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¿Esperanza o peligro? La ibogaína como alternativa para tratar adicciones
Recientemente, un paciente llegó a mi consultorio después de haber pasado por una experiencia intensa en una clínica de ibogaína. Desesperado por liberarse de una adicción a los opioides, había encontrado en este tratamiento una última esperanza. Aunque experimentó ciertos beneficios, como una disminución de los síntomas de abstinencia, también se enfrentó a efectos secundarios graves y a una falta de seguimiento médico adecuado. Su historia resalta tanto las promesas como los peligros de esta sustancia en el contexto de un sistema de salud que aún no regula su uso en México y otros países de Latinoamérica.
En este país, el abuso de sustancias continúa en aumento. Según la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco (ENCODAT), el consumo de sustancias ilícitas ha alcanzado un 10.3% en personas de 12 a 65 años, con un incremento alarmante en jóvenes. A nivel mundial, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de 35 millones de personas padecen trastornos por consumo de sustancias, lo que exige enfoques terapéuticos innovadores y efectivos.
El sufrimiento y el estigma sobre este tipo de trastornos empuja a muchos pacientes a buscar alternativas que muchas veces los llevan a mayores riesgos y complicaciones. Por eso me resultó importante hablarles hoy de esta planta de poder a la que yo llamo la bisabuela de los enteógenos.
La ibogaína ha ganado atención como tratamiento potencial para las adicciones a opioides y alcohol, pero su situación en México se encuentra en un “limbo legal,” lo que ha permitido que diversas clínicas operen sin una regulación adecuada. La carencia de supervisión profesional y el desconocimiento de sus riesgos incrementan el peligro para quienes se someten a estos tratamientos. Esta falta de regulación ha generado tanto relatos de éxito como de consecuencias graves, lo que resalta la urgencia de que las personas se informen y comprendan los riesgos antes de someterse a esta terapia.
El paciente del que les hablé al comienzo de este artículo fue a una clínica de ibogaína y lo trataron personas que no estaban preparadas para suministrar esta molécula. Después de darle la ibogaína, estos clínicos lo dejaron completamente solo en un cuarto durante un largo periodo. Aunque de vez en cuando entraba una enfermera a tomarle la presión, el paciente se sintió abandonado. Sufrió de una gran molestia en su estómago y pensó que se iba a morir allí encerrado. Después de un día en la clínica —el viaje de ibogaína puede extenderse hasta 36 horas—, el paciente se fue de allí sin ningún tipo de integración o contención por aquellos que prometieron ayudarle.
Históricamente, la iboga, de la cual se deriva la ibogaína, tiene un profundo significado espiritual para la comunidad Bwiti en Gabón. Por siglos, ha sido utilizada en ceremonias para conectarse con los ancestros y sanar el espíritu, guiando a los participantes a través de visiones profundas y transformadoras. La planta fue dada a conocer en Occidente por exploradores franceses durante la época colonial, pero fue hasta los años 60 cuando Howard Lotsof, un investigador estadounidense, identificó su potencial para el tratamiento de adicciones, abriendo la puerta a una investigación en Occidente sobre sus aplicaciones terapéuticas.
La experiencia con ibogaína, conocida comúnmente como "el viaje de ibogaína," es muy diferente a la de otros psicodélicos y, en muchos sentidos, más desafiante. A diferencia de sustancias como el LSD o los hongos psilocibios, que se usan ocasionalmente en contextos recreativos, la ibogaína es una herramienta poderosa que rara vez se utiliza con fines recreativos.
El viaje de ibogaína se divide en dos fases: la visual introspectiva y la de procesamiento profundo. Durante la fase inicial, el individuo suele experimentar intensas visiones oníricas, que en muchos casos traen a la superficie recuerdos y traumas profundos, a menudo de manera confrontativa. No es una experiencia de “escape” ni de euforia, sino un enfrentamiento con aspectos oscuros y reprimidos de la psique, lo que puede ser emocionalmente agotador.
La segunda fase, el proceso de introspección y análisis, se caracteriza por un estado de profunda reflexión, donde la persona sigue despierta pero en un estado de agotamiento y de baja estimulación. Este es un momento de procesamiento y resignificación de las visiones, en el cual se pueden experimentar sensaciones físicas y psicológicas difíciles, como náuseas, malestar general o fatiga extrema.
Debido a la duración y la intensidad de la experiencia, así como a la naturaleza a menudo confrontativa del viaje, la ibogaína no es un psicodélico que la gente busque para uso recreativo. Además, los efectos pueden ser tan exhaustivos y desafiantes que muchos de los participantes aseguran no tener intención de repetir la experiencia sin un propósito terapéutico claro. En lugar de proporcionar una experiencia de “escape,” la ibogaína empuja a los usuarios a enfrentar sus miedos y traumas, razón por la cual se considera una herramienta poderosa, pero también riesgosa, para el tratamiento de adicciones y problemas psicológicos profundos.
Aunque los beneficios terapéuticos de la ibogaína se han documentado en estudios preliminares, el uso seguro de esta planta requiere un monitoreo riguroso debido a los riesgos cardiacos y psicológicos asociados. Esto subraya la necesidad de estudios clínicos exhaustivos que ayuden a comprender su mecanismo de acción, establezcan dosis seguras y guíen sobre los perfiles de pacientes adecuados para este tratamiento.
El futuro de la ibogaína en el tratamiento de adicciones parece prometedor, pero México y otros países deben crear un marco regulatorio que permita su uso ético y seguro, protegiendo tanto la integridad de los pacientes como el valor cultural de esta planta. Mientras exploramos soluciones modernas para problemas complejos como las adicciones, también debemos recordar el respeto y aprendizaje de las prácticas ancestrales que enriquecen nuestro enfoque en la medicina y la sanación. La ibogaína nos invita a equilibrar la ciencia y la tradición en nuestra búsqueda de métodos efectivos y seguros de sanación.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias con la ibogaína. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua. ¡Hasta la próxima!