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Del dolor, la frustración y su razón: El fenómeno de la desaparición
La realidad atroz que hemos de nueva cuenta evidenciado en torno a las desapariciones en México, da cuenta de un problema sistemático de la violencia, donde lamentablemente el fenómeno de la desaparición, ya normalizada en nuestro léxico y en la vida cotidiana ha cobrado sitio. Ya de por sí es muy doloroso asumir la cantidad de desapariciones a las cuales nos hemos enfrentado por más de veinte años, en donde miles de familias hoy siguen luchando por encontrar algún rastro que dé cuenta de sus seres queridos. No importa si es un pedacito de tela, un calcetín, un arete, o un par de zapatos, un morral, un pañuelo o una cadena… en la marcha de la búsqueda de un ser desaparecido, todo resto y rastro es un respiro.
Reconocer que este sexenio abre la puerta a hablar de la desaparición, y a su vez, proponga en el espacio público medidas para fortalecer a la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas, es un avance. Establecer medidas para fortalecer las búsquedas con mayores sanciones -equiparar el delito de desaparición al de secuestro-, o buscar crear coordinación entre autoridades locales, estatales y federales, a su vez, indica que, en el discurso, los pasos son correctos, -aunque algunas de estas iniciativas, ya se encuentren contenidas en la Ley General de Desaparición Forzada de Personas, Desaparición cometida por particulares y del Sistema Nacional de Búsqueda de Personas.
Sí, es evidente que leyes tenemos, el problema es la implementación, de la mano del presupuesto y la voluntad de hacerlo a nivel institucional en los tres ordenes de gobierno. El problema de la desaparición requiere aproximaciones más allá de los discursos y las retóricas, necesita compromiso, crítica y acción de la mano de observaciones más amplias que asuman la complejidad del fenómeno. Para tener una idea, de acuerdo a los últimos reportes de la Comisión Nacional de Desaparición del 11 de marzo, en el país se habían contabilizado aproximadamente 123 mil 808 personas desaparecidas y no localizadas, donde los rangos de edad oscilan entre 10 y 24 años, lo cual ya es increíble. A esto se le suma, la terrorífica aparición desde hace años de fosas clandestinas, y centros de reclutamiento forzado.
Las cifras de las fosas registradas de conformidad a la información recabada por la Plataforma Ciudadana de Fosas para agosto del 2023 oscilaban en más de 5600 registros, en aproximadamente 520 municipios que también han formado parte de nuestra experiencia cotidiana. Pero quedarnos ahí, implicaría que nos resignamos. Pensar la condición de posibilidad de la desaparición en México, nos obliga a involucrarnos en reflexionar críticamente lo que como sociedad estamos reproduciendo y condicionando como una forma de convivencia social, por más doloroso e insoportable que esto sea. La desaparición, producto de la violencia que hemos construido, permitido y normalizado, nos obliga a hacer preguntas incómodas, donde todos socialmente debemos de hacernos responsables.
Hoy la desaparición se ha convertido en un mecanismo normalizado, donde la cultura de la vida desechable es parte, de una socialización que amerita abrir un espacio de reflexión. ¿Qué hace posible que una persona desaparezca y que pueda ser aniquilada hasta volverla ceniza? ¿En que circunstancias alguien puede desaparecer y por qué? ¿Quiénes son quienes desaparecen y en mano de quién?... Pensar nuestras funciones, leyes, normas y reglas de comunicación-, pudiera adentrarnos a nuevas perspectivas donde quizá las formas de relacionarnos socialmente a partir de procesos económicos, tecnológicos y culturales, estén brutalmente atrofiados, reproduciendo una violencia sistémica y material, con lógicas de sentido, que no nos hemos detenido a pensar a profundidad. Reconocer el problema, no significa que estemos comprendiendo la razón y el dolor del mismo. Tampoco asumir en un discurso el reconocimiento, implica que nos haremos responsables en términos de acción para contenerlo, prevenirlo y erradicarlo. Es momento de asumir nuestra responsabilidad y hacer las preguntas centrales, para confrontar nuestras formas relacionales y nuestra posible permisividad ante el fenómeno de la desaparición, porque nos guste o no, la apatía y la indiferencia son formas de reproducirla y negarla todos los días.