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El camino hacia la prosperidad
Navegando por las redes sociales encontré recientemente un mapa que muestra todos los países con un PIB per cápita superior al de Polonia en 1990 y en 2018. La diferencia era asombrosa. Mientras hace 35 años había bastantes países de este tipo no solo en Europa, sino también en América Latina, Asia y África, con el paso del tiempo su número iba disminuyendo considerablemente. En 2018 ya no había ningún Estado latinoamericano o africano que apareciera resaltado en el mapa.
En 2025, el grupo se vio aún más reducido. Según los datos del FMI, el PIB de Polonia en 1990 era de apenas 6,690 dólares corrientes. En 2024, este valor se había multiplicado casi por 8 hasta alcanzar los 51,630 dólares. Todo ello en tan solo tres décadas: una generación. Y esta tendencia continúa.
Según las previsiones de la Comisión Europea, en los años 2024-2025 la economía polaca será la economía grande de más rápido crecimiento de la Unión Europea.
¿Cómo llegamos a este punto? Aparte del trabajo duro de nuestros ciudadanos, hay dos factores principales —o, para ser más precisos, dos instituciones— que han contribuido al éxito económico: la OTAN y la Unión Europea.
La primera, a la que Polonia se adhirió en 1999, proporcionó garantías de seguridad y ayudó a superar las décadas de división entre Europa Oriental y Occidental. La segunda, a la que nos incorporamos cinco años más tarde, llevó un paso más allá el proceso de reducción de las disparidades existentes desde hace mucho tiempo. Proporcionó a los nuevos Estados miembros acceso al fondo de cohesión y, lo más importante, al mercado común europeo.
Fuentes de éxito
Tras la caída del comunismo en Polonia en 1989 y el regreso de una política democrática desorganizada, pese a todas las disputas políticas cotidianas, una cosa se mantuvo constante independientemente de quién estuviera en el poder: la determinación de Polonia de unirse a las dos organizaciones mencionadas. ¿Por qué?
Somos una gran nación, pero un país de tamaño medio. Tenemos en gran estima nuestra antiquísima historia —este año se cumple un milenio de la coronación de nuestro primer rey—, pero nuestra población es mucho menor que, por ejemplo, la de Pekín y Shanghái juntas. Polonia necesita aliados para impulsar su potencial en la escena internacional.
Lo que funcionó en el caso de Polonia —que en 1990 era un país pobre tras cuatro décadas de dominación rusa y deficiente gestión económica— bien podría funcionar en muchas de las “potencias medias” de Asia, África y América Latina que buscan espacio para crecer.
En muchos casos, estos países necesitan lo que Polonia necesitaba desesperadamente hace 35 años y de lo que aún se beneficia: gestión eficiente, inversiones extranjeras sin condiciones pero, sobre todo, estabilidad política, un Estado de derecho y un entorno internacional predecible con vecinos dispuestos a trabajar juntos en beneficio mutuo en vez de librar guerras. De hecho, estos factores pueden beneficiar a todos los países, independientemente de su nivel de PIB.
A día de hoy, el orden internacional está siendo cuestionado en múltiples frentes. En ocasiones, por buenas razones. Instituciones fundadas hace décadas —incluidas la ONU y su Consejo de Seguridad— no son representativas de la comunidad mundial y son incapaces de abordar los retos a los que nos enfrentamos. Lo que necesitan, sin embargo, es una reforma profunda, no su rechazo completo.
Ilusiones imperialistas
Para aquellos que buscan un cambio sin mucha esperanza, la fuerza puede parecer atractiva. Esto sería un error. Abandonar los foros de diálogo internacional y recurrir a la violencia no tiene futuro.
Pongamos como ejemplo la agresión no provocada de Rusia contra Ucrania. Según la propaganda del Kremlin, es una reacción justificada al imperialismo occidental que supuestamente amenaza la seguridad de Rusia. En realidad, es una guerra colonial moderna contra el pueblo ucraniano que, al igual que nosotros, los polacos, hace 30 años, quiere una vida mejor y se da cuenta de que nunca podrá alcanzar este objetivo volviendo a estar sometido a Rusia. Este es el motivo por el que se les castiga: un esfuerzo por liberarse del control de una antigua metrópoli. La agresión del Kremlin es una lucha desesperada de un imperio en decadencia por restaurar su esfera de influencia.
Una victoria rusa, ojalá nunca llegue, no crearía un orden mundial más justo. No beneficiaría a los países descontentos con la situación actual. Ni siquiera implicaría una Rusia más justa y próspera. Basta con decir que en la actualidad hay más presos políticos en Rusia que en la década de 1980, cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. También hay muchas más víctimas.
La guerra rara vez es un atajo hacia la prosperidad. A lo largo del último milenio, Polonia ha vivido una serie de invasiones y levantamientos contra las fuerzas de ocupación. Lo que finalmente nos trajo prosperidad fueron tres décadas de paz, previsibilidad, cooperación internacional y estabilidad política.
Por eso, al asumir la Presidencia del Consejo de la Unión Europea, Polonia dejó clara su prioridad: la seguridad en sus múltiples dimensiones, desde la militar hasta la digital, pasando por la económica. Una Europa segura, próspera y abierta a los negocios puede beneficiar no solo a los europeos, sino a una comunidad global más amplia. Al igual que benefició a Polonia durante las tres últimas décadas.
Puede parecer aburrido, pero funcionó. Basta con ver las cifras.
*Radosław Sikorski es el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia.