Lectura 8:00 min
Zona de desinterés
"Soy dueña del Universo, porque lo invento en mi verso (…)
Soy histérica, loca, desquiciada. Pero a la eternidad ya sentenciada."
Pita Amor
Ser indiferente te otorga poder porque estás libre de tu deseo. Y el deseo de lo que uno quiere puede conducir a la iluminación infinita como un mensajero que se sacrifica. Se cubre de barro a cobardes como yo, que nunca llegan al final de las cosas, pero hay quienes traspasan sus propios límites en un logro absoluto de un destello de poder y se trascienden a sí mismos al ir tras sus conquistas y sus intereses.
Lo que adquiere importancia para cada uno de nosotros y que colocamos en el centro de nuestras vidas nos obliga a categorizar, tamizar y decidir qué queremos ver y qué no queremos ver, anteponer aquello que nos interesa. Al pensar, categorizamos. La percepción es subjetiva.
En el Centro Histórico de la Ciudad de México, suceden en este momento dos cosas que ví, y que voy a relacionar en el orden de las casualidades de la vida, que es lo que uno debe considerar la realidad en estos tiempos de post verdad, fake news, deep fakes y medias verdades. Estuve el pasado fin de semana en dicho lugar, y dos cosas llamaron poderosamente mi atención: la exposición del artista plástico abstracto Mario Palacios Kaim, “Zona de desinterés”, en el Museo de la Ciudad de México, en la calle de José María Pino Suárez 30 y la construcción de una pirámide en el zócalo de la Ciudad de México por el gobierno actual.
Reconciliarse con el atlas y el axis de nuestra existencia al tratar de sostener nuestro mundo desde nuestra momentánea vida, construir nuestro propio centro, es algo que aprendemos durante toda la vida. En el centro de la Ciudad de México, sorprenden las monumentales demostraciones de poder y el interés que las acompaña por diferentes momentos históricos del país.
La Tenochtitlan de México y su Templo Mayor, los edificios y templos ahora enterrados de la ciudad, las ricas obras arqueológicas, escultóricas, pictóricas y cerámicas que no dejan de impresionarnos; nos hablan siempre de ese poderío y que el pueblo mexica ejercía sin miramientos.
El periodo Virreinal, albergó edificios majestuosos como el Palacio Nacional, además de innumerables arquitecturas, la fastuosa Catedral con sus secretos lugares, y las 85 iglesias del Centro Histórico que mantienen una riqueza de arte religioso excepcional que ningún otro lugar tiene, después quizás de Roma, y nos recuerdan de ese poder ejercido por el reino más importante de esa época, que fue España, y que desde la Ciudad de México creó la Nueva España a través de lo político, lo cultural, y lo religioso.
En el centro histórico de la Ciudad de México queda impreso de manera espectacular todo el espíritu de lucha de la Revolución Mexicana, la Independencia, y las invasiones extranjeras que arremeten contra nuestro país.
Fue el 13 de agosto de 1521 que Tenochtitlan cayó. También el 13 de agosto de 1790, 262 años después, descubren la pieza monumental de la Coatlicue haciendo trabajos de drenaje, en el área del Templo Mayor, y esto es la fuerza cíclica de estas tierras. La diosa de la muerte, de la fertilidad y la vida, la de la falda de serpientes –que mostraba un cráneo al frente y otro en la espalda, y que tenía el corazón expuesto– fue motivo de terror, vergüenza y asco. Fue trasladada al edificio de la Real y Pontificia Universidad de México después de ser desenterrada. En sus patios estuvo exhibida, provocando que los indios le llevaran flores y ofrendas.
“La gente comenzó a venerar a esta piedra prehispánica, por la tarde iba a la Universidad con cirios, veladoras y demás ofrendas, y se postraba frente a la figura, lo que además de dar muestra de ese interés por el pasado, era un signo de las primeras inquietudes independentistas”. (Eduardo Matos Moctezuma).
Al ser comparada con las obras grecolatinas, y lo considerado arte en esos tiempos en ese recinto, fue tanto el horror provocado, que fue ordenado que fuese enterrada de nuevo por los hombres que deciden. Su reivindicación fue cuando Alexander Humboldt, la sacó de su entierro y su tortura y pidió su exhumación. Sin embargo, fue enterrada de nuevo después de esa ocasión. Más adelante sería desenterrada para ser mostrada detrás de un pudoroso biombo dentro de la Universidad, y luego en 1825 mostrada en el Museo Nacional, y actualmente, en el Museo Nacional de Antropología. Ahora, nos maravilla, nos asombra, y quizás apenas empezamos a comprender a estos pueblos de nuestro pasado.
Coatlicue es un buen ejemplo de nuestra relación con el pasado: Es complicado. Mario Palacios Kaim, como es su nombre que le dijeron al nacer, nos muestra en el presente los hermosos palacios de nuestra imaginación mientras nos movemos dentro de nosotros de un lugar a otro, quizás con la intención de que también nos hablen estos espacios de nuestros orígenes.
Lo hace vívidamente colocando la placa de hierro al sol, marcando el lienzo con imágenes de causa y efecto, la sombra marcada por el sol, y matemáticas más allá de la comprensión humana. Primitivo y primigenio. ¿Quién es el creador? ¿El artista, el sol, el espectador? Cuando llevé a algunos norteamericanos a esta exposición, se sorprendieron y me preguntaron si las huellas del sol en el lienzo eran un mapa del Templo Mayor, entonces les contesté: ¿Y por qué no?
Porque la obra de Mario Palacios disuelve el ego. Él retrocede y deja que las cosas sucedan, y entonces emerge algo otro. Por ejemplo, lo que nos interesa de la vida. O lo que no nos importa. Hay un momento inolvidable en su exposición cuando varios espejos de agua que se miran negras yacen en el suelo de una habitación semioscura, rodeados de sus obras gráficas. Esto proporciona una experiencia en la que la revelación ocurre durante la reflexión, la semi oscuridad y la intimidad. Allí hablamos con él, con Mario circunspecto, varias veces en público varios espectadores. Creo que esto es algo muy espiritual, el diálogo.
Recuerdo que el monarca mexica Moctezuma II tenía un cuarto negro en su palacio para la meditación. Me imagino que fue similar a este de Mario, cuando el jerarca escuchó profecías, mandatos, consejos y reprensiones que estaban más allá de él. Necesitamos luz, oscuridad, noches para silenciar el ruido y necesitamos momentos de conexión. Mario nos habla de las cualias, son las propiedades subjetivas de las experiencias conscientes. Lo que es, es, según la persona.
Vuelvo y veo los andamios de esta pirámide construida en el Zócalo de la ciudad. Está provocando una confusión inimaginable entre los transeúntes. Para ser precisos no se puede pasar por el Zócalo porque las calles aledañas están cerradas, abren entradas por lugares absurdos, todo bajo un sol calcinante, y una sensación total de frustración. Es demasiado agotador y sientes que te desmayas por el calor, la muchedumbre, y la violencia ejercida de no avisarte, de no decirte, sencillamente eres conducido como un animal por las calles entre rejas horribles, policías con escudos antimotines. Mis amigos norteamericanos preguntaron molestos ¿de qué se protegen estos policías? Le pregunté a un policía y me contestó con un guiño de que ellos nos protegían. Aterrador.
Cuando las únicas razones son políticas y no las de la racionalidad o los escrúpulos, se utilizan los elementos del pasado, sin querer comprender la complejidad de las manifestaciones como lo hace el verdadero artista, como lo hace Mario Palacios. Sin ello, todo se vuelve una estrategia política, un efecto visual. Esperemos que no sea así, y que esta pirámide Maya falsa moderna con palabras encima como mappings (multimedia de los años 60’s) en medio de la ciudad mexica, virreinal, y moderna, sea un acercamiento para profundizar nuestro pasado, y no para adornar un vacío, y un ejercicio del poder: el interés implícito.