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Opinión

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Claudia; la mujer y el poder

Finalmente, Claudia Sheinbaum ha tomado protesta de su cargo como nueva Presidenta de la República. Su ascenso al puesto ha sido considerado por muchas voces y plumas, en especial de sus adeptos, como un hecho histórico por tratarse de la primera mujer que asume este cargo en nuestro país. 

A primera vista, este suceso tendría que catalogarse como un progreso trascendental en la lucha por la equidad de género, que debería alegrar a todos quienes se consideran feministas. No obstante, las conductas que Claudia ha desplegado desde que se confirmó su victoria electoral, en especial con respecto a su mentor, López Obrador, han dejado muchas dudas sobre la autenticidad de su empoderamiento y sobre la autonomía que realmente tendrá para gobernar a México.

Existen muchos debates sobre el empoderamiento femenino y sobre las medidas más adecuadas para alcanzar la equidad de género en el medio profesional y político, pero definitivamente el ascenso de una mujer a un cargo de liderazgo, incluso al de Presidenta de la República, no conlleva necesariamente un avance en este rubro.

De acuerdo con Norma Cerros, en muchas sociedades, incluyendo la mexicana, se han desarrollado ciertos sistemas de creencias que se asumen como verdaderas por la colectividad, incluso si no existe evidencia científica que las soporte. Una de estas creencias es la idea de que las mujeres no son aptas para dirigir, porque se les considera demasiado emocionales, sensibles o delicadas, entre otros adjetivos (Rompe la Brecha, 2022). En línea con lo anterior, Mary Beard identificó que de hecho nuestras sociedades en realidad no tienen “ningún modelo del aspecto que ofrece una mujer poderosa, salvo que se parece más bien a un hombre” (Mujeres y Poder. Un Manifiesto. Crítica, 2018).

Esta distancia ideológica entre las mujeres y el poder ha provocado que algunas mujeres que se van internando en el medio profesional, o en el político, desarrollen ciertos sentimientos de inseguridad, o falta de confianza en sí mismas, que los expertos han identificado como el “síndrome de la impostora”. Una consecuencia de este fenómeno es que las mujeres tienden a minimizar sus propios logros e ideales, incluso para anteponer o complacer los de sus colegas o mentores, como una forma de agradecimiento por abrirles camino en un medio masculino. Así, no es raro ver mujeres que ocupan puestos de alto nivel, cuyas lealtades se encuentran comprometidas con algún mentor, quien fácilmente puede aprovecharse de la situación.

En el caso de Claudia, sus conductas públicas sugieren que podría encontrarse en este supuesto. Su formación académica es mucho más robusta que la de López Obrador y, de hecho, ha dado señales de tener un entendimiento más claro de los riesgos que implican algunas de las medidas impulsadas por su mentor. En el caso de la reforma judicial, pudimos observar algunos intentos tímidos de Claudia para mesurar el proceso legislativo, cuando percibió los efectos que éste provocaba en el tipo de cambio, y las reacciones de los inversionistas. No obstante, con cada acercamiento que se registraba entre Claudia y López Obrador, ella alineaba su conducta cada vez más a la postura radical de su mentor, incluso si con ello sacrificaba el rumbo de su propio sexenio.

También han sido notorios los intentos de Claudia por emular el lenguaje verbal y corporal de Andrés Manuel en sus eventos públicos, como si le importara más la trascendencia de la imagen personal de éste, que la construcción de su propio perfil como Presidenta.

De ser cierta esta hipótesis, nos encontraríamos ante un empoderamiento femenino simulado, que no implicaría un avance real en la lucha por la equidad de género, además de los daños que podría traer para el país.

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