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Opinión

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ZEE: La experiencia internacional

Las Zonas Económicas Especiales (ZEE) son un ámbito en el que nuestro país ha empezado a escribir su propia página, aunque, como instrumento para la promoción de la inversión y la transformación productiva tienen una larga trayectoria. De esta historia hemos elegido construir una versión mexicana competitiva y adaptada a las condiciones y el potencial del país, y en particular a los objetivos marcados desde la concepción del proyecto, en términos de abatimiento de brechas de desarrollo regional y apuntalamiento de la competitividad nacional.

Llegar después siempre da la ventaja de aprender de la diversidad de experiencias, vistas en retrospectiva, y aprovechar las mejores prácticas como benchmark para configurar la fórmula propia. Las ZEE, en sus múltiples formatos, son un instrumento de desarrollo económico cada vez más utilizado, desde que se creó el primer espacio con el concepto de zona franca, en 1959, en el aeropuerto de Shannon, Irlanda.

Desde entonces se han multiplicado, particularmente en economías emergentes de Asia, Medio Oriente, África y, más recientemente, América Latina.

Hoy existen más de 4,000 en el mundo y se estima que en ellas se generan cerca de 70 millones de empleos. Tienen un rol central en más de 41% de las exportaciones mundiales y absorben alrededor de 21% de la Inversión Extranjera Directa.

Es una historia con casos de crecimiento sin parangón, como el de Shenzen, China. Ahí se generó una dinámica de inversiones y establecimiento de más de 6,000 empresas que impulsaron que el PIB per cápita local se multiplicara 150 veces en 30 años. Desde la maquila más elemental, de mano de obra intensiva, hoy la ciudad es sede de corporaciones que generan tecnologías propias y productos y servicios de alto valor agregado.

Un caso conocido es el de Huawei. La experiencia arrancó en 1980, con la designación de cuatro ZEE, como una respuesta del gobierno reformista de Deng Xiaoping a diversas barreras de las que se quejaban inversionistas extranjeros. Sobre todo, como una forma de generar polos de crecimiento, pero circunscritos en zonas específicas, para no generar dinámicas de desestabilización. Junto con las demás reformas que se realizaron, fuertes inversiones en infraestructura, y todo ello en el marco de una política industrial de largo alcance, el éxito fue tal que en un lapso de cuatro años ya se habían iniciado los trabajos para crear 14 ZEE adicionales.

Hoy son más de 1,300 y no existe duda del papel fundamental que tuvieron en el despegue económico chino. Desde luego, esta transformación no puede ser entendida sin la marcada reconfiguración de la estructura productiva de esta nación. Así, por ejemplo, en 1980 menos de 5% de las exportaciones chinas provenían de los sectores de electrónicos y maquinaria, conocidos por el nivel de sofisticación en las habilidades que demandan para ser producidos. Ya para el 2015, más de la mitad de lo que este país exportó al mundo se centró en estos bienes.

Un ejemplo más cercano para nosotros es el de Puerto Colón, Panamá. En poco tiempo, se transformó un área alrededor de una aldea en un complejo comercial, industrial y logístico con más de 3,000 empresas con una aportación de 8% del PIB de ese país. Desde luego, no todas las ZEE en el mundo han sido exitosas. Muchas no han logrado despegar, varias fracasaron rotundamente y, en otros casos, el crecimiento se ha visto opacado por diversos factores.

También observamos experiencias de zonas especializadas en sectores concretos, como la Ciudad Internet en Dubai o el Centro Financiero de Labuan de Malasia, similar a lo que vamos a hacer en Progreso, Yucatán, concebida como zona concentrada en actividades relacionadas con las Tecnologías de la Información y la Comunicación y en actividades con un importante componente de innovación y desarrollo.

No obstante la diversidad de experiencias, fines y medios, hay observaciones generales que de ninguna forma pueden obviarse. En este sentido, en el caso mexicano, el proyecto tiene una línea de desarrollo con antecedentes como la industria maquiladora, el TLCAN, nuestra política de tratados de libre comercio, la agenda de reformas estructurales y, desde luego, el consenso social respecto a la imperiosa necesidad de reducir las brechas de bienestar que hoy en día experimentamos.

Un elemento decisivo es elegir una localización y vocaciones estratégicas, aspecto mandatado para las ZEE de México desde la Ley Federal de junio del 2016 y constatado caso por caso en estudios técnicos (dictámenes), como los que ya se aprobaron para Lázaro Cárdenas-la Unión, Puerto Chiapas, Coatzacoalcos, Salina Cruz y Progreso.

Los incentivos fiscales son claves, pero por sí solos no pueden garantizar un proyecto de largo plazo y alto impacto positivo para la sociedad. Algunos de los casos más exitosos son aquellos donde se la logrado una integración con la economía regional, como en Corea del Sur, que ha conseguido una estrecha vinculación de proveedores locales, que así proyectan su oferta, de manera indirecta, a los mercados globales.

Ése es un punto fundamental del modelo mexicano, que se traduce y compromete en acuerdos de coordinación entre los tres órdenes de gobierno.

El objetivo: impulsar la transformación estructural de la economía regional, para elevar su productividad y valor agregado. Son las fuentes de la movilidad social que estamos buscando en nuestro país, al apostar en el capital humano, la formación de encadenamientos y clústeres.

El modelo mexicano se asienta sobre esos supuestos, y para ello ha contado con el respaldo de instituciones líderes en el seguimiento, análisis y apoyo en la materia, en particular el Banco Mundial y el BID. Contamos con un mapa claro de estas mejores prácticas, casos de éxito y requisitos; con esas pistas, pero en función de las condiciones y aspiraciones del país y de cada zona, estamos escribiendo nuestro propio camino.

* Secretario Ejecutivo de la Autoridad Federal para el Desarrollo de las Zonas Económicas Especiales.

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