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Donald Trump es un globalista
Cuando el término globalismo se popularizó por primera vez en la década de 1940, era una etiqueta -sinónimo de “hitlerismo”- para la búsqueda de ventajas a escala internacional sin fundamento ético. Lejos de representar un rechazo al globalismo, Donald Trump y su movimiento MAGA han abrazado su significado original.

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PRINCETON – Nadie ha sido más consecuente al denunciar a los globalistas y al globalismo que Donald Trump. Puede que “arancel” sea su palabra favorita, pero “globalista” es su epíteto preferido. Qué irónico, entonces, que Trump y su segunda administración hayan emergido como una monstruosidad ultraglobalista.
Sin duda, el movimiento MAGA (Make America Great Again) de Trump trata ostensiblemente de dar la espalda al resto del mundo. Haciendo eco del movimiento aislacionista “América Primero” del aviador Charles Lindbergh de la década de 1930, su objetivo es desmantelar los lazos transfronterizos que han sustentado las relaciones económicas durante décadas.
Antes de MAGA, el comercio libre y abierto estaba a la orden del día. Países como China y Rusia se incorporaron a la Organización Mundial del Comercio bajo el supuesto de que la integración a la economía global los impulsaría hacia la liberalización política. Un gran número de migrantes, cualificados y no cualificados, cruzaban a Estados Unidos cada año en busca de oportunidades económicas que no encontraban en su país. Pero el orden mundial liberal ha sido reemplazado por la desconcertante serie de aranceles de Trump, dirigidos principalmente contra los viejos amigos y aliados de Estados Unidos, y la a menudo brutal deportación de migrantes.
Además, mientras que Estados Unidos antes era la base de un sistema global de mercados de capital abiertos, ahora los asesores de Trump proponen medidas intervencionistas extraordinarias para instaurar un nuevo régimen. Entre otras cosas, pretenden convertir los bonos del Tesoro a corto plazo en bonos a muy largo plazo, una medida extremadamente disruptiva que la mayoría de los tenedores de bonos consideraría una suspensión de pagos. En cada caso, el objetivo de la administración Trump es derribar los pilares de un sistema que muchos partidarios del MAGA ya no consideran beneficioso.
Pero la realidad es que Trump sigue plenamente inmerso en el juego de la globalización. Su principal asesor y financista, Elon Musk, posee una vasta cartera internacional de intereses comerciales, especialmente en China, y el propio Trump posee propiedades inmobiliarias en todo el mundo. Estos intereses globales son fundamentales para la nueva política estadounidense. La única carta real que Trump podría usar para llevar al presidente ruso, Vladimir Putin, a la mesa de negociaciones es la perspectiva de una gran afluencia de inversión estadounidense en el sector energético y mineral ruso.
El enfoque “transaccional” de Trump (negociación internacional) es simplemente globalismo con otro nombre. El término “globalista” proviene de Ernst Jäckh, un académico alemán emigrado de la Universidad de Columbia que utilizó la palabra en un libro de 1943, La guerra por el alma del hombre, para describir la naturaleza del “hitlerismo”. El líder nazi, escribió Jäckh, “se ha embarcado en una ‘guerra santa’ como el líder enviado por Dios de un ‘pueblo elegido’, criado no para el imperialismo, sino para el globalismo: su mundo sin fin”.
Tanto Hitler como Stalin eran globalistas en el sentido de que consideraban la conquista y la expansión de su influencia como la clave para promover los intereses de sus regímenes. Ambos incluso tenían globos terráqueos en sus escritorios, una elección de diseño de interiores que Charlie Chaplin satirizó memorablemente en El Gran Dictador. Pronto, la etiqueta apareció en los debates sobre el lugar de Estados Unidos en el mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, quienes se oponían al internacionalismo estadounidense la emplearon como un término peyorativo (a veces con razón) contra el sistema de las Naciones Unidas o las intervenciones estadounidenses en Corea, Vietnam y Oriente Medio. En estos casos, la etiqueta tenía cierta fuerza retórica, ya que aún se entendía como una apropiación del poder global carente de cualquier principio ético subyacente.
Es cierto que algunos defensores de MAGA afirman seguir un principio más profundo en su intento de reformar el orden mundial: el soberanismo, la idea de que un país tiene un deber exclusivo con sus ciudadanos. Como declaró el vicepresidente J.D. Vance a Fox News en enero: “Amas a tu familia, luego a tu prójimo, luego a tu comunidad y luego a tus conciudadanos en tu propio país. Y después de eso, puedes centrarte y priorizar al resto del mundo”. Posteriormente, publicó en la plataforma X de Musk para explicar: “Simplemente busca en Google ‘ordo amoris’”.
Aunque es poco probable que los partidarios de Vance hayan entendido la referencia, esta desencadenó un acalorado debate entre los intelectuales. Ordo amoris (“orden del amor”) se refiere a la presentación de San Agustín de las consecuencias del amor divino. ¿Cómo pueden los cristianos cumplir con su deber de amar a todos los seres humanos cuando dicho amor inevitablemente implica decisiones, o lo que los politólogos modernos llamarían compensaciones? La respuesta de Vance es que la caridad (caritas) debe ir primero hacia quienes están más cerca de nosotros.
Pero en ninguna parte de la tradición agustiniana o cristiana se dice que la familia sea la primera prioridad, seguida de los vecinos geográficamente próximos, y así sucesivamente. Por el contrario, la caritas siempre se ha referido específicamente a las obligaciones hacia los extranjeros, y la globalización ha permitido desde hace mucho tiempo que dichas interacciones puedan darse a través de grandes distancias.
En una acción sorprendente y reveladora, el papa Francisco -quien tiene mucha más credibilidad para pronunciarse sobre la doctrina católica que el recién convertido Vance- planteó precisamente este punto en una carta dirigida a los obispos estadounidenses. “El verdadero ordo amoris que debe promoverse”, explica Francisco, “es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del ‘Buen Samaritano’”.
Asimismo, Juan Pablo II, el papa polaco a quien muchos conservadores en su día aclamaron, siempre enfatizó que la solidaridad -el amor fraternal- es fundamental para cualquier comprensión cristiana de un universo moral debidamente ordenado. Y Pío XII, como enfatiza la carta de Francisco, formuló una Constitución Apostólica sobre la Atención a los Migrantes.
El globalismo, como una búsqueda de ventajas a escala internacional sin fundamento ético, es la esencia del MAGA. Promueve una visión que, en última instancia, producirá desorden, en lugar de orden. Jäckh tenía razón sobre la batalla por el alma del mundo. La salvación para Estados Unidos podría residir ahora en que Estados Unidos vuelva a tener principios.
El autor
Harold James, profesor de Historia y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, es autor, recientemente, de Siete Crisis: Las Crisis Económicas que Moldearon la Globalización (Yale University Press, 2023).
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