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Opinión

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Sin abrir los ojos

No son tiempos de celebrar sino de acordarse. Tal vez, lector querido, el hecho de que mañana, 2 de julio, estemos a un año de que el calendario indique los 110 años de la muerte de Porfirio Díaz, ni le agobie, ni le alegre, ni le importe. Sin embargo, puede interesarle saber que se trata del hombre que más veces y por más tiempo ejerció el cargo de presidente de México, fue electo nueve veces y gobernó nuestro país, con cortas interrupciones, desde 1876 hasta 1911.

Como el color de su piel en las fotografías y la ideología imperante en nuestro siglo XIX, la imagen de Porfirio Díaz se transformó mientras transcurrían los años. En algún momento, su tez se divisaba clara y luminosa, después aparecía oscura y cruel. Muy distinta cuando fue un héroe que cuando lo trataron de villano. No provocaba las mismas reacciones cuando lo colmaron con atributos de emperador, valores de empresario y virtudes militares, que al calificarlo como uno de los peores y más abyectos gobernantes de nuestro país. Escuchar a sus detractores, afirmando que fue un dictador sangriento, injusto y enfermo de poder, convenció a muchos. De la misma manera que alegró a sus partidarios calificarlo de un hombre progresista, esforzado y que había llegado a la cumbre desde abajo. Regalándonos, además, la estabilidad y el progreso que tanta falta nos hacían. Mas hasta la memoria de México tiene su propia memoria. Una que también se ha transformado de rebelde a institucional según la época, casi siempre de manera oficial y otras no tanto. Acomodando el sapo a la pedrada, para que mejor se entienda.

De origen mixteco, nacido en Oaxaca en 1830 y bautizado como José de la Cruz Porfirio Díaz Mori, desde muy joven optó por la carrera de las armas participando en la revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma, y la Intervención francesa, pasó de ser un caudillo regional a uno definitivamente nacional. Pablo Serrano Álvarez en su libro “Porfirio Díaz y el Porfiriato “escribe: “Este renombre alcanzado por sus logros militares en 1867, le permitió encabezar hacia finales de 1871 la rebelión de La Noria, y aunque este primer intento fracasó, Díaz no cejó en su búsqueda del poder máximo de la nación. Cuatro años más tarde, se opuso violentamente contra la reelección del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, iniciando así la rebelión tuxtepecana que lo conduciría al triunfo que afianzó mediante dos políticas: centralizar el poder y lograr conciliar los intereses de varios sectores de la sociedad. La alianza y el personalismo se instituyeron como parte de la identidad de su manejo del poder (…). y permitió el auge del régimen porfirista desde 1890 hasta los primeros años del siglo XX”

 Efectivamente, no sólo por la longevidad del General sino por el hecho de que durante el porfiriato se generaron muchas de las costumbres de la rancia y aristocrática sociedad mexicana, nuestra nación ganó prestigio. Gracias a don Porfirio, la bonanza económica, la proyección cultural, los movimientos artísticos y la infraestructura social, presumimos un lustre internacional que enceguecía por lo radiante. Los periódicos no dejaban de decirlo. Tanto, que fue muy famoso y repetido un artículo de primera plana que. reportando la Exposición Universal de París de 1900 y alabando la participación de México decía lo siguiente: “el nombre de Porfirio Díaz es un talismán prodigioso, magnético, que arrastra a las masas hasta el delirio “ (Al presidente le gustaron tanto aquellas  glorificaciones mediáticas que se encargó de la aparición de El Imparcial, el periódico más porfirista y parcial de aquella época).

Más ya es sabido, cuando parecía que el barco iba viento en popa, comenzó a derrumbarse la favorable opinión pública. Al principio los diarios apoyaron otra vez su reelección y la candidatura de Bernardo Reyes para la vicepresidencia, pero más pronto que tarde cambió el pensamiento de muchos, Surgió el periódico Regeneración fundado por los hermanos Flores Magón, de una ideología radical y tan revolucionaria que incluso superaba el Manifiesto de Francisco I. Madero que exigía el sufragio efectivo y la no reelección y todo se acabó. En 1910 llegó la Revolución.

Unos meses después, en mayo de 1911, Porfirio Díaz hizo pública su renuncia a la Presidencia. En la madrugada del día 26, ya estaba en la estación de San Lázaro, esperando al tren que lo llevaría a Veracruz para embarcarse en el vapor Ypiranga, con destino a Francia.

Cuentan que el desterrado general no derramó ni una lágrima hasta que la embarcación se alejó del muelle del primer gran puerto de la República construido por su régimen y ya no pudo distinguir los litorales. El hombre que gobernó México durante 34 largos años, llegó a Francia y habitó, hasta su muerte, en un departamento en París muy cerca del Arco del Triunfo.

Fue la mañana del 2 de julio de 1915, cuando la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más lejano e incoherente. A excepción del momento en que le dijeron que en México muy pronto todo se arreglaría. A las seis de la tarde perdió el conocimiento. Un instante después, y sin abrir los ojos, se le escapó la vida.

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