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El gran atraco al INFONAVIT
“Para la brillante, honesta y habilidosa política tabasqueña Georgina Trujillo, quien también dejó, después de toda una vida, su militancia priista. La lista crece, como crecieron las aguas en el diluvio a Noe”.
Tenía 10 años en 1972, año en el que se creó el INFONAVIT, pero lo tengo muy claro porque mi padre dejó de ser director general de Previsión Social, en la secretaria del trabajo, a cargo de Rafael Hernández Ochoa (político de fuste y especial inteligencia, luego gobernador de Veracruz) para convertirse en el primer subdirector jurídico del INFONAVIT, que comandaría un joven economista llamado Jesús Silva Herzog. Ambos no pasaban de los 35 años.
Don Jesús me contaría 30 años después, que su primer sorpresa y responsabilidad consistió en depositar un cheque a su nombre por 100 millones de pesos, que le entregó en un folder el presidente Luis Echeverria, para iniciar los trabajos de la naciente institución.
La iniciativa de la creación del INFONAVIT, surgió de una vieja demanda plasmada en el artículo 123 constitucional, en el que se consideraba derecho de los trabajadores poseer una vivienda digna para vivir. Algunas empresas la proporcionaban, pero cuando el trabajador dejaba la empresa tenía que dejar la casa también, lo que de facto convertía ese derecho en una especie de tienda de raya para la empresa y el trabajador.
La ley orgánica de la institución mandaba que su dirección fuera tripartita (como funciona el IMSS) es decir que en las decisiones del INFONAVIT la tomaran los trabajadores, los empresarios y el gobierno y que tuvieran igual voz y paridad en las decisiones, aunque la junta de gobierno recibiera, a propuesta del gobierno, el nombre de quién la presidiría como director general.
La estabilidad, el relativo éxito y el enorme crecimiento del fondo con el que se financia la vivienda de los trabajadores (2.4 billones de pesos) se debe al delicado balance democrático y político que los tres jugadores que dirigen la institución habían mantenido por más de 50 años.
Grandes luchas y algunos escándalos se han dado en su seno. La lucha más valiosa, en un inicio, consistió en que no se privilegiara por ley a los trabajadores afiliados a la CTM, como los primeros destinatarios de vivienda o de créditos para evitar el clientelismo político y en ello don Jesús y mi padre, Miguel González Avelar, obtuvieron un triunfo contra el muy poderoso Fidel Velásquez. Era otro México y otros tiempos, en los que la honestidad a secas y la intelectual y política tenía valor y eran reconocidas.
Años después, durante la presidencia de Peña Nieto y la dirección de David Penchina, fui invitado a trabajar como director de transparencia y acceso a la información, el último año fuimos calificados como la institución número 1 en transparencia y acceso a la información, cosa nada fácil en una institución compleja y por obvias razones llena de intereses de todo tipo. Es chistoso como la vida da vueltas.
Esta semana pasada, en la muy conocida tradición morenista de destrucción institucional, se modificó por el senado el artículo 42 de la ley del INFONAVIT. Con ello, el muy cuestionado director actual, Octavio Romero (que acabó de destruir a PEMEX) tendrá la mayoría, por ley, de todos los comités de gobierno, uso y vigilancia de la institución. Con ello, logrará la disposición absoluta y sin contrapeso de los 2.4 billones de pesos que tiene el fondo de recursos líquidos, dinero que por cierto no es del gobierno, sino de los trabajadores de México, y que se ha construido con sus aportaciones y la de los patrones. Un verdadero atraco en despoblado, para con ello construir clientelas políticas a través de la vivienda y favorecer grupos específicos de interés político y económico. Ni en los años 70 una idea como esa pudo imponerse. De un plumazo y con total impunidad se acabó el gobierno democrático dentro del INFONAVIT y se acabará la pulcritud con la que se quiso construir esa institución de los trabajadores, al servicio de los trabajadores y para los trabajadores, sin necesidad de tener filiación política. Nada más, pero nada menos, también.