Buscar
Opinión

Lectura 4:00 min

El automóvil de mi abuelo

Opinión

OpiniónEl Economista

Recuerdo las palabras de mi abuelo, un ingeniero electromecánico que trabajó en diversas industrias durante la etapa del llamado desarrollo estabilizador de México, incluso llegando a ser Subsecretario de Comunicaciones. Él veía en el automóvil algo más que un simple medio de transporte. “Los automóviles son el latido de la economía”, solía decir. Hoy, esa afirmación cobra un sentido especial ante la reciente medida arancelaria anunciada ayer por Trump.

El arancel del 25% sobre los automóviles importados a Estados Unidos, que afecta incluso a aquellos vehículos que cumplen con las reglas del TMEC, representa un duro golpe para México. Durante años, nuestro país se ha posicionado como un pilar fundamental en la cadena de suministro automotriz, exportando vehículos y autopartes por decenas de miles de millones de dólares. Se estima que México envía anualmente entre 2 y 3 millones de automóviles a Estados Unidos, cifra que constituye entre el 15% y 20% de las exportaciones manufactureras. Este sector, motor de empleo y desarrollo, se ve ahora amenazado por una política que desdibuja las fronteras de la cooperación comercial regional.

La medida no hace distinción alguna: tanto ensambladores como proveedores de autopartes se verán obligados a enfrentar costos adicionales, elevando el precio final de los vehículos entre 3,000 y 6,000 dólares por unidad. Esta alza de precios podría traducirse en una notable reducción de la demanda en Estados Unidos, principal mercado para la industria automotriz mexicana. Ante este escenario, las repercusiones se extienden más allá de los balances empresariales; el impacto se sentirá en cada eslabón de una cadena productiva que ha impulsado el crecimiento y la innovación a lo largo de décadas.

Sin embargo, la medida de Trump contiene ciertas sutilezas para los países miembros del T-MEC, que podrían abrir la puerta a revisiones futuras. Por ejemplo, se menciona la posibilidad de excepciones o ajustes en función del contenido regional efectivo de los automóviles, pero hasta ahora la redacción oficial no contempla ningún beneficio para aquellos vehículos que integran significativamente la producción regional.

Estas sutilezas podrían traducir mayores complicaciones para los importadores. El anuncio de la Casa Blanca habla que “a los importadores de automóviles bajo el T-MEC se les dará la oportunidad de certificar su contenido estadounidense y … el arancel del 25% solo se aplicará al valor de su contenido no estadounidense”, dándole discreción al Secretario de Comercio de ese país para determinar cómo se implementarán. El problema es que la cadena de suministro de automóviles es tan compleja y multinacional que esta medida no será más que una complejidad adicional disfrazada de respeto al T-MEC.

El T-MEC, que fue diseñado para fomentar el comercio justo y robustecer las economías de la región, se ve ahora ensombrecido por una medida que ignora el valor del contenido regional. Aunque las reglas de origen exigen que al menos el 75% del contenido de los vehículos provenga de la región, la aplicación general del arancel rompe con la lógica de integración y cooperación que ha caracterizado nuestro éxito en el sector. La incertidumbre generada por esta política podría, además, desacelerar la inversión extranjera directa y afectar el delicado equilibrio del tejido productivo mexicano.

La sabiduría de las palabras de mi abuelo resuena hoy más que nunca: los automóviles son el pulso que mantiene viva la economía. Sin embargo, las medidas populistas-nacionalistas de aquellos que no entienden esto dará una ventaja competititva a otros países y regiones, en perjuicio de México, Canadá y Estados Unidos.

Temas relacionados

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí
tracking reference image

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete