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Taringa! El adiós definitivo de un sueño latinoamericano
Taringa! fue un lugar vibrante en una época cuando internet era como un gran parque sin rejas ni muros al que todos podían ir a pasarla bien. Taringa! también fue un refugio de pecadores: su mayor problema fue apostar a una libertad de expresión desbordada. Su cierre definitivo, el 24 de marzo de 2024 y tras 20 años en línea, cierra un sueño de innovación y conquista del ciberespacio desde Argentina y el Sur global.
A diferencia de ese jardín sin rejas en el que nació Taringa!, hoy todo ocurre al arbitrio de las megacorporaciones de siempre, investigadas por prácticas monopólicas y abusivas aquí y allá sin grandes consecuencias, y bajo la lógica de expoliación de datos personales y de explotación algorítmica de los consumidores que denuncian Joseph Stiglitz o Shoshana Zuboff.
Taringa! fue una red social desarrollada por unos mocosos en Argentina en 2004 y abrazada por una comunidad de usuarios de internet seducida por el sueño de la libertad digital. Fue un foro para comunicarse con amigos y personas con afinidades comunes en grupos temáticos —foros como los que quedan pocos en línea— y luego se convirtió en un portal que lo tenía todo: memes, recomendaciones, ideas para solucionar el mundo, tutoriales, personajes como el Escorpión Matero y una jerga para iniciados que ya quisieran muchas marcas. Palabras como taringueros, taringuear, lince, crack o pizza verde formaron parte de una subcultura digital con epicentro en Argentina que se extendía a todos los países de habla castellana.
Llevaba el orgulloso eslogan “Inteligencia Colectiva” y fue el sitio de contenido más visitado de América Latina, con 75 millones de usuarios mensuales en su mejor momento.
Taringa! también fue un lugar oscuro con fachos, machistas y sociópatas y que albergó mucha, mucha piratería. Que tire la primera piedra la red social que esté libre de culpa. Las ligas para descargar libros, películas, videojuegos y música desde repositorios en Megaupload o FileServe pusieron en aprietos judiciales a los dueños de Taringa!, los hermanos Hernán y Matías Botbol y Alberto Nakayama, en 2011.
Taringa! representó a los bárbaros de internet contra los aristócratas de un mundo que se desvanecía con el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, según la cartografía de Alessandro Baricco. Al final los aristócratas lograron recuperarse e imponerse a fuerza de capitalismo.
Taringa! fue un modelo de negocio fallido en una época de internet donde “modelo de negocio” era un concepto en segundo plano para los desarrolladores más atrevidos de internet. Más si esos bárbaros se encontraban en el Sur global, tan escaso de capital público y privado para la innovación digital. Primero eran los ideales y la materialización de un sueño, después lo que tuviera que venir.
Esa fórmula de disrupción estaba destinada al fracaso: en ese momento no se advertía que la red iba a volverse una constelación de jardines vallados, caracterizado por el dominio de las megacorporaciones (gatekeepers, las llaman en la Unión Europea) a través de sus servicios de publicidad programática, de hospedaje en línea o de difusión y descubrimiento digital. Un modelo que Mariana Mazzucato llama de rentas algorítmicas de la atención que “encierra” a usuarios y desarrolladores.
Taringa! cambió radicalmente tras los juicios de propiedad intelectual. Eliminó los links a las descargas ilegales e intentó profesionalizarse jugando a las reglas del nuevo capitalismo digital. Contrató a un equipo de relaciones públicas, abrió oficinas en México, creó un sitio para Estados Unidos (Socialphy) e intentó competir contra Spotify con su propio servicio de música.
Nada funcionó: nunca pudo sacudirse el estigma de sitio de descargas ilegales. En 2019 los Botbol y Nakayama vendieron Taringa! a la empresa de blockchain IOVLabs, que la descafeinó hasta su cierre definitivo.
Taringa! fue un intento maravilloso por crear desde el Sur global una red social con idiosincrasia latinoamericana en una época en la que fuimos felices y lo sabíamos.