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Opinión

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Rescribiendo y celebrando a Ignacio Allende

A 250 años de su nacimiento.

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En aquellos días felices, cuando todavía había héroes y ya habían descolgado su cabeza de la esquina de la Alhóndiga de Granaditas, lo llamaron el primer soldado de la nación. En su memoria y con cierta culpa, las mejores plumas de la época se pusieron literarias y le cambiaron el apelativo por “el mosquetero de la revolución”. Estaban hablando de la mejor y la primera. La guerra que inventó nuestro país cuando no tenía ni ley, ni libertad, ni nombre.

Caudillo insurgente como el que más, militar por vocación, luchando a brazo partido con todos y contra los mismos han pasado 250 años –que se cumplen hoy mismo – para mirar al gran Ignacio Allende de otro modo. Nacido el 21 de enero de 1769 en el seno de una familia española acomodada del antiguo San Miguel el Grande, en el estado de Guanajuato, fue bautizado como Ignacio José de Jesús María Pedro de Allende y Unzaga.

Su padre fue Domingo Narciso de Allende y Ayerdy, un acaudalado comerciante y su madre María Ana de Unzaga. Eran habitantes destacados de la región y gozaban de posición social distinguida siendo una de las principales familias del lugar. El matrimonio Allende -Unzaga tuvo seis hijos, siendo Ignacio el quinto y su posición social le permitió disfrutar de una infancia de muchas comodidades.

Sin embargo- ya lo sabe usted lector querido- lo bueno no dura para siempre y el destino se encarga de quitar y repartir a su manera. Hacia 1772, el joven Ignacio quedó huérfano de madre, y en 1787 también de padre y quedó a cargo de un cura. Aunque no se sabe con certeza si recibió alguna educación literaria se ha supuesto que realizó estadios con los salesianos en su ciudad natal. Pero sí se sabe que tuvo otros intereses y rebeldías: en su juventud fue aficionado al toreo, la charrería y otras actividades de chanza, apuesta y romance, hasta que pudo calmar sus inquietudes abrazando las armas. Algunos –malhablados y chismosos nunca faltan- dijeron que tal vez por vocación, pero insinuaron que quizá porque entrar al Regimiento era una manera de aumentar su prestigio y asegurar un sueldo que no era de despreciarse.

Los dragones de la reina

El caso es que en 1795 se integró, junto con sus hermanos José María y Domingo, al Regimiento de Dragones de la Reina y obtuvo el título de teniente. Ahí conoció a Juan Aldama y a José Mariano Jiménez, más tarde sus compañeros insurgentes, hermanos de gloria, de batalla y derrota. Con ellos recorrió varios lugares del Bajío jugando a la baraja, asistiendo a las peleas de gallos- junto con el resto de los hermanos Aldama- y repasando aguardiente y cancionero.

Debido a aquella etapa de desenfrenada juventud, algunos personajes de la época lo describieron valiente, diestro jinete, resuelto, inclinado al juego y también a las mujeres. (Y podría ser que tuvieran razón, pues se sabe tuvo varios hijos fuera del matrimonio). Sin embargo, aquellas correrías lo llevarían al camino que lo haría parte fundamental de la Historia de México: conoció a los corregidores de Querétaro, trabó relación con Miguel Hidalgo y Costilla y en 1808, cuando llegaron desde España las noticias de la renuncia de Fernando VII a favor de Napoleón su postura quedó definida: Allende lucharía por establecer un gobierno independiente cuyas riendas tuvieran los buenos patriotas para establecer lo que le conviniese a la América. Convencido y valeroso, se acogió con entusiasmo a los proyectos de los conspiradores de Valladolid. Muy pronto se convertiría en uno de los principales integrantes de las sociedades patrióticas clandestinas de San Miguel, Celaya, Querétaro y México y personaje detonante para que el Grito de la Independencia se efectuara a pesar de que el complot había sido descubierto.

Dedicadas a tal momento de singular emoción en la vida de Ignacio Allende, hay pocas páginas, literariamente escritas. Sirva el siguiente fragmento de La noche del 15 de septiembre publicado sin autor en los llamados Episodios de la Independencia de México publicados por la SEP en los años setenta.

Diálogo entre Allende y el cura miguel Hidalgo

Allende llega a casa de Hidalgo.

— Señor cura. ¿Usted en vela a estas horas?

— Señor capitán, ¿Qué hace usted corriendo por esos cerros tan tarde?

— Sabe usted que nos han descubierto, dijo el Capitán arrellanándose en una silla, y desviando de su ancha frente su pelo rubio.

— Lo sé señor Don Ignacio, contestó el cura con calma tomando asiento en su poltrona y envolviéndose en su turca.

— Así pues, continuó el Capitán, todo se ha frustrado. Quince días más y damos un golpe maestro.

— ¿Conque nos querían prender? -repuso el cura con cachaza.

— Cabal; pero felizmente intercepté el oficio, y antes de que se tomaran el trabajo de buscarnos habitación ensillé mi caballo y ya nos tiene usted aquí.

— ¿Y el amigo Abasolo?

— Le he avisado de lo ocurrido y no debe dilatar en venir.

— Bien, muy bien, amigo mío. ¿Y el Regimiento de Dragones de la reina en qué estado se halla?

— A nuestras órdenes, contestó el Capitán.

— Y ¿los amigos de Puebla y Valladolid? En corriente, pero para día 1 de octubre.

— Pues entonces no hay que pensar, el tiempo es corto y la actividad y la energía nos salvarán.

— Permítame usted, señor Cura, que le diga que no veo ningunos elementos para hacer una revolución; y si no cuenta usted con otros materiales, los que existen en esta habitación son propios para fabricar platos, y criar abejas y gusanos de seda; mas no para sublevar a ocho millones de habitantes llenos de preocupaciones, y acostumbrados a la ciega obediencia al Rey.

— Esas objeciones, Capitán ¿tienen algo que huela a temor?

— ¡Vive Dios! Exclamó el Capitán, nunca me acuerdo haber tenido temor, más que a Dios, señor Cura. Supongo que esta es una chanza... de lo contrario...

— De lo contrario ¿qué hacía usted, señor capitán?

— ¿Qué hacía?... abandonar la amistad de usted, correr yo solo el peligro, y morir luchando como un hombre.

— Capitán, usted es el hombre digno de ser compañero del anciano Cura de Dolores. Era una chanza electivamente, mas no han dejado de llamarme la atención las prudentes reflexiones de usted. Yo soy valiente por entusiasmo y por convencimiento de que debo dedicar los últimos años de mi vida en alguna cosa útil. Pero usted es intrépido por carácter, por temperamento y porque circula en sus venas la sangre ardiente de la juventud y no debe haber ningún género de reflexión, tanto más, cuanto que de una manera o de otra, el cadalso amaga nuestro cuello.

— Tiene usted razón, señor Cura, y casi me avergüenzo de haber hecho semejantes reflexiones: sin embargo, como yo no veía aquí ni parque, ni armas ni gente, ni....

— El pueblo duerme, Capitán; pero cuando lo despertemos una vez con las mágicas palabras de religión y libertad, no volverá a reposar hasta que no haya lanzado del otro lado del mar a sus opresores. A mi vez confieso que tiene usted razón de preguntarme cuáles son los elementos con que cuento: muy bien, se los enseñaré a usted.

Diciendo esto sacó las pocas monedas que había en la gaveta y señaló al Capitán las botellas y vasos que estaban sobre la mesa. Los dos personajes se quedaron un momento mirándose uno al otro y después prorrumpieron en una carcajada.

— Somos unos locos, señor Cura.

Lo fueron. Miguel Hidalgo inició el levantamiento armado, Allende que pasó de teniente general, a capitán general y llegó a comandar un ejército de 80 mil hombres fue también capturado en Acatita de Baján.

Lo llevaron a Chihuahua y, lo fusilaron en junio de 1811 junto con sus compañeros de batalla: José Mariano Jiménez, Juan Aldama y Manuel Santamaría.

Su cabeza permaneció colgada en una jaula y expuesta durante diez años para escarmiento de los sediciosos e inspiración de los patriotas.

Hoy celebramos otra cosa: una nueva inspiración: reconocerlo como verdadero autor y motor de nuestra independencia.

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