Lectura 4:00 min
La palabra más bonita del diccionario
Hace unas semanas, en una entrevista con el editor jefe de Bloomberg News, el candidato republicano a la presidencia estadounidense Donald Trump declaró que la palabra más bonita del diccionario es arancel. “Es mi palabra favorita, más hermosa que cualquier otra palabra que se me ocurra”, dijo el expresidente. Y es que al señor Trump le gustaría tener a su lado una pistola arancelaria cargada en todo momento para poder apretar el gatillo a su antojo.
El autoproclamado tariff man u “hombre de los aranceles” ha dicho en repetidas ocasiones que planea imponer un arancel general del 10% o 20% a todas las importaciones que lleguen a Estados Unidos, así como un arancel al alza del 60% a todas las importaciones chinas, en un intento de fomentar la manufactura estadounidense –aún si esto lastima a los consumidores de su país–.
Sobre la relación con México y el Tratado de Libre Comercio (T-MEC) ha advertido que lo respetará si México se abstiene de permitir que empresas chinas se instalen en su territorio para producir automóviles destinados al mercado estadounidense. Esto suena más sencillo de lo que en realidad es. Si China quisiese producir autos en México para luego exportarlos libres de arancel, requeriría que entre el 40% y el 45% de su contenido lo produjeran trabajadores que ganan 16 dólares la hora o más, y que al menos 70% del acero y aluminio del vehículo sea de origen norteamericano.
Pero lejos de los valores de contenido regional y laboral que establece el T-MEC, lo cierto es que la amenaza arancelaria trumpista obliga a pensar la relación entre México y China, más aún a días de la elección estadounidense. En más de una ocasión, escuché a los exsecretarios de relaciones exteriores Marcelo Ebrard y Alicia Bárcena coquetear con la alternativa china como una especie de carta de negociación con los Estados Unidos. Curiosamente, el embajador chino fue el primero que recibió Claudia Sheinbaum luego de ganar la presidencia de la república.
Desde mi perspectiva, el flirteo con China no es la mejor estrategia. No lo es porque si en algo coinciden las plataformas de Kamala Harris y Donald Trump es precisamente en la “amenaza china”. Para los estadounidenses, se trata de un asunto de seguridad nacional. Como muestra de esta convergencia, la semana pasada, en un foro económico en Sao Paolo, Brasil, la representante comercial de Joe Biden, Katherine Tai, dijo que Estados Unidos ha visto desarrollos “potencialmente preocupantes” en términos de adquisiciones de empresas chinas en nuestro país. Una declaración que los funcionarios mexicanos deberían considerar.
Sin duda, China será una prioridad para Estados Unidos al momento de la revisión del T-MEC. Es altamente deseable que el equipo negociador mexicano adopte una postura sensata e inteligente. Con esto me refiero a una postura alejada de la ideología, del “todo o nada” y del “hago lo que quiero porque México es un país soberano”.
Las tácticas de mano dura de Trump ya demostraron su eficacia durante su primera administración. Entonces la amenaza arancelaria sirvió para contener la inmigración mediante el programa “Quédate en México”. Si, como ha expresado la presidenta Sheinbaum, México, Estados Unidos y Canadá son economías complementarias, es fundamental fortalecer el tratado y aumentar la competitividad de la región frente a China, no socavarla.
Por último, el desconcierto que introducen las posturas trumpistas me hacen pensar, inevitablemente, en las reformas del morenismo. Por definición, un pacto comercial como el T-MEC sirvió para institucionalizar la apertura comercial. Para establecer las reglas del juego y dar seguridad jurídica a quienes participan en él, incluidos quienes comprometen parte de su capital con inversiones. Cambiar abruptamente las reglas del juego y eliminar contrapesos al poder no sólo es una invitación al riesgo, es también una apuesta que compromete el futuro económico del país.