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Opinión

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La competitividad europea en un mundo convulso

Las fallas en el régimen de sanciones de Occidente contra Rusia, junto con el fracaso de Europa a la hora de reformar su marco energético, han socavado la seguridad y la competitividad europeas. Como argumentó recientemente el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se necesita urgentemente un replanteamiento fundamental de las políticas y prioridades de Europa.

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MADRID. Al regreso de las vacaciones de verano, los líderes de la Unión Europea se enfrentan a una agenda común cargada. Entre las tareas prioritarias destacan: mejorar la respuesta a conflictos que nos circundan y reforzar su competitividad económica. 

Durante décadas, la UE ha confiado en la influencia económica como sustituto del hard power. Pero en tiempos de exacerbadas tensiones geopolíticas, el soft power no es suficiente. Prolifera la evidencia. Si la contracción de la base industrial europea y el desorden de las cadenas de valor no son suficientemente convincentes, la guerra de Ucrania debe hacernos reflexionar.

Este conflicto no sólo ha derribado el convencimiento de que las guerras a gran escala en Europa eran cosa del pasado, sino que ha demostrado que los vínculos y argumentos económicos tienen un alcance limitado en el comportamiento de los países. La economía rusa creció un 5.4% en el primer trimestre de este año y un 4% en el segundo –muy por encima del promedio mundial–, pese a enfrentar uno de los regímenes de sanciones más expansivos de la historia.

Una razón fundamental de esta resiliencia es la eficacia de Rusia de eludir las sanciones y adquirir bienes formalmente vedados, incluidos equipos de defensa y de alta tecnología. Más de la mitad del equipamiento militar que obtuvo Rusia entre febrero y agosto de 2022 contenía componentes fabricados en Europa o Estados Unidos. Y la mayoría de los semiconductores exportados desde China y Hong Kong a Rusia –comercio que se ha decuplicado desde que comenzó la guerra– tienen origen estadounidense.

Y el beneficio no va a las empresas occidentales que producen esos bienes al realizarse este comercio a través de complejas redes que involucran a terceros países. No es casualidad que desde la invasión de 2022, Armenia, Azerbaiyán, Georgia,Turquía y varios países de Asia central hayan aumentado espectacularmente su comercio con Rusia y con Europa. La industria tecnológica de Kazajistán es relativamente pequeña, pero sus exportaciones a Rusia se dispararon de 40 millones de dólares en 2021 a 298 millones en 2023.

La capacidad de Rusia para evitar las sanciones (a menudo con alto costo para las empresas occidentales) ha provocado oleadas sucesivas de reacciones de las autoridades europeas. Pero a pesar de las catorce rondas de sanciones introducidas en dos años y medio, los líderes europeos no han logrado soluciones eficaces. El comercio con Rusia es demasiado lucrativo para que los países intermediarios dejen pasar la oportunidad. La UE cuenta con medidas para salir al paso: en términos de cooperación (por ejemplo, paquetes de ayuda) o de retorsión (sanciones secundarias), sin perjuicio de que estas últimas tienen dinámicas propias que podrían resultar perjudiciales para los intereses económicos y securitarios europeos.

Los intermediarios también protagonizan el flujo de mercancías en sentido opuesto: aunque la UE ha buscado reducir la dependencia energética de Rusia, con frecuencia termina importando (a través de terceros países como la India) combustible ruso refinado a precios inflados. Incluso muchos países de la UE todavía dependen de la importación directa de energía rusa. En la actualidad, Austria recibe nada menos que el 98% del gas natural que consume de la empresa estatal rusa Gazprom, y su dependencia ha crecido desde el inicio de la guerra en Ucrania. Además, entre 2021 y 2023, la importación de gas natural licuado ruso con destino a la UE ha crecido un 37.7%, elevando la factura energética (por el mayor costo del GNL), lo que aumenta la tensión interna.

La incapacidad de la UE para actualizar su fragmentado y reactivo sistema energético le ha impedido equilibrar las consideraciones geopolíticas con las realidades económicas. Esto no sólo ha erosionado su soft power –incluida su credibilidad internacional y su competitividad económica–, sino también su capacidad para invertir en el fortalecimiento de su hard power.

Esta situación obliga a reconsiderar desde la raíz las prioridades y políticas de Europa, señala Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo y ex primer ministro de Italia, señala en un nuevo informe. Sugiere, por ejemplo, que la UE debería abandonar la política de impedir fusiones de empresas en defensa de la competencia –una práctica que muchas veces ha impedido a las empresas europeas alcanzar un tamaño que les permita competir en el nivel global– e introducir un nuevo régimen de supervisión ex post facto.

En un sentido más amplio, Draghi sostiene que es urgente que la UE fortalezca la base industrial, simplifique el marco regulatorio y aumente la inversión en defensa e innovación. Sin reformas en este sentido –bien diseñadas e implementadas en forma rápida–, la UE corre riesgo de quedar aún más rezagada y no puede permitírselo. Y los riesgos serán mayores si Donald Trump regresa para un segundo mandato en la Casa Blanca, algo que previsiblemente convertiría a Estados Unidos en un socio menos fiable y profundizaría la vulnerabilidad económica y de seguridad de Europa.

La autora

Fue ministra de asuntos exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.

Copyright: Project Syndicate, 2024

www.project-syndicate.org

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