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Un problema geopolítico llamado TikTok
ByteDance hizo todo lo posible para agradar a los políticos de Estados Unidos y evitar la prohibición de TikTok en ese país. Nada fue suficiente. La guerra comercial y tecnológica entre Estados Unidos y China, el involucramiento del Partido Comunista en los negocios globales de origen chino y los cambios de hábitos de los consumidores digitales requerían más que una conducción impecable de la operación de la plataforma de videos TikTok en Estados Unidos.
De nada bastaron las participaciones de su pulcrísimo director general, Shou Zi Chew, ante el Capitolio cuantas veces se lo ordenaron. El cabildeo y las campañas políticas de ByteDance apenas alcanzaron para desbloquear su proscripción en Montana y para permitirle un contrato con Oracle para administrar los datos recabados por el servicio en instalaciones bajo resguardo estadounidense.
La Cámara de Representantes, con una mayoría abrumadora, aprobó una iniciativa de ley que obliga a ByteDance a vender su unidad TikTok o de lo contrario será prohibida. Los políticos estadounidenses temen que el comunismo chino utilice TikTok como vehículo de propaganda y —sin pruebas— acusan a ByteDance de robar datos personales de los usuarios y de construir capacidades tecnológicas que volverán zombis los teléfonos donde la app se encuentra instalada. La iniciativa todavía necesita la aprobación del Senado y, posiblemente, la sanción de la Corte Suprema. Si consigue convertirse en ley, ByteDance tendrá 6 meses para vender TikTok.
¿Pero quién quiere y quién puede comprar esta plataforma que es mucho más que una red social? El único kamikaze con dinero ya compró una hace un par de años: Elon Musk con Twitter, que ahora se llama X. Ninguno de los otros sospechosos comunes querrá meterse en problemas antimonopolio con una eventual compra de TikTok: Google posee YouTube y el buscador en internet más utilizado a escala planetaria y es objeto de una investigación antimonopolio del Departamento de Justicia por el poderío de su sistema de publicidad digital, lo mismo que en México desde la Cofece. Meta posee Facebook, Instagram y WhatsApp y lleva años esquivando los dardos de control público por abusos en el tratamiento de datos personales y sus sistemas de moderación de contenido.
Otros han levantado la mano, como el exsecretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, y el exdirector de la fábrica de videojuegos Activision, Bobby Kotick, esperando que el momentum les atraiga aliados financieros porque sus propias billeteras no cuentan con los miles de millones de dólares que vale TikTok. De hecho: nadie sabe cuánto vale TikTok. Sus principales activos son dos: una caja de algoritmos que provoca adicción y una comunidad de 170 millones de usuarios en Estados Unidos y más de 1,000 millones a escala global. Se calcula que en México tiene unos 75 millones de usuarios.
TikTok es una plataforma de videos cortos que se ha vuelto sensación entre los jóvenes, reflejando un cambio de hábitos de consumo en una generación con poca paciencia y demasiados estímulos en línea. Incluso entre los adultos se ha vuelto un fenómeno de consumo: los adultos en Estados Unidos pasan en promedio una hora al día en TikTok.
ByteDance confiaba en que la llegada de la campaña de Joe Biden y Kamala Harris a la plataforma disminuyera la tensión política, pero sólo se trata de una estrategia electoral mientras el bicho —y la elección— sigue vivo.
En el consumo, hoy el problema es TikTok y mañana serán Temu y Shein. En la industria, el problema son Huawei, Hikvision, los autos eléctricos y la manufactura de chips. En el comercio, el problema es el arropamiento chino a los países satélite del orden mundial. En el fondo: todo es un problema geopolítico, reflejo de un nuevo mundo multipolar en el que Estados Unidos pierde influencia política y económica, pero sobre todo pierde influencia cultural, la más relevante de todas.