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Y la lengua fue la pluma de su alma
El alma de Belisario Domínguez no estaba hecha para el silencio.
“¿Quién no lo sabe? —se preguntaba el doctor Belisario Domínguez en el primer escrito de su periódico El Vate—. La mayor parte de los sueños son vanas ficciones de la imaginación; pero es necesario confesar que hay algunos muy sugestivos de los cuales puede sacarse un gran partido”. Corría el mes de febrero de 1904 y la publicación era ya un sueño cumplido. Ostentándose como periódico de “filosofía, arte y variedades”, y a don Belisario como director, propietario y único responsable, El Vate se distribuiría sin costo alguno y pretendía salir dos veces al mes, los días 1 y 15. “El sueño”, que era el título del artículo de Belisario, terminaba siendo una revelación: Dios se aparece ante el escritor y en su infinita sabiduría regala a los lectores la “fórmula mediante la cual puede conseguirse la mayor suma de felicidad posible sobre la tierra”. Es sencilla y está encriptada en la palabra “vate”, que en sus cuatro letras representa “los elementos fundamentales de la dicha humana”: virtud, alegría, trabajo y estoicismo. Y así, confiado en que tales valores serán la luminosa guía de toda persona para conducirse con éxito en los intrincados senderos de la vida, termina el texto y el lanzamiento editorial de su periódico. Pero el sueño tendría una vida corta y una fecha de caducidad trágica. Como de pesadilla. El Vate aparecería solamente cuatro veces y Belisario Domínguez sería arteramente asesinado. Tal vez por olvidar que, como bien dijo Cervantes, la primera virtud es la de frenar la lengua; y es casi un dios quien, teniendo razón, sabe callarse. Pero la lengua es la pluma del alma y el alma de Belisario no estaba hecha para el silencio.
Médico y senador indómito
Nacido en abril de 1863, en Comitán de las Flores, hoy Comitán de Domínguez, en el estado de Chiapas, Belisario Domínguez fue hijo de María del Pilar Palencia Espinoza y de Cleofás Domínguez Román, hombre muy enérgico, comerciante y militante del Partido Liberal. Aguerrido defensor de Comitán ante la invasión francesa, vendía los productos de su tienda a precios realmente módicos a indígenas y gente necesitada. Su familia, acomodada y republicana participó en sucesos como la Intervención, la Batalla de Puebla y el imperio de Maximiliano, siempre desde el lado liberal. Sin embargo, Belisario siempre quiso ser médico. Realizó estudios primarios en Comitán, después se trasladó a San Cristóbal de las Casas para cursar el bachillerato en el Instituto de Ciencias y Artes y más tarde partió a Francia para estudiar medicina. Regresó a México titulado de médico cirujano y partero. Se instaló en Comitán y trabajó como médico visitador ofreciendo consultas gratuitas a las comunidades indígenas y se casó con Delfina Zebadúa, con quien tuvo tres hijos. En 1903 tuvo que trasladarse a la Ciudad de México para encontrar una cura para su esposa, enferma de gravedad. Pero no encontró más que tragedia y desazón: Delfina murió y Belisario se topó frente a frente con las injusticias y el descontento que Porfirio Díaz había provocado. La Revolución estaba cerca y nuevas ideas llegaban. Belisario fundó El Vate, donde además de ofrecer tranquilidad y esparcimiento enumeró del régimen porfirista y abogó por la no reelección. El periódico fue clausurado violentamente y tal vez por ello, pero sin duda por su clara definición política, Belisario regresó a Chiapas y fue electo presidente municipal de Comitán en 1911. Un año después ya representaba a su estado en el Senado de la República e inmerso en su nuevo papel, fue testigo de la Decena Trágica. No pudo menos que indignarse cuando Victoriano Huerta usurpó el poder y asesinó a Francisco I. Madero y a José María Pino Suárez. Enfurecido y clamando justicia, pidió la destitución de Huerta. En cada sesión de la Cámara, en cada conversación y en cada texto que escribió alzaba la voz para decir su verdad y denostar al usurpador. En la sesión del 23 de septiembre de 1913 tomó turno para leer un discurso. La presidencia de la Cámara sabía que su pluma podía hacer más daño que una pistola y, con lujo de violencia, Belisario fue bajado de la tribuna. Pero no estaba dispuesto ni a callar ni a solapar lo que muchos años de silencio habían provocado. Por ello mandó a imprimir el discurso que nunca pronunció y él mismo se encargó de distribuirlo por las calles. La parte central de su discurso, dirigido a los diputados decía así:
“Don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquél que le sirve de obstáculo. ¡No importa, señores! La patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reina la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado presidente de la República,
Hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder? Corresponder a la confianza con que la patria les ha honrado, decirle la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies”.
Discurso temerario
A los pocos días, en la sesión del 29 de septiembre, se repitió la misma historia y Belisario no pudo subir a la tribuna. El discurso que no pronunciaría y que también mandó a imprimir era más duro y temerario que el primero (juzgue usted, lector querido):
“Lo primero que se nota al examinar nuestro estado de cosas, es la profunda debilidad del gobierno, que teniendo por primer magistrado a un antiguo soldado sin los conocimientos políticos y sociales indispensables para gobernar a la nación, se hace la ilusión de que aparecerá fuerte por medio de actos que repugnan la civilización y la moral universal, y esta política de terror, señores Senadores, la practica don Victoriano Huerta, en primer lugar, porque en su criterio estrecho, de viejo soldado no cree que exista otra, y en segundo, porque en razón del modo con que ascendió al poder y de los acontecimientos que han tenido lugar durante su gobierno, el cerebro de don Victoriano Huerta está desequilibrado, su espíritu está desorientado. Don Victoriano Huerta padece de una obsesión constante que dificultaría y aun imposibilitaría a un hombre de talento. El espectro de su protector y amigo, traicionado y asesinado, el espectro de Madero, a veces solo y a veces acompañado del de Pino Suárez, se presentan constantemente a la vista de don Victoriano Huerta, turban su sueño y le producen pesadillas y se sobrecoge de horror a la hora de sus banquetes y convivialidades. Cuando la obsesión es más fija, don Victoriano Huerta se exaspera y para templar su cerebro y sus nervios desfallecientes hace un llamamiento a sus instintos más crueles, más feroces, y entonces dice a los suyos: maten, asesinen, que sólo matando a mis enemigos se restablecerá la paz”.
Como era de esperarse, Huerta se sintió agraviado y respondió de inmediato. Ordenó detener al senador y desaparecerlo. De noche lo sacaron de su hotel, lo golpearon y lo llevaron a Coyoacán, al panteón de Xoco. Allí lo torturaron y lo mataron a balazos. Antes de sepultarlo le cortaron la lengua. Para entregársela como trofeo al usurpador. Era 7 de octubre de 1913.
El país entró en indignación y pánico. Huerta disolvió el Congreso y mandó diciendo que todo aquel que no pone freno a la lengua, no extrañe las desgracias que le sucedan; pues las palabras no pueden recogerse ya pronunciadas. Tuvo razón. Las palabras de Belisario están aquí y no han muerto.