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Opinión

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Los ajustes económicos acelerados de China

En la década que siguió a su adhesión a la Organización Mundial del Comercio en 2001, China experimentó un ajuste estructural integral, cuyos costos, si bien significativos, fueron ampliamente superados por los beneficios. Hoy, cuando el entorno interno y externo de China cambia rápidamente, otra transformación de este tipo está en marcha.

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SHANGHÁI. El modelo de negocios que sustentó el crecimiento económico chino durante más de dos décadas se ha derrumbado en los últimos años, especialmente desde el estallido de la pandemia del Covid-19. Ahora, la combinación de una mayor incertidumbre y una caída de la confianza proyecta una sombra oscura sobre la economía china.

Las razones inmediatas de la caída del modelo de negocios prevaleciente en China son externas. En particular, los acontecimientos geopolíticos –principalmente las fricciones comerciales cada vez más agudas, sobre todo con Estados Unidos– han sacudido al sector exportador chino. Y la administración entrante del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, está dispuesta a introducir aranceles aún más altos sobre los productos chinos y restricciones más estrictas al acceso de China a tecnologías extranjeras. Muchos de estos acontecimientos se vienen anunciando desde hace rato: ya en 2013, la economía china se enfrentaba a una alta volatilidad y a un riesgo financiero galopante. Al haberse inyectado demasiado crédito en infraestructura física e inmobiliaria, la relación entre deuda y PIB se disparó y el exceso de capacidad afectó a varios sectores, como la minería de carbón, el acero y el cemento.

Los máximos dirigentes chinos reconocieron la necesidad de frenar el crecimiento de la inversión y encontrar nuevas fuentes de productividad, y admitieron que para ello podría ser necesario que el país pasara por otro periodo de importante transformación estructural. En 2015, el gobierno introdujo un conjunto de políticas destinadas a acelerar los ajustes del lado de la oferta, promover una transformación estructural (en particular, a través de la adopción de tecnologías digitales) y fomentar la inversión en industrias de vanguardia, como la microelectrónica, la inteligencia artificial, los productos biofarmacéuticos, los paneles solares, las baterías de litio y los vehículos eléctricos (VE). Muchos sectores –entre ellos, el inmobiliario, el manufacturero y el de servicios– desde entonces han experimentado ajustes significativos, que resultaron en un periodo doloroso de crecimiento en forma de L.

Pero la transformación necesaria está lejos de haber terminado, y las condiciones económicas están cambiando de forma acelerada. Mientras los exportadores chinos enfrentan altos niveles de incertidumbre respecto del contexto externo, los ajustes de la política interna han sumido a los sectores inmobiliario y de la construcción en una situación de endeudamiento.

Para mitigar los riesgos, las empresas están adoptando cada vez más las tecnologías digitales, con una cantidad creciente de capital que fluye hacia la IA. Más empresas deberían seguir este camino. La penetración digital alimenta una competencia dinámica, en la que rápidamente aparecen empresas nuevas para desafiar, y destruir, a los actores tradicionales que no consiguen mantener el ritmo. Pero, aunque sigan surgiendo nuevas “vías”, sobre todo en industrias avanzadas, pronto se saturarán.

Los chinos utilizan cada vez más el término “involución” para describir la competencia innecesaria y excesiva que hoy asuela a algunas partes de su economía. Los jóvenes suelen invocar el concepto al hablar de la intensa competencia en el mercado laboral: en un momento en que crece la oferta de graduados universitarios de alto rendimiento, los modelos de negocios renovados y las modalidades de trabajo más flexibles han socavado la estabilidad de la creación de empleo.

Pero la involución también puede aplicarse a la saturación en sectores dinámicos o prometedores, provocada por la afluencia de recursos financieros y factores de producción. La industria de VE de China es un buen ejemplo. Gracias a inversiones gigantescas tanto de empresas establecidas como de nuevos actores, la producción china de VE se ha disparado de 1.27 millones en 2018 a 10 millones este año. Como era de esperar, este rápido incremento de la oferta ha provocado una caída de los precios.

Esto sugiere que la causa principal de la deflación china son los shocks de oferta, y no un déficit de la demanda. Y, de hecho, hay buenas razones para pensar que los efectos del lado de la oferta de los ajustes estructurales en curso son uno de los principales motores de la desaceleración económica de China. Pero la futura curva de crecimiento de China no tiene por qué tener “forma de L”. El país tiene todas las herramientas, y la resiliencia, que necesita para adaptarse a su nuevo entorno geopolítico, acelerar la transformación interna, impulsar el dinamismo económico y entrar en una nueva etapa de desarrollo.

Esto no quiere decir que China pueda alcanzar las tasas de crecimiento de hace 20 años. Al contrario, ya ha superado la fase de desarrollo en la que es factible un crecimiento sostenido de dos dígitos. El imperativo para los dirigentes chinos en los próximos años no será lograr el crecimiento a toda costa, sino compensar los costos sociales de la aceleración de la transformación estructural con esfuerzos para reducir la incertidumbre y mantener la estabilidad. En particular, el gobierno chino debería reforzar la red de seguridad social y destinar más gasto fiscal a apoyar los ingresos y el bienestar de los hogares. Al fomentar la confianza y la estabilidad, estos esfuerzos contribuirían en gran medida a mejorar la relación entre consumo y PIB de China.

El autor

Zhang Jun, decano de la Facultad de Economía de la Universidad Fudan, es director del Centro de China para Estudios Económicos, un grupo de expertos con sede en Shanghái.

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