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¿Una moralidad, cuál?
Nos fuimos de vacaciones con dos eventos que, de alguna extraña manera, muestran de deterioro de nuestras convicciones y el embrollo en nuestra brújula, sobre lo que está bien y lo que está mal.
El primero fue un ataque furibundo contra una banda que se presentaba en la feria de Texcoco y que al negarse a cantar narcocorridos, la turba se les fue encima, los golpeo destruyó el escenario y acabo con el espectáculo ante la mirada impávida de la autoridad y la inacción por el resto del público.
La segunda, es un video en el que la gobernadora de Colima de extracción Morenista, le explica a un periodista o alguien similar, porque cuando estás en el puesto tienes que robar. Dijo, cito de memoria: “Que va a hacer uno, si llegas al puesto y no robas la gente dice, mira a esta, llegó y dejó pasar la oportunidad de hacer dinero y resolver su situación personal. Si llegas y robas o te aprovechas del puesto, la gente dice, mira: está llegó y aprovechó para resolver su situación, no es pendeja. Yo, siguió diciendo la gobernadora, no quiero acabar y que digan que soy pendeja así que voy a aprovechar”.
Con ello, la gobernadora se daba permiso para abusar y enriquecerse, porque la gente la podía tildar de tonta.
No creo, como rápidamente reaccionaron distintas autoridades estatales y municipales, que prohibiendo cantar narcocorridos en eventos públicos se resuelva el problema de la violencia o mejore la moralidad o ética nacional, pero ciertamente la prohibición no es una solución.
En efecto, la libertad de expresión tiene límites, dice la ley que estos se encuentran en afectar la paz pública, la moral o las buenas costumbres y, en efecto, los narcocorridos hacen eso. Sin embargo, el problema es más profundo. E
En el caso de la gobernadora de Colima, el problema es completamente distinto. Me parece que, a través de ella, habla el morenismo. Es decir, que, en Morena, hay una especie de pacto implícito que significa que el poder se tiene para aprovecharlo, salir de la pobreza y cambiar de clase social, después de tantos años de lucha, frustración ante la incomprensión de lo que ellos consideraban importante y que el neoliberalismo les impedía hacer o encontrar su lugar, ahora están por la revancha. Un poco como cuando en las épocas del priismo se decía: por fin me hizo justicia la revolución.
Lo que llama más la atención, sin embargo, es la reacción social. Sobre el ataque al grupo que se negó a cantar narcocorridos, hay reacción de la autoridad, pero socialmente, parece haber un silencio cómplice, que asombra. Respecto de la gobernadora lo mismo. No hay critica directa, condena explicita, llamado a cuentas por parte de su partido o del gobierno federal. En fin. Una especie de complacencia y complicidad consentida y compartida por su partido, por el gobierno federal y el resto de la sociedad. Nada más, pero nada menos también.