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Mirar al Medio Oriente

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OpiniónEl Economista

Lo que ocurre hoy en el Medio Oriente debería sacudir la conciencia de cualquiera. Tras un año de enfrentamientos, el conflicto en Gaza ha cobrado la vida de más de 41 mil personas entre civiles y combatientes, según cifras oficiales. Más de 1,500 personas han muerto en ataques aéreos israelíes contra Líbano en las últimas semanas y alrededor de un millón han sido desplazadas, según autoridades libanesas. Más aún, en este momento, el mundo permanece en vilo por la magnitud que podría tener la respuesta de Israel luego del ataque de Irán a su territorio con 200 misiles balísticos la semana pasada. Estamos ante una guerra: el “infierno en la tierra”, como lo describió el portavoz de una agencia de las Naciones Unidas.

Una buena amiga, defensora de la causa palestina, me preguntaba sobre la posición de México en este conflicto y por qué no hay una condena abierta a Israel. La realidad es que, desde hace décadas, México ha optado por lo que la doctora Marta Tawil califica como “una política de equidistancia” en el conflicto árabe-israelí. Esto quiere decir que el país se ha abstenido de denunciar abiertamente el uso desproporcionado de la fuerza por parte de Israel, al tiempo que defiende la solución de dos Estados, uno israelí y otro palestino. Una solución que cuenta con el respaldo de buena parte de la comunidad internacional, pero que hoy se antoja más lejano que nunca.

La razón por la que México ha adoptado esta postura tiene que ver con sus principios de política exterior, pero también y, sobre todo, con su relación con Estados Unidos—aliado incondicional de Israel—, así como con el peso e influencia de la diáspora israelí en ambos países. La dependencia económica de México respecto a Estados Unidos reduce su margen de maniobra, mientras que la importancia de los lobbies proisraelíes en Washington y la necesidad de mantener relaciones estables en temas clave, como la migración, han contribuido a que México modere su discurso en el escenario internacional.

Esto en marcado contraste con otros países latinoamericanos como Brasil o Chile que han asumido posiciones más contundentes, al retirar a sus embajadores de Tel Aviv o al condenar explícitamente los bombardeos israelíes, como lo hizo el presidente chileno Gabriel Boric en la última Asamblea General de la ONU. “¡No tenemos por qué elegir entre barbaries! ¡Yo elijo la humanidad!”, dijo Boric, para referirse a los ataques de Hamas y a la respuesta brutalmente desproporcionada por parte de Israel.

Me parece que la distancia geográfica y cultural, sumada al hecho de que la prensa nacional no ofrece una cobertura profunda y rigurosa de la región —ya que en su mayoría replica las notas de las principales agencias occidentales de noticias— contribuye a la falta de escrutinio sobre la postura de México en el conflicto. Sin embargo, razones para mirar al Medio Oriente sobran. Lo que ocurre en esta región tiene repercusiones globales relevantísimas.

Pensemos, por ejemplo, en la gran influencia que los países del Golfo Pérsico aún ejercen sobre los mercados energéticos. Existe un temor justificado de que Irán —el noveno mayor productor de petróleo del mundo— bloquee el estrecho de Ormuz, por donde circula el 30% del suministro global de crudo, lo que podría escalar aún más el conflicto y golpear económicamente a Occidente.

Pero más allá de consideraciones económicas, voltear la mirada a esta parte del mundo es una obligación moral. Porque el ataque indiscriminado contra civiles sin importar las normas de la guerra es reprobable. Porque cometer crímenes que superan el principio de proporción y distinción es despreciable. Porque ningún niño o niña debería ver morir a sus padres violentamente. Y porque debemos elegir la humanidad. Siempre.

Para ser justos, en los últimos meses México mostró menos cautela en este tema. En mayo de este año, solicitó incorporarse al caso contra Israel en la Corte Internacional de Justicia por genocidio en Gaza, una demanda interpuesta por Sudáfrica. Este tipo de acciones van más allá de la simple condena simbólica y, en mi opinión, ofrecen una alternativa de acción concreta para un país mediano como México. Ojalá la presidenta Claudia Sheinbaum demuestre interés por el mundo, ojalá no se conforme con la neutralidad, y ojalá se atreva a dirigir la mirada a diferentes geografías.

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