Buscar
Opinión

Lectura 5:00 min

Misterios de los Reyes Magos y certezas de la rosca

Foto: Especial

Foto: Especial

Decía John Gay, escritor inglés medieval muy bueno -pero casi insoportable cuando hablaba de celebraciones y educación- que era más importante desarrollar la mente de los hijos y en las festividades el regalo más valioso no era un dulce o un juguete, sino desarrollarles la conciencia. Dígale usted eso a un niño en Día de Reyes y será testigo de cómo se comporta un inconsciente. (Lo demás dependerá de usted, lector querido: le puede dar una educativa nalgada o preguntarle si prefiere videojugar en PlayStation o en la X Box más reciente y salir corriendo a conseguirlas).

La costumbre de obsequiar algo a los niños en este día, además de una tradición añeja, es una representación teatral de la evangelización: los infantes son como el niño Dios y los padres y madres unos magos, que ofrecen regalos para honrar a quien regiría sobre el mundo entero. Sin embargo, todo se tergiversó hasta convertirse en una costumbre mercantil, llena de bendiciones y maldiciones comerciales. Mas todo tiene su historia.

Es en el Evangelio según San Mateo –capítulo dos, versículos del uno al 12– donde se narra por primera vez cómo unos magos, guiados por una luminosa estrella, llegaron a Belén para adorar y ofrecer sus dones al recién nacido Mesías, burlando al infanticida más cruel y temido de la Historia antigua. No ofrece detalles sobre el origen de tan singular trío y ni siquiera afirma que fueran precisamente reyes, por lo que muchos autores consideran que el evangelista, utilizó esta figura monárquica como recurso para realzar la naturaleza divina y el carácter de Jesús como un personaje digno de todos los honores que venía a salvar a los hombres y reinar en todo el mundo.

Dada su condición de magos y su infatigable gusto por seguir a las estrellas, lo más seguro es que fueran gobernantes babilonios o sacerdotes persas amantes de las ciencias –particularmente de la astronomía– con un leve punto de vista religioso. Todo apunta a Babilonia, porque era un gran centro astrológico y a Persia, porque los llamados “magos” eran una de las castas con mayor influencia entre la población.

Cómo se llamaban en realidad es un misterio. Los tres que han llegado hasta nosotros en la tradición occidental, Melchor, Gaspar y Baltasar, no son los nombres originales: en griego les decían, Appellicon, Amerín y Damascón y en hebreo, Magalath, Galgalath y Serakin. Dicen que su aspecto fue una invención de Beda, un monje benedictino del siglo XVI, que los describió así: "Melchor, anciano de blancos cabellos y larga barba del mismo color; Gaspar, más joven y rubio y Baltasar, de piel color negra”. Analítico y adelantándose a su tiempo, insinúa que son representantes de Europa, Asia y África, y así establece la soberanía universal del Mesías sobre todas las razas y todas las naciones. Países.

Tras la adoración de Belén, el rumbo de los Reyes Magos también fue incierto pero hubo varias teorías: Mateo afirma que regresaron a sus lugares de origen por otro camino. Algunos teólogos afirman que fueron discípulos de Santo Tomás, otros escritores cristianos que fueron consagrados como obispos y murieron martirizados hacia el año 70. Es notorio, lector querido, que, una vez cumplida su misión, a muy pocos les importó su destino.

En cuanto a su simbología y leyenda sucede lo contrario. Tanto en la Biblia como en diversos textos históricos se hace referencia a unos “magos” que van a visitar al niño Jesús, sin especificar que fueran tres o reyes como tales, sino más bien personajes de poder y gobernanza en contra de la ideología –y los crueles modos– del Imperio romano.

Acerca de los regalos que los Magos ofrecen al recién nacido, hay consenso: el oro, por su calidad de rey; el incienso- indispensable en los rituales religiosos- por su condición de Dios y sumo sacerdote y la mirra –sustancia usada para embalsamar a los muertos en la antigüedad– para subrayar la mortalidad del hombre y la humanidad de Jesús.

Esta tradición sincrética, como sucede siempre, no nació como una sola y fue diversificándose según las regiones y agregando diversos elementos a lo largo del tiempo. Debe usted saber, lector querido, que también se celebra en países como Italia, Rumania, Francia y España y que la rosca siempre aparece. Bizcocho de Reyes, lo llaman algunos, Pastel de Reyes le dicen otros. Dependiendo del lugar y costumbres culinarias, el significado y los ingredientes cambian y también lo que guarda este pan dulce en su interior. Los convidados, según el país o región, podían hallar un haba, un frijol o una corona (y quien encontraba esta última, se convertía en rey por un día).

La rosca mexicana, lo sabe usted muy bien lector querido, pocos misterios tiene: representa una corona, tiene hartas calorías, pero es una festividad única que dará lugar a otra. No a todos, como a nosotros, “les sale el niño”, ni celebran la epifanía de tal favor recibido con la certeza de que deberán conseguir tamales para todos el Día de la Candelaria.

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas

Suscríbete