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Opinión

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Palabras venenosas

El uso irresponsable de las palabras en el discurso político y mediático amenaza con invadir el espacio público y agudizar la polarización y la falta de confianza que ya han deteriorado en extremo la convivencia social en muchos países. Si en Estados Unidos, el candidato republicano reiteró e intensificó su estrategia de insultos y estigmatizaciones altisonantes contra inmigrantes “ilegales”, políticos progresistas y hasta políticos y funcionarios demócratas “destructores del país”, en este nuevo sexenio han proliferado ya en México acusaciones y amenazas contra políticos de oposición por “traición a la patria”. Altisonantes y hasta deshumanizantes, estas y otras descalificaciones contrastan con la elusión y elisión de otros términos que permitirían aprehender, o al menos discutir con mayor claridad, realidades conflictivas o atroces, como “intento de golpe de Estado” para referirse al ataque al Capitolio impulsado por el entonces presidente en Washington el 6 de enero de 2021, o “terrorismo” para calificar recientes actos violentos y espectaculares contra la población civil por parte del crimen organizado en México.

El uso y abuso de la palabra por políticos ambiciosos que usan el micrófono para dividir y ahondar la división social no es nuevo. Estudiosos del fascismo y de regímenes dictatoriales han explicado que las palabras que incendian al público, pintan al líder como salvador de la Patria –ese que la hará “grandiosa”– y crean múltiples enemigos embozados o descarados, forman parte del arsenal autoritario de demagogos y aspirantes a Supremo conductor de multitudes –a las que, sin ellas saberlo, a menudo llevarán al barranco.

En el caso de E.E.U.U., quien anunció que será “dictador el primer día”, reiteró e intensificó la estrategia de sembrar cizaña y atizar conflictos que le funcionó en 2016. Así, en mi opinión, no sólo apeló al malestar por la inflación de grupos y personas para quienes la “boyante economía” significaba poco, también apostó por reavivar el racismo, la xenofobia, la misoginia y el resentimiento contra el/la “Otro/a” que, pese a la expansión de los derechos civiles y del supuesto “sueño americano”, han atravesado las relaciones raciales, de género, interculturales, en ese país. Con esto les ha dado alas a grupos fundamentalistas violentos, armados o no, que se sentirán empoderados por su gran líder. Amargo y doloroso puede ser el despertar para quienes se hayan creído incluidos entre los “elegidos” y descubran que no son lo bastante blancos, cristianos o “americanos” a ojos de sus vecinos, o incluso para las mujeres blancas conservadoras que no crean en las bondades del dominio machista blanco.

La apuesta de Trump por la violencia, mientras asegura que evitará la III Guerra mundial, no es del todo extraña cuando lo han apoyado grupos armados y un partido reacio a regular el uso de las armas. No por ello es menos peligrosa para su propia sociedad y para el mundo desgarrado en que ya vivimos.

A la luz de semejante catarata de estigmatizaciones, la intensificación de ataques verbales contra críticos y opositores en México no puede pasarse por alto. Como si no bastara un sexenio de denostaciones contra periodistas y disidentes, los actuales voceros del régimen han recurrido a amenazas de juicio político contra ministros y ministras de la Suprema Corte y han demonizado a políticos de oposición como “traidores a la patria”. No contentos con destruir el poder judicial federal y con sumir la justicia en la incertidumbre, se regodean en su “victoria”, cual hinchas de futbol. Como si la campaña contra los/las diputados/as que rechazaron la reforma eléctrica en 2022 no hubiera sido lo bastante bochornosa, reviven acusaciones estridentes para acallar toda disidencia con amenazas. Ellos saben que en un país con desigualdades y resentimientos, la intolerancia puede cundir. ¿Acaso apuestan por desatar violencia física contra quienes disientan? ¿Pretenden así demostrar su poder? ¿Creen que la violencia institucional nos hará olvidar la abrumadora violencia criminal? ¿No les importan las consecuencias de sus excesos? ¿Buscan el caos?

Es profesora de literatura y género y crítica cultural. Doctora en literatura hispanoamericana por la Universidad de Chicago (1996), con maestría en historia por la misma Universidad (1988) y licenciatura en ciencias sociales (ITAM, 1986).

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