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No habemus Papa
“Dios le permitió vivir hasta el Domingo de Resurrección para que diera su bendición ‘Urbi el Orbi’” –me dijo mi amigo Palemón, en referencia a la muerte de Su Santidad Francisco. Palemón abandonó la carrera religiosa antes de consagrarse al Señor pero no así la religión católica que practica con grado de fanatismo. Cité al clásico en latín ‘quid quid erat’ —haiga sido como haiga sido— el Papa colgó la sotana –completé en español. Por la cara que puso la frase bilingüe no le gustó a mi amigo. Bueno —dije a modo de justificación— ni modo de decir que se lo cargó el payaso y menos chupo faros, que son eufemismos coloquiales que usamos en México para referirnos a la muerte. Dicho con todo respeto, le expresé a mi excompañero lasallista, quien antes de retirarse se santiguo como si yo hubiese dicho una blasfemia.
Tengo por el Papa Francisco gran admiración por su humildad y cercanía con la gente. Por su comprensión de los tiempos modernos. Por su apertura social y humana; su manera directa de comunicarse sin rodeos y hasta por su afición al fútbol –hincha de San Lorenzo de Almagro. Creo que fue un Pontífice progresista y reformador, hasta donde puede serlo sin alebrestar a la Curia Romana —remember Juan Pablo I. Pienso que predicó con el ejemplo. Seremos muchos en el mundo, creencias aparte, los que lo recordaremos con cariño.
Como se sabe, al final de un pontificado sea por muerte o por abdicación papal (como lo hiciera Benedicto XVI) la Iglesia Católica entra en un periodo llamado “Sede Vacante”. Durante este lapso, la institución es regida por el Cardenal Camarlengo y el Colegio Cardenalicio, sin que nadie asuma la figura pontificia, hasta que da comienzo el Conclave —derivado del latín ‘cum clave’ (bajo llave)— que dará inicio después de los funerales del Francisco I.
Se reunirán en la Capilla Sixtina, los cardenales menores de 80 años, serán 135 de los 252 que hay en el mundo que llegarán de todos los confines del planeta para elegir al sucesor de Jorge Mario Bergoglio. Suenan varios candidatos para ser el nuevo pontífice. Ojalá y el heredero del Anillo del Pescador (San Pedro) sea tan o más progresista que el jesuita argentino.
Me voy a permitir sugerir un proceso de sucesión papal rápido y eficaz y a la vez muy mexicano: Implementar la Tómbola Pontificia, donde se insaculen en una urna tarjetas con los nombres de los cardenales papables (a los que llamaremos, aquí entre nos, Santas Corcholatas). A continuación el más joven del Colegio Cardenalicio, quien por obvias razones no será papable y a la vez es el más inocente —si es que es posible—, guiado por el Espíritu Santo, meterá la mano a la urna y sacará la tarjeta con el nombre del nuevo Papa.
Este método ya fue probado en México y, según los senadores de Morena y acompañantes, funciona. Es un método rápido y barato que ahorra tiempo y dinero —los viáticos cardenalicios son caros: están acostumbrados a comer muy bien y a dormir mejor.
Punto final
Este texto que, espero, usted esté leyendo, sin confundir el respeto con la solemnidad, lo escribo el lunes 21 de abril, cuando exactamente se cumplen 16 años de que esta columna saliera a la luz pública en El Economista. Agradecido aquí sigo, emitiendo mi opinión de ciudadano de banqueta, sin mayor información de la que tienen acceso lectoras y lectores y, en ocasiones, aportando datos o haciendo una crónica con estilo propio y sentido del humor; sin que hayan faltado imprecisiones y gazapos y hasta faltas de ortografía en mi escritura; continúo en un proceso de aprendizaje: ensayo y error. Gracias, pues, al ingeniero Jorge Nacer Gobera por darme la oportunidad de incursionar en la arena periodística a los 63 años de edad y a Luis Miguel González, que con sus pláticas y con sus textos imparte cátedras de periodismo, política y economía.