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Opinión

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Trump no está solo

Pobre Trump, llegó a la presidencia Estados Unidos sin haber entendido el funcionamiento de su país, pero no está solo. Cientos de miles de estadounidenses lo acompañan en la ignorancia de la compleja relojería que los protege cuando tienen la razón y cuando no.

Hace más de 200 años, un grupo de notables le metió inteligencia al gobierno que estaban inventando y se hicieron algunas preguntas interesantes: ¿Cómo proteger a la república de los vicios innatos a todos los gobiernos? ¿Y si alguien se quiere quedar para siempre en el poder? ¿Y si una facción -mayoritaria o minoritaria- quiere pasar por encima de los derechos de los demás? ¿Y si la violencia se instala para obligar al colectivo (sociedad o gobierno) a doblar las manos y aceptar lo que se impone por la fuerza? ¿Y si el gobierno es obstaculizado por un poder fáctico?

Esas preguntas se hicieron Alexander Hamilton y James Madison, pensando en que los hombres no son ángeles, en que hay que proteger a los seguidores de Trump (por si tienen razón) y a los opositores a Trump (por si son ellos los que ganan la verdad); en que hay que darle herramientas a la oposición crítica pero también al gobierno cuando este es atacado injustamente.

Esto lo ha olvidado el actual presidente o nunca lo supo, pero no está solo. Cientos de miles de estadounidenses creen que hay una conspiración en su contra que impidió su reelección con un fraude, lo que significa que no entienden nada. Para que se hubiera orquestado un fraude, tendría que haber un poder hegemónico o unos poderosos con los mismos intereses, y exactamente eso es lo que impidieron Hamilton y Madison al hacerse las preguntas pertinentes más de dos siglos atrás.

Lo que no sabe Trump o convenientemente ignora, de la mano de los cientos de miles de seguidores, es que la relojería estadounidense lo protege. Si Joe Biden y los demócratas quisieran pasar por encima de una legítima elección nacional, tendrían que pasar por encima de muchos intereses diversos y de otros gobiernos. Unos demócratas y otros republicanos. Para eso existe la federación porque les recuerdo que no, no se cuentan las papeletas en una organización central que obedece a unos malos que todos son amigos. Se cuentan en los estados, donde hay de todo y donde no se le debe el presupuesto estatal al Presidente en turno.

Y ojo, Donald Trump no es un inválido líder víctima de poderes fácticos o de congresos estatales malvados. No. La relojería le permite contar con los republicanos, con leyes, con la Suprema Corte y hasta con el vicepresidente para presidir al Senado. Pero en el Senado hay demócratas y republicanos. Unos más demócratas (los de California) y unos más republicanos (los de Arizona). Algunos le deben favores al Presidente, pero la mayoría no, porque el reloj se construyó pensando en su libertad y por lo tanto no necesitan su dedo para ser reelectos. La relojería también le da libertad a los magistrados de la Corte Suprema.

Decía Madison que, en caso de que una facción quisiera imponerse, con mayoría o sin ella, con recursos o sin ellos, con la razón o sin ella, sobre el resto de la Unión, no había más que de dos sopas: quitar las causas o mitigar los efectos. Quitar las causas es imposible: habría que impedir que esa facción se manifieste, anular la libertad y hacer que todos piensen igual. Mitigar los efectos es posible: si una facción cree que tiene la razón, debe pasar por el reloj de la república. Ese reloj que tiene pesos y contrapesos, que le da interlocución al presidente en el Senado; que le da voz a los electores con la Cámara de Representantes, que le da voz a los estados con la representación en el Senado; que le da autonomía a los magistrados de la Corte Suprema y con eso, protección al imperio de la ley, y que permite que los inconformes se manifiesten en libertad. Todo eso protegido y a su vez limitado por el propio reloj de la ley y de los contrapesos.

Trump no es un opositor alarmantemente atacado por el status quo organizado en una mafia unívoca. Trump es el presidente y su reelección o no reelección es un fenómeno complejo protegido por la relojería de Madison y Hamilton. Trump no entiende eso, pero tristemente, no está solo.

 

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