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La incongruencia no puede ser el fundamento para construir esperanza

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La transformación de México no puede depender únicamente de promesas políticas vacías; requiere de acciones empresariales y gubernamentales que realmente impacten la vida de sus ciudadanos. En un país donde la desigualdad sigue siendo abrumadora y la educación está en crisis, los empresarios tienen un papel fundamental que jugar. Es crucial que el liderazgo empresarial asuma su responsabilidad para impulsar un cambio tangible, apoyando un sistema educativo que fomente el pensamiento crítico y la movilidad social. Solo así podremos construir un futuro más justo y próspero para todos.

México no se alimenta de promesas vacías, sino de acciones concretas que toquen la realidad de cada ciudadano y no sólo pocas personas privilegiadas.

Cuando leo o escucho el segundo punto del decálogo de Claudia Sheinbaum: “No puede haber gobierno rico con un pueblo pobre”, pienso que, aunque bien intencionadas, sus palabras se desmoronan ante la cruda realidad de un México en el que prevalece un abismo de desigualdad.

La frase pretende simpatizar y conectar con la gente a través de una promesa de equidad, pero la vida cotidiana de millones de personas revelan una historia marcada por desafíos y desigualdades que persisten sin tregua.

Es imposible ignorar cómo vive nuestra clase política. La mayoría de las personas que tienen el privilegio de ocupar posiciones de poder político, durante y cuando terminan sus mandatos, acumulan fortunas que no pueden explicarse. El país continúa arrastrando los mismos problemas de siempre, sin importar quién esté en el poder: desigualdad, pobreza, inseguridad, narcotráfico y otras fallas que persisten y afectan a la nación. No sólo es la acumulación de riqueza lo que resulta inquietante, sino la desfachatez con la que muchas de esas personas -sin generalizar- exhiben su acumulación material, como si eso fuera motivo de orgullo, mientras el pueblo sigue luchando por sobrevivir.

Lo peor es que esto no es un fenómeno aislado; lo vemos todos los días en los mismos escenarios de siempre: funcionarios que se enriquecen, instituciones que se debilitan y exhibiciones de impunidad que se naturalizan en nuestra sociedad. Y ante esto, surge la pregunta: ¿Cómo puede la gente del gobierno mantenerse enriquecida mientras el pueblo sigue sumido en la pobreza? Para mí, eso es inconcebible.

Una verdadera transformación

La verdadera transformación social no vendrá de nuevas promesas políticas o programas asistenciales temporales. No basta la voluntad política o el discurso para -por ejemplo- una revolución educativa profunda, de gran calado.

La pobreza en México es estructural y su raíz es la falta de educación, de accesibilidad: solo cerca de 56% de los adultos de 25 a 64 años solo terminó la primaria.

La consecuencia directa de la situación en general mexicana, es un sistema educativo que no funciona, derruido, que no es capaz de construir bien común. Urge una movilidad social en contra de la alienación educativa porque, de lo contrario, si no frenamos la tendencia, estamos condenando a las futuras generaciones a que les sea más difícil disfrutar de un destino más próspero. A mi juicio eso -el rezago educativo-, más que la falta de riqueza, es lo que define a un país pobre.

Sueño con un México en el que no discutamos sobre políticos enriquecidos ni sobre un gobierno rico o pobre. Aspiro a un gobierno que se enorgullezca de haber logrado un pueblo bien educado, pues solo así alcanzaremos la verdadera prosperidad.

Un país con instituciones fuertes, con un sistema educativo que promueva el pensamiento crítico, la innovación y el emprendimiento, es un país donde la pobreza tendría los días contados.

Es imperativo transformar a fondo cada aspecto del trabajo gubernamental. Un claro ejemplo es el sistema fiscal en México, donde persiste una injusta distribución de la carga tributaria: mientras quienes menos tienen siguen siendo los más afectados, las élites económicas continúan beneficiándose de privilegios fiscales. Esta desigualdad no puede mantenerse.

Es un sistema diseñado para proteger a quienes ya tienen, perpetuando la concentración de riqueza en pocas manos. No podemos seguir ignorando el hecho de que nuestra estructura fiscal no está funcionando, que es necesario un cambio profundo para redistribuir la riqueza de manera justa. De lo contrario, seguiremos ampliando la brecha entre ricos y pobres, y el país seguirá sin encontrar el equilibrio que necesita para prosperar.

México en la encrucijada

Me gusta pensar que México está en un momento clave de su historia. Nos encontramos en una encrucijada donde el emprendimiento y la innovación pueden ser el motor que impulse a nuestro país hacia adelante. Sin embargo, las políticas actuales no fomentan lo suficiente la creación de nuevas empresas ni el desarrollo tecnológico. Las pymes, que son las verdaderas generadoras de empleo en México, están atrapadas en un entorno hostil, sin acceso al financiamiento que necesitan para crecer. Es aquí donde el gobierno debe intervenir, no sólo como regulador, sino como facilitador del cambio, creando un marco legal y económico que favorezca a los emprendedores y permita que la innovación florezca.

No obstante, este cambio no es sólo responsabilidad del gobierno. Nosotros, como empresarios, como líderes comprometidos con nuestro país, tenemos un papel fundamental. No podemos esperar que el cambio venga desde arriba si nosotros no estamos dispuestos a ser los primeros en tomar acción.

Este es un llamado a la reflexión, un momento para preguntarnos: ¿Qué más podemos hacer? ¿Cómo podemos utilizar nuestras posiciones de poder e influencia para crear un México más justo, más equitativo? El progreso de una nación no es una tarea exclusiva del gobierno: es una responsabilidad compartida. Cada uno de nosotros y nosotras debe asumir su rol como agente de cambio, y ese cambio debe empezar desde dentro.

La frase “No puede haber gobierno rico con un pueblo pobre” debe evitar convertirse en marketing político. Tendría que ser un compromiso real, tangible, que guíe nuestras acciones día a día. Un México próspero no será aquel que tenga más dinero, sino aquel donde la equidad, la justicia y la educación sean los pilares que sostengan a la sociedad. Si queremos ver un cambio en nuestro país, debemos empezar por ser parte de. Es hora de que cada uno de nosotros, desde nuestras empresas, desde nuestras comunidades, desde nuestros propios espacios de influencia, trabajemos por un México donde la riqueza no sea un privilegio de unos cuantos, sino una realidad compartida por todas y todos.

Es momento de soñar, sí, pero también de actuar. El futuro de México depende de lo que hagamos hoy. Y ese futuro, estoy convencido, puede y debe ser uno donde la esperanza no sea una promesa vacía, sino una realidad palpable para todos.

Abradezco este espacio en El Economista donde aspiro a ir aterrizando mis ideas en torno al compromiso que los empresarios mexicanos tenemos en la construcción del tejido social, más allá de buscar únicamente la rentabilidad económica.

*Jaime Cervantes Covarrubias es doctorante en Desarrollo Humano por la Universidad Motolinía del Pedregal CdMx, master en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana y master ejecutivo en Liderazgo Positivo Estratégico por el Instituto de Empresa en España.

Correo electrónico: jaime.cervantes@liderality.com

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