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Opinión

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Una opinión que vale la pena conocer

Andrés Roemer. Foto: Cortesía Unesco

Andrés Roemer. Foto: Cortesía Unesco

Recibí este texto de Javier Bonilla Castañeda, una persona cercana a Andrés Roemer. Creo que vale la pena conocer su opinión.

Caso Roemer me deja incrédulo y suspicaz

Me ha sorprendido como pocas cosas en la vida la situación por la que atraviesa Andrés Roemer en México. He quedado anonadado por la velocidad a la que la “Suprema Nota Informativa de la Nación” ha denunciado, enjuiciado, sentenciado y desterrado a Andrés, basándose en sólidos rumores, contundentes vaguedades y “no-entradas-en-detalle” de las presuntas víctimas y la multiplicación a “ya varias decenas de casos” que alguien asegura haber visto ya en “redes sociales”, la fuente última de la verdad.

Ser amigo de Andrés de muchos años me descalifica en un sentido y por eso pongo por delante que lo soy. Pero también ser su amigo me hace conocerlo profundamente, como economista, como abogado, como pensador y activista de la cultura y, sobre todo, como ser humano.

El acoso sexual me parece de lo más grave; el abuso sexual, sin duda, criminal. Pero lo que está sucediendo con Andrés me parece muy lejano a esto, tanto por el contexto en que se inserta, como por la verbalización tan disparatada, desordenada y mediática de las denuncias (por “YouTube”). El asunto entero me genera una gran suspicacia.

Concedido, Andrés es todo menos introvertido; es efusivo, amable, cariñoso, agradecido y sin duda obsequioso de elogios a la belleza femenina. Una de sus frases favoritas es “los amo”, dicho así a grupos de amigos, por ejemplo. Me ha tocado que le diga directamente a una mujer que es hermosa y también me ha tocado que mujeres se vean atraídas por la personalidad y la inteligencia de Andrés. Pero nunca me ha tocado ver ni remotamente algo ofensivo, insultante o falto de respeto hacia las mujeres.

¿Puedo creer que alguna vez Andrés se haya pasado de la raya del buen gusto o la delicadeza al decirle un cumplido a una mujer? Quizás, nadie está exento de equivocarse. Ahora, ¿puedo creer que ante un rotundo “NO” de una mujer Andrés se siguiera de frente con insistentes piropos o insinuaciones? No, eso me parece muy improbable.  ¿Puedo creer que a la fuerza sometiera a alguien y la violara? Eso no, es imposible. Nadie lo ha denunciado penalmente de ello, pero se ha insinuado en esa confusión y malabareo de términos “performáticos” que tan mal sabor de boca me deja y que me hace dudar si no hay una agenda detrás de todo esto.

Vivo en Madrid, así que busqué algunos reportes por internet y me encontré con la entrevista televisiva de una de las presuntas víctimas (y juro que no he hablado con Andrés una palabra de ningún caso concreto); la cual me dejó rascándome la cabeza y con una gran mueca por… pues por el subdesarrollo manifiesto en la entrevista completa.

La entrevistadora le dice a la presunta víctima que no quiere preguntarle por su historia y agrega: “una mujer que es víctima de violación se paraliza porque supone que es la única manera de sobrevivir o incluso de morir sin dolor… Usted ha dicho que en ese momento se sintió paralizada y que inicialmente pensó que todo esto era su culpa, pero no, y entender esas cosas son (sic) trascendentales para sanar y para reclamar justicia. ¿Qué nos puede decir?”

What? La presunta víctima lo más que ha llegado a alegar es “abuso” (lo que sea que esto sea), pero la entrevistadora parte, desde la pregunta, de la violación. No solo eso, sino que presupone que Andrés le podría haber dado a la víctima una muerte dolorosa al alegar que las víctimas como ellas se paralizan para “morir sin dolor”. Si no fuera tan trágico sería solo patético.

¿Y para qué es la entrevista si no para preguntarle por su historia? Pero no, la “víctima” se limita a decir que no quiere dar detalles pero que al final “abusó de mí”. ¿Qué es eso? ¿Abusó de su confianza? ¿De su inocencia? ¿De su ingenuidad? ¿O la violó y la hubiera matado si no es porque se congela sin decir palabra?

No es necesario entrar en detalles para ser responsable y decir “tuvo relaciones sexuales conmigo por la fuerza”. Pero no es lo que dice. Lo que dice es que temió perder su trabajo, que dijo que él podía ayudarla en su carrera y pagarle mucho más de lo que ganaba y que “se paralizó”. Esto me preocupa porque todo lo que un hombre decente necesita es un rotundo “NO”, y no en cambio que la mujer “se paralice”. De hecho, dijo que primero pensó que era su culpa pero que luego pensó que “nunca es culpa de la mujer ser víctima de un hombre y de un sistema”.

Narra después cómo siguieron teniendo contacto ella y Andrés por “redes sociales” pero que ella le contestaba fríamente. No lo denunció ante la policía, no hizo denuncia anónima, no lo describió en un diario contemporáneo ni lo platicó sin ambigüedades con alguien de confianza, no, ni siquiera lo bloqueó en Facebook. Le contestó fríamente por 4 meses hasta que él perdió el interés. No explica ante tanta frialdad cómo se salvó del “despido” del que estaba presuntamente amenazada.

¿Se puede descartar un escenario en el que Andrés haya prometido, no a esta entrevistada sino a, supongamos, alguien más, amores, ayudas y apoyos que luego no cumplió y que esa alguien se haya sentido “utilizada, abusada, o engañada? También puede pasar. De ahí la importancia que en una acusación tan fuerte no pueda decirse algo como “no quiero dar detalles”.

Por el contrario; estás destruyendo la integridad pública de una persona y arrasando con su existencia. Con un respaldo tan abrasador (de fuego) como el del movimiento #MeToo, que ha frenado verdaderas historias de abuso, agresión, explotación y violación, lo que falta es que las posibles víctimas sean precisas, claras y no ambiguas. No hay que re-victimizarse para ser cuidadoso con el lenguaje en un asunto de tantas implicaciones. Y esperaría yo de una víctima menos histrionismo y más seriedad que la que aparenta un show de “reality TV”.

Otra de las presuntas víctimas dice a Andrés, en una conversación grabada, anterior a su propia denuncia, que ella trató de defenderlo frente a intereses poderosos que querían hacerle daño. ¿Cómo? ¿De qué está hablando? Pero cuando esta mujer es cuestionada en entrevista sobre tan extraña actitud señala como si nada “no quiero hablar de eso porque le resta interés a la denuncia” y los entrevistadores dicen “ah, de acuerdo”, no vaya a ser que buscar un poquito de claridad lo haga un entrevistador misógino.

“Acoso” es cerrar las salidas o imponerse por autoridad en una situación que la mayor parte de las veces es repetida y hostigante. “Abuso” debería estar mejor descrito, quizás diferenciado por tipos y distinguirse clara e inequívocamente de violación o sexo por la fuerza.

El brillante senador estadounidense Al Franken fue acusado por el movimiento #MeToo. En cuestión de horas el escándalo había destruido su vida. Enmarcado en la política de las previas críticas demócratas a Trump tras las denuncias del propio #MeToo contra éste, la presión creció a una velocidad inverosímil y Franken tuvo que renunciar. Hoy día, casi la totalidad de quienes lo juzgaron y le marcaron distancia cargan con la culpa de haber hecho un juicio irreflexivo, basado en imprecisiones y ocurrido de manera sumaria e instantánea en los medios. Hoy Franken dice sentirse como un idiota por haber renunciado, pero ahora es muy tarde y las disculpas de propios y extraños de poco le sirven a quien era una de las mentes más lúcidas y de las personalidades más sólidas del Partido Demócrata.

No puedo jurar por la vida de mis hijos que ninguna de las presuntas “decenas de víctimas” (de las que se presentaron formalmente creo que 3 o 4) tenga razón. No puedo jurar por la vida de mis hijos que Andrés no pudo haber actuado de manera reprochable no separando entrevistas de trabajo de entrevistas de cupido. Pero sea el que sea el acto condenable, hay que definirlo, acotarlo y denunciarlo, con fuerza pero con responsabilidad.

Sin embargo, el acusado en estos casos es como alguien que puede tener la llave para abrir una puerta, pero la casa se quema tan rápido que no puede ni insertarla en la cerradura. No hay tiempo de nada, todo es un remolino, la gente se desmarca y se rasga las vestiduras más rápido de lo que una chica puede revolver en una sola frase “abuso, acoso, promesa, impropio, amenaza, violación, ofensa, paralizada y sótano” y atarse el pelo en una cola de caballo para concluir con cierto “flair”.

Veo a Andrés abatido emocionalmente. No creo que su preocupación se centre en su prestigio como una de las personas más inteligentes y cultas de México, ni en su familia y amigos que lo conocen y de los que tiene todo el respaldo. Lo veo angustiado y frustrado ante la imposibilidad de dar con la llave en la cerradura en el tiempo que las llamas toman la casa.

Nadie puede probar un negativo (por ejemplo, demostrar que yo no he oído nunca esa canción). Sólo pueden probarse afirmaciones positivas, y eso pone a Andrés en un terrible aprieto. Más aún en un país con ciertamente mucha más violencia de género, violaciones y abusos contra las mujeres que en el mundo desarrollado, pero también en una nación con su propia versión subdesarrollada del #MeToo, en donde el juicio sumario se hace por colección de “likes, shares y tweets”.

Autor: Javier Bonilla

Economista, MBA, MPA

Reside en Madrid, España

El autor es presidente y fundador de Grupo Salinas

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