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Un nuevo trilema acecha a la economía mundial
Puede que sea imposible combatir el cambio climático, impulsar la clase media en las economías avanzadas y reducir la pobreza global simultáneamente. Según las trayectorias políticas actuales, cualquier combinación de dos objetivos parece producirse a expensas del tercero.
CAMBRIDGE. En 2000 escribí un artículo especulativo sobre lo que llamé “el trilema político de la economía mundial”. Sostenía que las formas avanzadas de globalización, el Estado-nación y la política de masas no podían coexistir. Las sociedades acabarían por conformarse con (como máximo) dos de las tres.
Sugerí que, a largo plazo, sería el Estado-nación el que cedería, pero no sin luchar. A corto plazo, la consecuencia más probable era que los gobiernos buscaran reafirmar la soberanía nacional para abordar los desafíos distributivos y de gobernanza que plantea la globalización.
Para mi sorpresa, el trilema resultó ser muy duradero. Mi libro The Globalization Paradox, publicado una década después, desarrolló la idea con más profundidad. El concepto de trilema se ha convertido en una forma práctica de entender la reacción contra la hiperglobalización, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el ascenso de la extrema derecha y el futuro de la democracia en la UE, entre otras cuestiones.
Últimamente, otro trilema me ha preocupado. Se trata de la inquietante posibilidad de que sea imposible combatir simultáneamente el cambio climático, impulsar la clase media en las economías avanzadas y reducir la pobreza global. Con las trayectorias políticas actuales, cualquier combinación de dos objetivos parece producirse a expensas del tercero.
Durante las primeras décadas de la posguerra, las políticas en el mundo desarrollado y en desarrollo, por igual, enfatizaron el crecimiento económico y la estabilidad social interna. Las economías avanzadas construyeron amplios estados de bienestar, pero también abrieron progresivamente sus mercados a las exportaciones de los países más pobres, siempre que las consecuencias distributivas y sociales fueran manejables. El resultado fue un crecimiento inclusivo en los países ricos, así como una reducción significativa de la pobreza en los países en desarrollo que estaban aplicando las políticas adecuadas.
Por exitosa que fuera esta estrategia, eludió los riesgos del cambio climático. Con el tiempo, las consecuencias del crecimiento económico impulsado por combustibles fósiles se han vuelto cada vez más difíciles de ignorar.
El pacto keynesiano-socialdemócrata de posguerra en las economías avanzadas se vio aún más deshecho por las contradicciones internas generadas por mi trilema original. A medida que la hiperglobalización reemplazó al modelo de Bretton Woods anterior, los mercados laborales de las economías avanzadas experimentaron mayores perturbaciones, socavando a la clase media y la democracia misma. Ambos acontecimientos exigieron nuevas estrategias.
En Estados Unidos, la administración del presidente Joe Biden ha abordado estas nuevas realidades de frente. Ha abierto nuevos caminos al promover una inversión sustancial en energías renovables e industrias verdes para combatir el cambio climático. Y apunta deliberadamente a recuperar la clase media promoviendo el poder de negociación de los trabajadores, relocalizando la industria y creando empleos en regiones que se vieron gravemente afectadas por las importaciones de China.
Este nuevo enfoque sobre el clima y la clase media se esperaba desde hace mucho tiempo. Pero lo que los responsables de las políticas estadounidenses y europeas ven como una respuesta necesaria a los fracasos del neoliberalismo parece, para los países pobres, un ataque a sus perspectivas de desarrollo. La reciente oleada de políticas industriales y otras regulaciones son a menudo discriminatorias y amenazan con impedir el ingreso de bienes manufacturados de los países en desarrollo.
Los subsidios verdes en Estados Unidos incentivan el uso de insumos nacionales en lugar de los importados. El mecanismo de fijación de precios del carbono de la UE pronto exigirá a los exportadores “sucios” de los países en desarrollo que paguen aranceles adicionales. Los gobiernos de los países pobres creen que esas medidas sabotearán sus esfuerzos por reproducir la industrialización orientada a la exportación de las naciones del este asiático.
Podemos imaginar una combinación alternativa de políticas que se centren en los países pobres y el clima. Esto implicaría una gran transferencia de recursos –financieros y tecnológicos– del norte al sur, para asegurar las inversiones necesarias en adaptación y mitigación climáticas en este último.
También requeriría un acceso significativamente mayor en los mercados del norte a los bienes, servicios y trabajadores de los países pobres del sur, para mejorar las oportunidades económicas de esos trabajadores. Esta configuración de políticas es moralmente atractiva; aplicaría eficazmente los principios de justicia del filósofo John Rawls a escala global.
Pero aquí también el trilema asoma su fea cabeza. Este enfoque iría en contra de la necesidad imperiosa de reconstruir la clase media en las economías avanzadas. Crearía una competencia mucho mayor para los trabajadores sin títulos universitarios o profesionales, lo que reduciría sus salarios. También reduciría los recursos fiscales disponibles para invertir en su capital humano e infraestructura física.
Afortunadamente, algunos de estos conflictos son más aparentes que reales. En particular, los responsables de las políticas en las economías avanzadas y en los países pobres por igual deben comprender que la gran mayoría de los buenos empleos de clase media del futuro tendrán que provenir del sector de los servicios, no de la industria. Y el crecimiento económico y la reducción de la pobreza en los países en desarrollo Las economías en desarrollo se verán impulsadas principalmente por la creación de empleos más productivos en sus sectores de servicios.
Los sectores que absorben mano de obra, como la atención, el comercio minorista, la educación y otros servicios personales, en su mayor parte no son objeto de comercio. Su promoción no crea tensiones comerciales de la misma manera que en las industrias manufactureras. Esto significa que el conflicto entre el imperativo de la clase media en las economías ricas y el imperativo de crecimiento de los países pobres es menos grave de lo que parece.
De manera similar, será prácticamente imposible abordar el cambio climático sin una cooperación significativa de los países en desarrollo. Si bien las emisiones de los Estados Unidos y Europa han estado disminuyendo, las de los países en desarrollo siguen aumentando, en algunos casos rápidamente, y su contribución a las emisiones globales (excluyendo a China) pronto superará el 50 por ciento. Por lo tanto, es de interés propio de los países ricos promover políticas de transición verde que los países pobres consideren parte de sus propias estrategias de crecimiento, no sólo como un costo puro.
El cambio climático es una amenaza existencial. Una clase media grande y estable es la base de las democracias liberales. Y reducir la pobreza global es un imperativo moral. Sería alarmante que tuviéramos que abandonar cualquiera de estos tres objetivos. Sin embargo, nuestro marco de políticas actual impone, implícita pero contundentemente, un trilema que parece difícil de superar. Una transición posneoliberal exitosa requiere que formulemos nuevas políticas que dejen atrás estas disyuntivas.
El autor
Es profesor de Economía Política Internacional en la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, es presidente de la Asociación Económica Internacional y autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy (Princeton University Press, 2017).
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