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Una nueva historia de The Band
En 1968 el disco debut de The Band, “Music from Big Pink”, produjo un cisma en el panorama musical estadounidense. Nada de lo que compusieron Robbie Robertson, Rick Danko, Levon Helm, Richard Manuel y Garth Hudson en una casa rosada de West Saugertis, Nueva York, sonaba a lo que se escuchaba a través de la radio en aquel momento. El disco se distinguía por no sonar contemporáneo, no tenía solos de guitarra ostentosos, tampoco distorsión eléctrica ni melodías psicodélicas felices. Aquí no ibas a encontrar a San Francisco con florecitas hippies en el pelo. Esta música parecía provenir de otro tiempo, como si hubiese estado guardado dentro de un fonograma antiguo en colores sepia o blanco y negro.
Para cuando la era de Acuario y el verano del amor habían conquistado el mundo, The Band ya había recorrido un largo camino de casi una década de tocar en antros de mala muerte, recorriendo “el otro” Estados Unidos que no tenía ni una pizca del glamour de las costas de Los Ángeles o Nueva York. En 1965 The Band acompañó a Bob Dylan durante su gira por el Reino Unido, meses después del festival de Newport, donde por primera vez Dylan enchufó su guitarra y espantó a los folkloristas fundamentalistas, que creyeron que su mesías los había traicionado con los sonidos endemoniados del rock.
La música que Robertson, Danko, Helm, Manuel y Hudson crearon en aquella casa rosada de West Saugertis era íntima. No había una voz que sobresaliera más que las otras ni momentos donde algún miembro acaparara más los reflectores. Hasta el nombre de The Band evocaba a una nueva visión de hacer música alejada del bullicio de las ciudades y mirando más hacia lo que ofrecía aquel viejo y extraño Estados Unidos. Cuenta la leyenda que cuando Eric Clapton escuchó por primera vez “Music from Big Pink”, el guitarrista británico desintegró a Cream y se alejó de ese grupo para formar un conjunto con una estructura de colaboración más colectiva.
En Mystery Train: Images of America in Rock and Roll, el crítico cultural Greil Marcus definió a The Band como un conjunto “comprometido con la idea misma de lo que representaba Estados Unidos: complicada, peligrosa y viva. Su música nos dio un sentido verdadero de que el campo era más rico que lo imaginábamos y que tenían posibilidades que apenas empezamos a percibir”.
El documental Once Were Brothers, dirigido por el canadiense Daniel Roher, reconstruye la historia de una de las bandas estadounidenses más veneradas de la segunda mitad del siglo XX. A través de material de archivo con los testimonios de músicos y colaboradores como Bruce Springsteen, Taj Mahal, Van Morrison, Eric Clapton, Martin Scorsese, y entrevistas a Robbie Robertson, Roher nos cuenta en su trabajo recién estrenado una historia de supervivencia, resiliencia y la memorable música que nos dejó la banda. El documental fue producido por Ron Howard, Brian Grazer (quienes han realizado documentales sobre The Beatles, Luciano Pavarotti) y Martin Scorsese, quien dirigió The Last Waltz, la cinta que registró su última presentación en 1976.
Una de las ausencias más notorias en Once Were Brothers es la del tecladista Garth Hudson, quien no fue incluido en el corte final, pero su voz se hace presente con el pietaje de archivo, que también nos recuerda el vacío que dejaron las muertes de Richard Manuel, Rick Danko y Levon Helm. Robbie Robertson se ha convertido en el miembro que ha tratado de controlar más la narrativa sobre The Band en años recientes y es un tanto extraño que el nombre del documental se presente como Robbie Robertson and The Band (una cosa que rompería con ese espíritu de colectividad que sedujo a Clapton).
Las canciones de The Band nos contaron historias que venían de otro tiempo. Eran canciones que hicieron que una generación iniciara un viaje introspectivo hacia su pasado, sus raíces y sus contradicciones históricas. La influencia de The Band en la cultura pop es innegable y, como lo hizo en su momento, ha inspirado nuevas rutas de lenguajes y raíces musicales propias.