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La mirada de los otros
Hace unos días conversé con un chileno que lleva más de dos décadas viviendo en México. Hablamos de la violencia y la inseguridad. Me confesó el miedo que siente al pensar en su hija de 15 años cuando salga sola a la calle. También mencionó esos mensajes que nos enviamos casi por inercia al salir de casa, sobre todo de noche: “avísame cuando llegues”, “llegué”, “llegué bien”. Los llamó “mensajes de supervivencia”.
Para nadie es un secreto que la violencia es parte del cotidiano en México. San Fernando, Tlatlaya, Ayotzinapa y ahora Teuchitlán son pruebas dolorosas y asoladoras de ello. El periodista británico Ioan Grillo, quien por años ha documentado el crimen organizado en el país, escribió: “al cubrir las guerras de los cárteles, una dolorosa verdad que me golpea de vez en cuando es cómo México puede ser tan hermoso y, al mismo tiempo, ser una tierra donde se comete una barbarie tan brutal”.
Para muchos la violencia se ha normalizado. O quizás, como me dijo el analista Jacques Coste, “optamos por desapegarnos de un monstruo que no sabemos entender”. No tenemos un relato que nos ayude a procesar socialmente las desapariciones, y tal vez por eso los colectivos de víctimas no cuentan con el respaldo y la visibilidad que deberían. Basta ver el contraste entre un Zócalo repleto de seguidores del oficialismo, celebrando la segunda pausa arancelaria con Estados Unidos, y la jornada de vigilia y luto por lo ocurrido en Jalisco, apenas una semana después.
Una trabajadora humanitaria mexicana me dijo alguna vez que prefiere trabajar en zonas de conflicto como Saná en Yemen o Cox’s Bazar en Bangladesh, porque hacerlo en México le resultaría demasiado doloroso. Y es que probablemente mirar desde la distancia ayude a ganar perspectiva. Por eso decidí dedicar este espacio a rescatar la mirada de los otros sobre México y sus violencias.
Intencionalmente, revisé el retrato sobre Teuchitlán en la prensa norteamericana: The New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times. Más que los reportajes, llaman la atención los comentarios de los lectores. La nota del Washington Post, por ejemplo, acumula más de 400 comentarios. Algunos –los menos– reconocen que el narcotráfico no es sólo un problema de México, sino también de Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría apelan a la retórica trumpista y la idea de México como un narcoestado. Reproduzco sólo algunos (la traducción es mía):
“México simplemente no quiere afrontar el hecho de que es un narcoestado. Actúan como los aldeanos de Auschwitz que decían que no sabían nada”.
“México es un desastre horrible. No puedo evitar preguntarme qué tipo de cultura y sociedad toleraría un comportamiento tan abiertamente bárbaro.”
“Estados Unidos permite que estos cárteles existan vendiendo armas y comprando drogas. Puede que vivan en México, pero es Estados Unidos quien los financia.”
“El gobierno mexicano teme a estos cárteles y se paga generosamente a los funcionarios para que ignoren el problema y miren hacia otro lado por su propia seguridad.”
“Por lo general, no estoy de acuerdo con ´delincuente en jefe´, pero etiquetar a estos cárteles como organizaciones terroristas es acertado”.
Recojo estas opiniones porque el horror de Teuchitlán y la expansión del crimen organizado no son únicamente un asunto interno: es un tema de la agenda bilateral y una de las obsesiones de Donald Trump. Junto con la revisión del T-MEC, este es el tema más sensible en la relación con Estados Unidos y uno de los mayores desafíos, interno y externo, para el gobierno de Claudia Sheinbaum. La posibilidad de una intervención en México resuena cada vez más, no sólo entre miembros del gobierno estadounidense, sino también entre su sociedad e, incluso, entre algunos mexicanos cansados de enviar mensajes de supervivencia. Porque no se trata sólo de cambiar la narrativa, sino de transformar la realidad que la alimenta.