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Fin de año: Ira y resentimiento
Leyendo el último artículo que Paul Krugman (Premio Nobel de Economía en 2008) escribió para el New York Times, encuentro un paralelismo que vale la pena retomar. No es menor señalar que Krugman ha sido un crítico del neoliberalismo y el monetarismo, pero, por supuesto, nadie lo podría tachar de socialista. Es partidario del comercio global y enemigo de los aranceles.
El artículo de Krugman parte de una reflexión de la situación de Estados Unidos y Europa cuando comenzó a escribir en ese medio, allá en el año 2000, y de cómo ha evolucionado hasta este momento. A principios de siglo había muchas personas en su país que veían el futuro con optimismo, pero, en buena medida este optimismo ha sido sustituido por la ira y el resentimiento.
De alguna manera, esta evolución la compartimos en México. En el año 2000 había muchas razones para ser optimistas. Las elecciones de aquel año se celebraron con éxito y transparencia. Se dio un cambio de partido en la Presidencia de la República y en el entonces Distrito Federal.
No sucedió lo que había pronosticado el ahora olvidado líder obrero Fidel Velázquez; me refiero a la frase que se le atribuye en el sentido de que el PRI había obtenido el poder a tiros y sólo así se lo quitarían. Fox asumió la Presidencia y López la Jefatura de Gobierno. La economía era estable y crecía luego de la crisis de 1995 que Zedillo había manejado y resuelto. La siguiente década y media sería de construcción de instituciones.
Ese optimismo -dice Krugman- fue reemplazado por la ira y el resentimiento no solo de las clases trabajadoras, que se sienten traicionados por las élites, sino por multimillonarios que no se sienten lo suficientemente admirados, dice con sorna el Nobel, y que parecen tener mucha influencia en la próxima administración de Trump. Por supuesto, se refiere a Elon Musk, Vivek Ramaswamy y otras personas muy ricas.
Algo parecido sucedió en México. Gran parte de la población perdió la confianza en las élites de los partidos políticos tradicionales (PRI, PAN y PRD) y eligió a López Obrador y un proyecto de Nación confuso, plagado de ocurrencias, caprichos y venganzas. Seis años después de una narrativa que alimentó el odio, hay incertidumbre en sectores de clases medias y, en menor medida, en sectores populares acerca del futuro. También hay ira y resentimiento. En el caso de las grandes fortunas de México, las 10 personas más ricas han sido las más beneficiadas por el sexenio de AMLO. De acuerdo con Forbes México su fortuna conjunta supera los 175 mil millones de dólares, lo que significa que tuvieron ganancias de más del 45%. Esto es lo que hay detrás del “primero los pobres”. A pesar de esto, las élites económicas no confían en el gobierno y sus operadores.
¿Por qué se desvaneció este optimismo de principios de siglo que existía en los EUA, Europa y de paso en México? Responde Krugman: “En mi opinión, se ha producido un colapso de la confianza en las élites: el público ya no tiene fe en que quienes dirigen el mundo sepan lo que hacen, o en que podamos suponer que son honestos.”
En nuestro país la situación es un poco distinta. Desde que yo recuerde, siempre se ha visto a la clase política mexicana como deshonesta, pero al menos se creía que sabía lo que hacía. Esta “confianza”, para decirlo de alguna manera, comenzó a desmoronarse durante Calderón y su guerra contra el narco. Con Peña terminó de hacerse polvo. López Obrador consiguió peores resultados con casi 200 mil muertes violentas en su periodo de gobierno. Son saldos de guerra civil, pero la población en su mayoría le sigue dando el voto de confianza.
Finalmente, Krugman propone enfrentarse a la kakistocracia (el gobierno de los peores) y así “tal vez encontremos el camino de regreso a un mundo mejor.” Por cierto, la palabreja esa, kakistocracia, fue elegida hace una semana por el periódico The Economist como la palabra del año. Según la publicación británica ese vocablo es el que mejor sintetiza lo ocurrido en 2024.
Si bien The Economist se refiere al regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, esto se puede ampliar a gobiernos como el de Milei o Sheinbaum. En fin, luego de seis años de un gobierno kakistocrático ya deberíamos estar acostumbrados.
Más allá de mis malsanas lecturas capitalistas y neoliberales, estoy de acuerdo con Krugman: hay que enfrentarse a la kakistocracia con la esperanza de que reencontremos el camino de la construcción de instituciones que funcionen y de paso echar a la calle a los mesías y corruptos. Los de antes y los de ahora.
Con esa esperanza me voy de vacaciones y les deseo a mis cuatro lectores felices fiestas.