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México, un gigantesco cementerio clandestino
En un extraordinario reportaje publicado en Excelsior (20-III-25), hecho por Alfredo Peña, Daniel Sánchez Dórame, Karla Méndez, Gaspar Romero, Lourdes López, Roxana Aguirre, Gaspar Romero, Amanda Bautista y Aracely Garza, se afirma que en nuestro país cada día se encuentra una fosa clandestina y que los colectivos ubican 117 centros de exterminio.
A mis cuatro lectores les pido que se tomen unos segundos para aquilatar lo que significa esa información.
Familiares de los desaparecidos buscan en ejidos, ranchos, barrancas, terrenos, pozos y zonas serranas y desérticas; acuden a cualquier pista que alguien les dé y de esta manera han logrado ubicar estos 117 centros de tiro, reclutamiento, exterminio y entierros en 12 estados.
El Rancho Izaguirre, en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, ha saltado a las noticias nacionales e internacionales, pero detrás hay más historias, peores incluso, de cómo el crimen organizado (CO) ha conquistado espacios a base de sangre y con la aquiescencia o complicidad de las autoridades.
Citada en el reportaje mencionado, la organización A dónde van los desaparecidos ha documentado cinco mil 696 fosas clandestinas en 570 municipios del país, casi una por día desde 2007. cuando se intensificó la guerra contra el CO.
En Coahuila, las buscadoras hablan de 27 zonas de exterminio detectadas en la última década en la región de La Laguna. El tristemente célebre ejido Patrocinio, municipio de San Pedro de las Colonias, fue el primer punto. En Veracruz se han contabilizado cinco desde 2016. En Tamaulipas, se habla de 50 puntos en los cuales se han ejecutado y calcinado cientos de personas. Un caso destacado fue el de La Bartolina, donde colectivos sacaron más de media tonelada de restos óseos.
En Nuevo León se tienen detectados por lo menos diez campos de exterminio del crimen organizado; en Guanajuato, tres de estos campos de exterminio en igual número de municipios, de 2020 a la fecha; en Michoacán, “en los municipios de Apatzingán y Zacapu hemos encontrado campos de exterminio de personas desaparecidas, cuerpos que a la fecha no han sido entregados a sus familiares”, dijo Margarita López Pérez, madre buscadora. Dice esta mujer: "Todo eso lo hacen pedazos, lo echan en los arroyos, lo echan en los canales de riego, y entonces aquí estamos viviendo campos de exterminio, pero nunca nadie ha volteado a vernos cuando levantamos la voz, cuando decimos lo que está pasando”.
En Mexicali, Baja California, al menos tres crematorios clandestinos; en Colima, hace poco más de un año se encontraron 170 cuerpos; en Chiapas, no se han encontrado campos de exterminio, pero sí 27 fosas clandestinas con un total de 34 cuerpos que a la fecha no han informado si ya fueron identificados. Estos casos no son los únicos, hay más lugares de muerte.
Hoy se habla de Jalisco, de una zona de horror ubicada en el rancho Izaguirre, en Teuchitlán. La organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) aseguró, con base en un informe oficial, que la Guardia Nacional sabía de las actividades criminales en la zona donde se encuentra el rancho Izaguirre desde agosto de 2019. Ahora el gobierno federal se muestra sorprendido y la presidenta dice que el lugar estaba asegurado por la Fiscalía del Estado en manos de la oposición. Muy conveniente.
Héctor Flores, cofundador del colectivo Luz de Esperanza señala que esto podría ser la punta del iceberg, ya que se han reportado al menos seis campamentos más en Jalisco.
El mapa del horror lo han trazado los activistas; lo han trazado sobre los huesos y la sangre de los suyos que también son nuestros. Medio millón de personas asesinadas por el CO desde 2007, más de 120 mil desaparecidos, más de 70 mil cuerpos en las morgues sin identificar. Ropa, libros, credenciales de elector, carteras, suéteres y zapatos que se han quedado quietos para siempre.
Los gobiernos nos han fallado, así de simple. Lo peor es que el futuro no se ve diferente. Hoy, la presidenta repite un guion cansino que ya conocemos, el rosario de estadísticas que no vencen a la realidad, las acciones que no son contundentes. Se las escuchamos a Calderón y a Peña, pero tal vez el más canalla fue López Obrador, que negaba lo que sucedía y aseguraba que su “abrazos, no balazos” estaba dando resultados. Al fin y al cabo, no son sus muertos, son números para ellos. Nadie hace pase de lista con sus nombres. La mayoría eran personas que vivían al día, defendiéndose de las calamidades como podían.
Pero tenían algo: padres, madres, hermanos, hermanas, esposas, esposos que los amaban tanto que dejaron sus vidas para buscarlos, para darles el último abrazo antes de despedirse. ¡Qué grandeza en medio de tanta miseria humana!