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Opinión

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¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres?


Rodrigo Alcázar Silva, Comisionado de Cofece

Rodrigo Alcázar Silva, Comisionado de Cofece

Hace unos días entregaron el Premio Nobel de economía a Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson, por sus contribuciones a explicar las diferencias en la prosperidad de las naciones. En específico Acemoglu y Robinson escribieron en 2012 un famoso libro titulado “¿Por qué fracasan los países?”, en el cual se aborda la que quizá sea la duda más grande de todos los tiempos en materia de ciencias sociales: ¿por qué unos países son pobres y otros ricos? 

El análisis de esta cuestión ha maravillado y ocupado a científicos sociales desde hace mucho tiempo: ¿qué se puede hacer para que haya sociedades más prósperas, si es que se puede hacer algo?

Según los autores el tipo de normas, reglas, organizaciones políticas y económicas son el punto central (se refieren a estas como “instituciones”) para explicar diferencias en prosperidad. Las instituciones pueden ser extractivas o inclusivas. Las inclusivas son aquéllas que fomentan la participación en la economía y la política, permitiendo la creación y el intercambio de conocimiento. Las extractivas concentran el poder y la riqueza protegiendo grupos particulares.

Así pues, son inclusivas si permiten que se comparta la riqueza entre las élites y los demás, por ejemplo, políticas públicas bien enfocadas de protección o seguridad social o mercados bien regulados. Mientras que son extractivas cuando permiten explotación de recursos y no se comparten por las élites, esto ocurre cuando hay trabajo forzado o mucha concentración del poder, por ejemplo.

Los autores analizan otras hipótesis que explican diferencias en prosperidad además de las instituciones. Por ejemplo, la cultura (religión, ética de trabajo). Mucho tiempo se dijo que el protestantismo era la base de la prosperidad, pero hoy en día hay países protestantes que no han logrado desarrollo (Liberia o Zimbabue, por ejemplo). Además, las instituciones tienden a modificar los incentivos de las personas y también sus hábitos religiosos y laborales. Por ello descartan que la cultura sea la variable central que explica las diferencias en prosperidad.

¿Las diferencias en geografía o clima pueden entonces ser la explicación? También inciden, pero no son el punto central. Por ejemplo, hay quien dice que las personas en países cálidos son más pobres porque tienden a ser holgazanes. Pero cómo explicar que a Singapur le vaya tan bien, o cómo explicar que dos ciudades tan cercanas geográficamente como Nogales, Sonora y Nogales, Arizona, tengan niveles de prosperidad tan distintos.

¿Quizá entonces sean las diferencias en educación? Si los gobiernos son ignorantes no hay desarrollo. Es un buen punto, pero si el problema fuera la ignorancia, los gobernantes con buenas intenciones podrían aprender qué tipo de políticas públicas son necesarias para hacer crecer la prosperidad y las aplicarían. Sin embargo, esto no ocurre ni aún en el mundo actual en donde los flujos de información son rapidísimos. En realidad, si los líderes tienen en sus posibilidades no aplicar una política que no beneficie a su grupo, no lo harán a menos que haya contrapesos efectivos que los obliguen a ello. Son los incentivos y los límites legales a nuestros gobernantes los que importan, más allá de su ignorancia o conocimiento.

La existencia de instituciones y gobiernos fuertes que logren hacer cumplir la ley es central, pero sin olvidar que se requieren límites legales que moderen el poder de los gobernantes y las cúpulas.

La suerte juega un papel importante también, hay cambios que pueden modificar la deriva del desarrollo de un país y que pueden darse por suerte: la llegada al poder de un presidente con una visión inclusiva sobre otro que no la tiene, puede ser una cuestión de suerte en una elección muy cerrada. En Botsuana alrededor de 1960 se dieron a la vez dos situaciones fortuitas: se descubrieron yacimientos de diamantes y en ese momento el país, aunque pobre, tenía autoridades democráticas e instituciones inclusivas, lo que permitió que la sociedad aprovechara sostenible y homogéneamente sus recursos. Hoy en día es el segundo país más próspero del África continental y su producto por habitante ha crecido veinte veces desde que se descubrieron los diamantes.

Las conclusiones de este análisis son importantes para la competencia económica. Tener instituciones independientes del poder político y económico, así como poner reglas claras hace que los mercados funcionen mejor. Si los mercados funcionan bien, son un buen mecanismo para asignar adecuadamente los recursos, es decir son una institución inclusiva. Pero si los mercados funcionan mal, y las reglas que se les ponen privilegian a unas empresas por encima de otras, servirán para concentrar los recursos en las élites y funcionarán como una institución extractiva.

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