotidiano tanto en las aerolíneas de bajo costo como en las aerolíneas “tradicionales”.

Lo que antes era parte del servicio, hoy tenemos la oportunidad de seleccionarlo en pagos chiquitos. Los proveedores nos han regalado el placer de “personalizar” nuestra experiencia de consumo hasta el más mínimo detalle. Somos VIP en proporción directa al tamaño de nuestras billeteras.

La narrativa mercadológica todo lo puede: la disgregación permite a los clientes pagar exactamente por lo que necesitan (como asignar un asiento al boleto, no vaya a ser que tengamos que viajar de pie en el pasillo del avión).

Los promotores de la disgregación de servicios y los microcobros tienen argumentos y medios para aleccionar a los clientes y corregir a los inconformes, pero sobre todo tienen tecnología: las herramientas del comercio electrónico, las ofertas algorítmicas y la inteligencia artificial permiten tasajear la vaca de una manera sin precedentes.

Esa tecnología y mucha imaginación para aplicarla dieron a las aerolíneas un promedio de 15% de sus ingresos totales en 2022 por la venta de “servicios auxiliares”: asignación de asientos, embarque prioritario, maleta aparte del “equipaje de mano” (el que cabe debajo del asiento), acceso a la sala lounge, seguros de viaje, seguros por cancelación.

Según la consultora OAG, con datos de IdeaWorks y CarTrawler, la mexicana Volaris obtuvo 43% de sus ingresos en 2021 por la venta de servicios auxiliares.

Los boletos de avión en México son 20% más caros hoy que el año pasado. Y todo conspira para que aumenten más rápido que la inflación general. Si desde 2018 la inflación acumulada supera 30%, el precio de los boletos de avión se encuentra por encima de 70%.

No todo es culpa de la disgregación y la venta de servicios auxiliares. También hay razones macroeconómicas y de política regulatoria. Se calcula que la TUA, la tarifa de uso de aeropuerto que todos los viajeros pagan, suma entre 8 y 40 dólares al boleto de un vuelo nacional y entre 20 y 60 dólares a uno internacional.

Para las aerolíneas las presiones no son menores. Además del aumento constante en los costos de operación —salarios, instalaciones, mantenimiento de aeronaves, combustible— pronto verán una nueva competencia subsidiada por el Gobierno federal a través de la compañía estatal Mexicana, operada por las Fuerzas Armadas, y en un futuro todavía indeterminado resentirán nuevos costos por el aumento del impuesto de 5% a 9% a los concesionarios de los aeropuertos de sus ingresos brutos anuales.

La guerra en Oriente Medio, iniciada hace apenas un mes, y la invasión de Rusia en Ucrania, que lleva año y medio, son factores geopolíticos que alteran las cotizaciones del precio del petróleo y sus derivados, como el combustible que compran las aerolíneas para hacer funcionar sus aviones.

Los aumentos de costos necesariamente serán trasladados a los consumidores finales: los usuarios de los servicios de transporte aéreo, en medio de una presión corporativa por reducción de costos y sostenimiento de la rentabilidad.

El catálogo para compensar es inmenso: compras a bordo, reservas de hoteles, alquiler de autos y si todavía no se incluye pagar por el baño, quizá es cosa de tiempo. Prepárense para boletos de avión más caros.

Periodista. Escribe Economicón, la newsletter sobre privacidad y sociedad de la información de México. Desde 2010 es editor en El Economista. Maestro en Transparencia y Protección de Datos Personales. Su canal de entrevistas en YouTube se llama Economicón.

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