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¿Qué palabras?
¿Qué palabras nos quedan para hablar de Teuchitlán? ¿Para transmitir lo indecible del sufrimiento y la crueldad sin paralizarnos? ¿Cómo expresar el horror y la urgencia de movilizarnos para dejar de vivir en un país de fosas?
Si decimos campo de exterminio, hornos, cuerpos calcinados, montones de zapatos vacíos, miles de prendas abandonadas; si uno o varios sobrevivientes describen el proceso por el que pasaron cuatrocientas, mil personas…; si las madres buscadoras denuncian con valentía cientos de fosas, si padres, madres, hermanas cuentan con voces entrecortadas la infinita angustia de su espera, ¿quién escucha? ¿quién responde más allá del escalofrío, del ahogo, del pesado sentimiento de impotencia?
El gobierno ¿indolente, indiferente, inepto? truena contra las voces que señalan y documentan. Niega, niega, niega: Allende, San Fernando, Ayotzinapa… ¿Teuchitlán? No hay evidencias. Esperemos la investigación. Una-investigación-a-fondo. Todo el peso de la ley… ¿De qué ley? ¿Esa ley mancillada por las autoridades? ¿Esa ley vaciada de sentido? ¿Esa que aplasta con su carga de injusticia a los más pobres, a las más violentadas?
¿Teuchitlán? No me corresponde. ¿Ayotzinapa? No me corresponde. ¿Desapariciones en Iztapalapa o Tlalpan? No exageren, no alarmen. “La culpa es (de los emisarios) del pasado”, “la oposición nos ataca”. Quienes detentan todo el poder se rasgan las vestiduras, maltrechas víctimas de una sociedad materialista que no valora su amor al Pueblo. Ese Pueblo que invocan y convocan, mudo y obediente, a sus fiestas de “unidad nacional”. Ese Pueblo vapuleado, expoliado, secuestrado, del que reniegan cuando alguna comunidad se atreve a alzar la voz, no para pedir de rodillas, para exigir ¡Justicia!,
¿Y si decimos Simulación, Complicidad? ¿ Y si pintamos Fue el Estado?¿Si coreamos Fue el narco-Estado? Nadie se sonroja de vergüenza. Si acaso, irritados, los poderosos se sacuden esas palabras cual moscas molestas.
¿Y a la sociedad, qué palabras la con-mueven? ¿Qué palabras habría que escuchar para unirse contra tanta muerte, contra tanta crueldad? ¿Masacres? ¿Desapariciones? ¿Secuestros masivos de jóvenes? ¿Feminicidios? ¿Niños asesinados, niñas violadas? ¿Bombas, drones, minas?, ¿autos y comercios quemados?, ¿pueblos arrasados, cientos de miles de personas desplazadas por la violencia?
Por más de treinta años, las voces del dolor han resonado en conversaciones, noticieros, reportajes, libros. Decenas de periodistas se han atrevido a investigar, a riesgo de su vida y seguridad, en las zonas más siniestras del país. Cientos de mujeres y familiares de víctimas han gritado su desasosiego, han marchado para exigir verdad y justicia. Miles de jóvenes han protestado con digna rabia contra la violencia y su impunidad. ¿En respuesta? Ataques y denostaciones, vallas y granaderos. Indiferencia de muchos. “Andaban en malos pasos”. “No son formas”. “ Nosotros somos buenos ciudadanos” No exageren, no alarmen.
Una sociedad erosionada, golpeada por la austeridad, la negación de derechos, la violencia; una sociedad resquebrajada, temerosa del presente insostenible, del futuro impredecible; una sociedad atarantada de demagogia, ¿con qué palabras puede expresar su propia desazón?
Hemos rebasado los límites del horror. Nos hemos quedado sin palabras.
Nadie quiere reconocerse en la desgracia de otros cuando ésta ronda por la calle. Nadie quiere sentirse expuesto en este país de fosas.
Quienes han vivido la mudez del espanto, quienes han tocado las fronteras porosas entre “normalidad” y reino del terror, quienes se aferran al poder de la voz, desentierran verdades insoportables, exigen justicia, representan la Dignidad de este país. Madres, padres, familiares de víctimas esperan ser escuchadas. Apelan a la indignación, a la empatía, a la solidaridad, al sentido de justicia.
Hay quien prefiere hacer oídos sordos y refugiarse en la sospecha. Hay quien escucha y calla. Hay quienes, a falta de palabras, abrazan, acompañan, actúan.
Contra el silencio sepulcral que nos acecha, nos urge restaurar el poder revelador del lenguaje, reinventar las palabras que vinculan y humanizan.