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El nacionalismo
La pertenencia a un grupo humano identificado entre sí por un pasado histórico propio, una lengua, un territorio, e incluso un enemigo común, forman parte de lo que se denomina nacionalismo, y cuyo eje central es la diferenciación frente al otro considerado como extranjero y por lo tanto excluido de formar parte de ese conglomerado nacional.
Si bien los nacionalismos fueron una parte esencial de la modernidad, también ocasionaron guerras cuyo resultado fue la muerte de millones de personas. La experiencia europea de los siglos XIX y XX obligó al viejo continente a apostar por la globalización y la apertura económica y cuya consecuencia principal fue la creación de la Unión Europea y la disminución de los contenidos nacionalistas en aras de una convivencia pacífica y un mercado común sólido, que pudiese lograr un desarrollo compartido.
De una u otra forma, con la desaparición de la Unión Soviética, esa idea de un mundo sin fronteras comenzó a cobrar fuerza y a afectar seriamente a todos aquellos sectores sociales beneficiados por mercados cerrados, monopolios y privilegios ilegítimos producto de su estrecha vinculación con el poder político. Sin embargo, ese modelo paradisiaco comenzó a resquebrajarse cuando no todos pudieron beneficiarse de este cambio radical.
Desde la irrupción de los globalifóbicos y a partir del triunfo de éstos en el Brexit, que no fue más que el primer retorno al nacionalismo anacrónico y económicamente desastroso, esta tendencia suicida comenzó a crecer de forma acelerada con las victorias de los populistas en todo el mundo. Orbán en Hungría, Meloni en Italia, Maduro en Venezuela, López Obrador en México y finalmente el retorno de Trump en los Estados Unidos.
Este nuevo nacionalismo expresado de la forma más clara en el lema trumpista de America First, hace alusión a la necesidad de revertir la democracia representativa, el Estado de Derecho y la integración de los mercados, para desatar al monstruo nacionalista encadenado durante décadas, e imponer la ley del más fuerte. El problema es que todos estos líderes nacionalistas y populistas se asumen real o ficticiamente como todopoderosos y capaces de resistir la presión del otro adversario también poseedor de esa ideología maximalista.
En la historia del mundo moderno las guerras se produjeron siempre entre un régimen autoritario y una democracia, o entre dos regímenes autoritarios. Jamás dos democracias representativas llegaron a una conflagración armada a pesar de sus diferencias de todo tipo, por el hecho de que sus canales de comunicación y negociación impedían a cualquier costo una confrontación militar con quien consideraban un interlocutor legítimo.
El retorno al pasado ocasionará menor crecimiento económico, y la amenaza de guerras nacionalistas por disputas de todo tipo. Ese es el costo.