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Opinión

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La mitigación de los costos climáticos de la inteligencia artificial

Las predicciones de las empresas tecnológicas sobre el potencial de la IA para abordar la crisis climática suelen pasar por alto la creciente demanda energética de los centros de datos. Deberíamos asegurarnos que esos centros no empujen al planeta más allá de los puntos de inflexión ambientales antes de que estas tecnologías puedan cumplir sus promesas.

planet earth like a bomb representing glaciers melting and global warming concept - 3d rendering

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LONDRES – La escalada de la crisis climática y el rápido apogeo de la inteligencia artificial (IA) están a punto de remodelar nuestro mundo, transformando nuestros sistemas políticos, nuestras economías y nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, a menudo se pasan por alto las múltiples formas en que el cambio climático y la IA se solapan y se influyen mutuamente.

Gran parte del debate actual elude la complejidad de esta relación. Mientras que los tecno-optimistas proclaman la IA como una panacea para los problemas del mundo, los tecnoescépticos destacan sus costos ambientales, advirtiendo que las tecnologías emergentes podrían acabar exacerbando la crisis que pretenden resolver. De hecho, la IA tiene el potencial de ayudarnos a alcanzar objetivos climáticos críticos, y unas políticas bien elaboradas pueden y deben mitigar sus costos ambientales. En este contexto, la Cumbre de Acción de IA en París, hospedada por el presidente francés Emmanuel Macron los días 10 y 11 de febrero, ofrece una oportunidad única para trazar un rumbo más sostenible.

Las predicciones ampliamente optimistas de los tecnólogos de Silicon Valley sobre el papel potencial de la IA en la lucha contra la crisis climática subrayan la necesidad de una estrategia matizada. En septiembre, por ejemplo, el CEO de OpenAI, Sam Altman, publicó un ensayo en el que imaginaba un futuro donde “una inteligencia casi ilimitada y una energía abundante” permitirían “triunfos asombrosos”, como “reparar el clima”, “establecer una colonia espacial” y desvelar los misterios de la física.

Un mes después, el ex CEO de Google, Eric Schmidt, se hizo eco de este sentimiento, reconociendo el impacto climático de la IA, pero afirmando al mismo tiempo: “Prefiero apostar a que la IA resolverá el problema en lugar de limitarlo”. Y gigantes tecnológicos como Google y Microsoft suelen destacar el uso que le dan a la IA para promover la sostenibilidad. Sin embargo, sus emisiones de dióxido de carbono han aumentado un 48% y un 29% desde 2019 y 2020, respectivamente, en gran parte debido a la creciente demanda de energía de los centros de datos masivos.

Sin duda, los avances en el procesamiento de datos, las matemáticas y la computación que impulsan el auge de la IA podrían acelerar la investigación científica y permitirnos abordar los desafíos globales urgentes. Por ejemplo, modelos especializados como AlphaFold de DeepMind han revolucionado nuestra comprensión de las estructuras de las proteínas, con implicaciones de gran alcance para las ciencias biológicas.

Pero estos avances, fruto de años de colaboración interdisciplinaria entre investigadores de IA y científicos, están muy lejos de una inteligencia artificial general (IAG) omnisciente, capaz de resolver instantáneamente problemas científicos y tecnológicos complejos.

De hecho, no solo no estamos ni cerca de una IAG superinteligente, sino que nadie puede predecir cuándo se convertirá en una posibilidad, si es que esto sucede. Incluso si los defensores más optimistas de la IA tuvieran razón y surgiera una IAG en los próximos cinco años, lo que llevaría a avances como la fusión nuclear estable o el aumento de la eficiencia de las células solares, la humanidad seguiría teniendo que enfrentarse a las realidades económicas y políticas complejas de la transición hacia una energía limpia. Al fin y al cabo, muchas de las tecnologías necesarias para conseguir emisiones netas cero ya existen. Si bien podrían ser más eficientes o asequibles, los obstáculos para su despliegue y ampliación reflejan los intereses políticos, económicos, financieros y sociales contrapuestos que conforman el panorama geopolítico mundial.

Las afirmaciones de Altman y otros tecno-optimistas de que la IA resolverá la crisis climática pasan por alto estas realidades, y confiar en tales promesas es arriesgado, dada la enorme huella de carbono de los centros de datos. Los centros de datos ya representan entre el 2% y el 4% del consumo total de electricidad en Estados Unidos, la Unión Europea y China, y más del 20% en Irlanda. Los principales infractores —Amazon, Apple, Microsoft, Google y Meta— ocultan todo el impacto climático de su consumo de electricidad mediante trucos contables creativos como los certificados de energía renovable.

Sin duda, los modelos lanzados recientemente por la empresa china DeepSeek han causado revuelo precisamente porque parecen ser mucho más eficientes energéticamente que sus homólogos estadounidenses. Sin embargo, los investigadores han demostrado que el aumento de la eficiencia, y por tanto la reducción de los costos, puede dar lugar a una mayor demanda de nuevas funcionalidades de IA, y a un mayor consumo global de energía.

En lugar de preguntarnos si la IA puede ayudarnos a alcanzar los objetivos climáticos, deberíamos asegurarnos de que los centros de datos que consumen tanta energía y recursos no empujen al planeta más allá de los puntos de inflexión ambientales antes de que estas tecnologías puedan cumplir sus promesas. Para ello, los gobiernos deben aumentar la transparencia e incentivar la reducción de emisiones.

Hay dos medidas inmediatas que los responsables de las políticas pueden tomar para mitigar el impacto ambiental de la IA. En primer lugar, deben exigirles a los mayores propietarios y operadores de centros de datos que revelen datos de emisiones basados en la ubicación, que reflejen el consumo real de electricidad. Con el tiempo, este requisito podría ampliarse a todos los servicios basados en la nube. Dado que la IA y los servicios en la nube suelen facturarse en función del uso de los recursos y del tiempo, se podrían adaptar los sistemas existentes para proporcionarles a los clientes informes detallados sobre las emisiones.

En segundo lugar, los responsables de las políticas deberían adoptar la recomendación del Fondo Monetario Internacional de introducir un impuesto específico sobre las emisiones de los centros de datos. También deberían considerar la posibilidad de exigir que todos los nuevos centros de datos incluyan infraestructura de energía renovable, garantizando que su demanda de electricidad no suponga una carga adicional para las redes eléctricas.

Si bien estas medidas no compensarán por completo el impacto climático de los centros de datos, representan un primer paso importante para hacer que la industria tecnológica se haga responsable de sus emisiones de gases de efecto invernadero. Si diseñamos políticas eficaces, podremos dejar de lado las exageraciones de Silicon Valley y transformar la IA en un desarrollo positivo neto para el medioambiente. Solo con un clima estable la humanidad podrá permitirse el lujo de perseguir las grandes ambiciones de los pioneros de la IA.

El autor

Sherif Elsayed-Ali, director ejecutivo del Instituto para el Futuro de la Tecnología, es cofundador y ex CEO de Carbon Re.

Copyright: Project Syndicate, 2025 www.project-syndicate.org

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