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Virus, pero gigantes
Los virus son una cosa muy rara, aun en nuestro planeta rebosante de seres y fenómenos muy extraños. Son pequeñas nanomáquinas, menores a los 200 nanómetros y formadas con apenas las partes más simples que la evolución ha creado para formar, apenas unas hebras de algún ácido nucléico y una cobertura de moléculas de grasa o aminoácidos. Los virus no cumplen con ninguno de los cinco criterios principales con los que determinamos si algo tiene o no vida propia, sólo tienen un objetivo: invadir una célula huésped y utilizarla como fábrica para replicarse, lo que los coloca en una zona gris entre moléculas y organismos vivos. Piensa en los virus como insectos que, si te pican, convierten tu interior en una fábrica de producir más insectos como él. Adorable ¿verdad?
Muchos de estos pequeños parásitos han estado tan en contacto con nuestra especie que cuando naces ya una buena parte de tu ADN es también ADN viral, lo que los convierte en parte de nosotros. No sólo invaden humanos, nada más lejos de su interés; en realidad no hay ser viviente alguno que haya logrado escapar a las infecciones virales, ni siquiera los virus escapan a sus parientes asesinos. Existen millones de tipos diferentes de virus, y sabemos que nos faltan muchos más por descubrir. Actualmente conocemos en detalle más de 7,000 tipos bien descritos y hemos secuenciado genéticamente casi 200,000 virus diferentes; y recientemente hemos descubierto un nuevo tipo de virus, uno que desafía por completo la clasificación típica en qué ubicamos estos seres (tenemos que hablar de la taxonomía de los virus, tienen la suya propia).
En 2003, unos científicos británicos que estudiaban una bacteria descubierta una década antes en una torre de enfriamiento de agua llamada Bradfordcoccus comenzaron a notar que esta bacteria era un poco rara, y cada vez parecía más como si fuese un virus (cosa que no tenía sentido porque los virus son cosas mucho, mucho más pequeñas, es una de las características principales para definir un virus). Pero sí, al final resultó ser un virus y lo nombraron Mimivirus (inglés para virus que imita microbios) y desde entonces está cada vez menos, taxonómicamente hablando.
Gracias al gran hallazgo que los mimivirus representaban, y como ya sabíamos qué buscar, hemos encontrado una gran cantidad de estos virus por todas partes, desde el fondo del océano hasta las regiones polares; desde raíces de árboles hasta regiones hostiles como Yellowstone. El tamaño de estos no es, sin embargo, su única característica que nos resulta extraña, dado el relativamente escaso conocimiento que tenemos sobre los virus. No sólo no cumplen con las características necesarias para definir lo que está vivo y lo que no, sino que parecen cumplir con partes de ambas.
El debate entre los científicos acerca de cómo llegaron a existir esta clase de virus, si evolucionaron de su forma tradicional hacia algo más parecido a lo que calificamos como un ser vivo; o si por el contrario fue una especie de involución de un organismo muy antiguo hacia una forma de vida más vírica, deshaciéndose de estructuras celulares con el paso de los milenios, continúa hasta la fecha, y el único consenso parece ser el haberlos colocado en un nueva Clase: Megaviricetes, virus gigantes o Girus para abreviar. Dentro de esta clase existen otro orden además de Mimivirus, Pimascovirales, y ambos se dividen en cuatro familias virales, de ninguna de las cuales hemos encontrado rastro en un organismo humano, por lo que no parecen representar peligro para los humanos. Pero los girus son muy interesantes, y sus “vidas” ameritan seguir hablando de ellas.
Para saber más: Tus propios virus