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Opinión

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¿Quién creará una nueva cultura europea del debate?

Aunque Europa necesita desesperadamente una nueva perspectiva estratégica, sigue obsesionada con una política de consenso y, por tanto, está atrapada en una ortodoxia embrutecedora. Eso significa que su futuro puede depender de que Gran Bretaña, Italia y Polonia creen un nuevo centro de gravedad político.

SALZBURGO. Hay algo podrido en el estado de Europa. En el discurso del presidente francés Emmanuel Macron en la Sorbona en abril, un elemento central fue la advertencia de que Europa es mortal: “puede morir”. Muchos sienten una necesidad urgente de nuevas ideas, nuevos líderes y nuevos pensamientos, pero es difícil decir dónde se pueden encontrar. Generar nuevas ideas y forjar nuevos principios requiere un debate abierto, pero Europa sigue obsesionada con una política de consenso y, por lo tanto, está atrapada en una ortodoxia embrutecedora propagada por los círculos oficiales y la opinión de las élites en Berlín y París.

La relación entre Francia y Alemania ha sido el eje central de la historia europea durante 200 años. Después de la cesura de la Segunda Guerra Mundial, que dejó a las viejas élites de ambos países completamente humilladas, el binomio franco-alemán pasó a convertirse en la base del proyecto europeo. Pero ahora ambos están paralizados y la democracia, que fue esencial para reconstruir la Europa de posguerra, se tambalea. Los votantes franceses acaban de elegir un parlamento sin mayoría absoluta integrado por la extrema derecha, la izquierda radical y un centro aislado e irrelevante, mientras que el impopular gobierno de coalición de Alemania sigue estancado en interminables disputas fiscales. Peor aún, es probable que las elecciones regionales del mes próximo produzcan un resultado al estilo francés.

Los europeos ya no parecen dar mucha importancia a los viejos motores de la integración europea. No ayuda que sus líderes actuales se parezcan a caricaturas de sus respectivas tradiciones. Macron (que alguna vez se comparó con Júpiter) es napoleónico en su amor por las apuestas a gran escala. Recordemos su diplomacia después de la invasión rusa de Ucrania en 2022, que pronto se derrumbó en un intento inútil de apaciguar a Vladimir Putin. Luego vino su sugerencia de que tal vez fuera necesario desplegar tropas de la OTAN en Ucrania, seguida de su igualmente desacertada decisión de convocar elecciones parlamentarias anticipadas este verano.

Mientras tanto, el canciller alemán Olaf Scholz ha estado canalizando su Immanuel Kant interior, insistiendo en la posibilidad de una paz perpetua. El lema de su desafortunada campaña electoral europea fue “Garantizar la paz”. Cuando pronunció un discurso para conmemorar el 300 aniversario del nacimiento de Kant, su audiencia esperaba ansiosamente que mencionara los misiles Taurus que Ucrania ha estado pidiendo. Fiel a su estilo, no lo hizo.

Así, dos obsesiones alemanas –la paz y los presupuestos equilibrados– han producido una peligrosa mezcla que amenaza con cortar el apoyo alemán a Ucrania en un momento crítico, poniendo en peligro tanto la paz como la estabilidad fiscal en toda Europa.

No es de extrañar que todos quieran un cambio de liderazgo. En el pasado, Europa tenía cuatro pilares: Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido, cada uno de los cuales alguna vez tuvo economías y poblaciones de tamaño similar. Sin embargo, después de la unificación alemana en 1990, las proporciones cambiaron, mientras que Italia ha quedado desacreditada por la inestabilidad política perpetua y Gran Bretaña por la guerra civil del Partido Conservador que condujo al Brexit.

Sin embargo, curiosamente, Gran Bretaña e Italia ahora parecen estar en mejor situación que el antiguo equipo Berlín-París. Italia tiene un gobierno sobrio, fiscalmente responsable, geopolíticamente astuto y proeuropeo bajo la dirección de la primera ministra Giorgia Meloni. Aunque surgió del neofascista Movimento Sociale Italiano, ha abandonado la mayor parte de su ideología. De manera similar, Gran Bretaña tiene ahora un gobierno laborista sobrio, fiscalmente responsable y geopolíticamente astuto bajo la dirección del primer ministro Keir Starmer, quien reemplazó y luego expulsó a Jeremy Corbyn y el impulso antieuropeo y antisemita que él representa. Ambos países se están beneficiando del hecho de que los gobiernos anteriores cometieron errores terribles.

Este también es un buen momento para los países más pequeños. Dinamarca, Suecia, Polonia y –fuera de la Unión Europea– Noruega y Suiza están demostrando ser económicamente dinámicos e innovadores política y estratégicamente. Polonia, el más grande y de más rápido crecimiento de ellos, ofrece un modelo único para una Europa futura. Debido a su posición geográfica, ha hecho el mayor esfuerzo por aumentar los gastos de defensa y, a diferencia de las grandes potencias europeas, no tiene una industria de defensa interna arraigada, cuyos grupos de presión bloqueen persistentemente los esfuerzos por europeizar la capacidad militar del continente.

Ucrania, Suiza y Noruega podrían enseñar a sus vecinos europeos mucho sobre cómo adaptarse al cambiante mundo actual. Macron, en su haber, ha experimentado con la creación de una Unión Política Europea más amplia, y los líderes de 43 países se reunieron este verano para una cumbre en el Palacio de Blenheim (el lugar de nacimiento de Winston Churchill).

De cara al futuro, uno puede imaginar que los asuntos europeos se reorientarán en torno a un nuevo triunvirato que comprenda a Gran Bretaña, Italia y Polonia. Al igual que Francia y Alemania, estos países también comparten mucha historia. Pero también comparten una apreciación de las realidades globales actuales, así como una cultura del debate. El himno nacional polaco es la canción de marcha de un general polaco en el ejército napoleónico. Londres fue la sede del gobierno polaco en el exilio después de 1940 y los aviadores y soldados polacos desempeñaron un papel crucial en los enfrentamientos clave de la Segunda Guerra Mundial, especialmente en las batallas de Gran Bretaña y Montecassino.

Gran Bretaña, Italia y Polonia también viven firmemente en el presente: no están en perpetua disputa sobre la transferencia de poderes a las instituciones europeas o la integración monetaria, y tienen una sólida tradición de debate. En la Inglaterra del siglo XIX, los dramaturgos Gilbert y Sullivan se burlaban de la manera en la que “todos los niños y todas las niñas/que nacen vivos en el mundo/son un poco liberales/o un poco conservadores”. Italia superó las luchas entre clericales y anticlericales. Y Polonia sobrevivió a la división de entreguerras entre dos figuras militares con visiones alternativas, el mariscal Józef Piłsudski y el general Władysław Sikorski, una larga rivalidad que se refleja en las tensiones actuales entre el líder de extrema derecha Jarosław Kaczyński y el primer ministro Donald Tusk.

El atributo clave de una democracia exitosa es la antigua noción ateniense de parresía: el derecho y el deber de todos los ciudadanos de expresarse libremente en asambleas públicas. El mismo concepto también se traduce a veces como la responsabilidad de decir la verdad a los poderosos. Cientos de años después, produjo el florecimiento del Renacimiento, con su creencia de que las ideas y los argumentos debían ser comprobables y discutibles. Como el único principio que las autocracias deben reprimir absolutamente, la parresía es la clave para rescatar la democracia y, con ella, a la humanidad.

El autor

Harold James, profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, es el autor, más recientemente, de Seven Crashes: The Economic Crises That Shaped Globalization (Yale University Press, 2023).

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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