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Hecho en Estados Unidos 2.0
La reacción bipartidista contra el libre comercio en Estados Unidos ha contribuido a una ola mundial de oposición a la globalización. Pero, en comparación con sus socios comerciales, Estados Unidos se encuentra en una posición envidiable, gracias a los bajos costos de la energía y una creciente capacidad para producir bienes de tecnología avanzada.
SAN DIEGO. La globalización está en su lecho de muerte, lo que se refleja en el desdén bipartidista por el libre comercio en Estados Unidos. Tanto el expresidente Donald Trump como la vicepresidenta Kamala Harris parecían felices con los aranceles en el marco de las elecciones presidenciales del mes de noviembre.
Esta reacción plantea un peligro mayor para el resto del mundo que para Estados Unidos. Después de la crisis financiera global de 2008, la economía estadounidense experimentó un considerable repunte a partir de 2016. Luego de la batalla electoral encarnizada de ese año entre Trump y Hillary Clinton, Estados Unidos superó a los otros países del G7 en crecimiento, productividad y retornos del mercado bursátil.
Comparado con sus socios, Estados Unidos parece más vibrante y mejor equipado –con su gigantesco mercado interno de 340 millones de personas– para capear la tormenta comercial. Las exportaciones representan apenas el 11% del PIB de Estados Unidos, pero casi el 50% del PIB alemán. Mientras que China aspiró los empleos fabriles en los años 1990, gracias a su gigantesca fuerza laboral de bajo costo, los ejecutivos en Estados Unidos hoy encuentran que el régimen estricto y las alzas salariales del país han mancillado la marca “Hecho en China”. Al mismo tiempo, los vastos recursos energéticos de Estados Unidos y los centros de innovación en Silicon Valley, Austin y Raleigh-Durham están revitalizando la opción “Hecho en Estados Unidos”.
La historia coloca las cosas en perspectiva. En el verano de 1944, una victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial parecía más segura: las tropas estadounidenses, británicas y canadienses desembarcaban en las playas de Normandía, mientras que la Flota del Pacífico había recuperado casi todo el territorio arrebatado por Japón. ¿Qué forma cobraría el mundo, entonces, una vez que se disipara el humo?
Estados Unidos les hizo un enorme regalo de posguerra a aliados y exenemigos por igual al promover el libre comercio. Si bien Estados Unidos tenía la potencia militar y el músculo manufacturero para asegurarse un dominio imperial, eligió, en cambio, la apertura económica. El gobierno de Estados Unidos convocó a los ministros de Finanzas a Bretton Woods para diseñar nuevas reglas para el sistema monetario internacional y abrió sus fronteras de par en par a las importaciones, permitiéndoles a los consumidores estadounidenses comprar radios de bolsillo Sony, Escarabajos de VW y mucho más. (Por supuesto, Estados Unidos también impuso algunas medidas proteccionistas).
¿Por qué Estados Unidos eligió este camino? Dos palabras: Guerra Fría. El gobierno estadounidense, con su ojo puesto en el próximo conflicto, empezó a jugar un ajedrez económico, mientras los soviéticos todavía estaban descifrando cómo armar el tablero. El capitalismo se había convertido en un deporte de equipo y Estados Unidos tenía que reclutar más jugadores.
Esta política fue contraria a la historia reciente. Estados Unidos podría haber vuelto al proteccionismo de la Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, que había aumentado los aranceles promedio sobre más de 20,000 productos en un 60%, al recortar dos terceras partes de las importaciones. Por el contrario, sucedió algo extraordinario: la Marina desplegó más de 6,700 buques para garantizar la seguridad de las rutas marítimas y renació la globalización. Los países ahora podían dedicarse a producir bienes que se alinearan con su ventaja comparativa y acceder a productos que no estaban disponibles a nivel local. Pronto los alemanes, los japoneses y más tarde los surcoreanos estaban experimentando milagros económicos.
Como resultado de ello, el mundo se volvió fabulosamente rico. El PIB global se disparó de alrededor de 1 billón de dólares en 1960 a más de 100 billones de dólares en 2022, mientras que la pobreza extrema global cayó del 54% a menos del 10%, y la expectativa de vida subió de 50 a 73 años.
Pero tres décadas y media después del fin de la Guerra Fría, la Pax Americana ha perdido su brillo. La Marina se ha reducido a apenas 296 buques y ciudades que alguna vez fueron grandes como St. Louis y Baltimore se han marchitado después de que las industrias manufactureras se trasladaran a China y México. A los ojos de los políticos populistas y los votantes en dificultades, la globalización se parece más a un caballo de Troya que a un pilar de la seguridad nacional estadounidense. Esto, en gran medida, se debe al ascenso de China, país al que se percibe como el mayor beneficiario de la globalización.
Pero la profecía de que la economía china eclipsaría a la de Estados Unidos todavía no sucedió. De hecho, los costos laborales de China se han quintuplicado desde principios de los años 1990 y el país ahora enfrenta un colapso demográfico más severo que el del Imperio romano.
Estados Unidos, por el contrario, está experimentando un resurgimiento. Mientras la pandemia del Covid-19 expuso la fragilidad de las cadenas de suministro, el gasto de construcción industrial en Estados Unidos se duplicó de 2020 a 2022, y nuevamente de 2022 a 2024. Phoenix, Arizona y Columbus, Ohio, se están convirtiendo en polos de manufactura de semiconductores, mientras que Detroit vuelve a retumbar. Los bajos costos energéticos, producto de la revolución del esquisto, y la tecnología industrial avanzada han dado nueva forma a la economía de Estados Unidos –un desenlace que pocos podrían haber previsto a principios de siglo–. Esta reanimación también se ha hecho evidente en los mercados financieros, donde las empresas de pequeña y mediana capitalización centradas en los bienes de capital han obtenido mejores resultados en los últimos 10 años.
Es entendible que los inversores hoy estén nerviosos, frente a los temores a una recesión, la volatilidad de los mercados, los problemas de liquidez y las guerras en Ucrania y Oriente Medio. Pero a medida que se desarrolla la historia económica del siglo XXI, Estados Unidos no sólo se está robando el espectáculo, está escribiendo el guion. Quizá nos encontremos ante una gran actuación.
Los autores:
Todd G. Buchholz, exdirector de Política Económica de la Casa Blanca durante la presidencia de George H. W. Bush y director gerente del fondo de cobertura Tiger, es ganador del Premio a la Enseñanza Allyn Young del Departamento de Economía de Harvard. Es el autor de New Ideas from Dead Economists (Plume, 2021) y The Price of Prosperity (Harper, 2016), y coautor del musical Glory Ride.
Michael Mindlin es inversor de capital de riesgo y capital de crecimiento centrado en energía y software empresarial.