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Plan México, la intención correcta pero aún falta mucho
El pasado martes, el gobierno presentó el “Plan México”, un programa que busca reducir la dependencia de importaciones y fortalecer la producción nacional. La propuesta, que incluye 13 metas y varios proyectos específicos, es prometedora, pero surgen dudas sobre su viabilidad.
Un aspecto que llamó mi atención es el término “sustitución de importaciones”, una referencia a la teoría de la dependencia y a los economistas de la Cepal. Esta teoría, desarrollada en los años 50 por Raúl Prebisch, dio lugar a la estrategia de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), implementada en América Latina entre 1950 y 1970. A diferencia de los países asiáticos, que apostaron por fomentar sus exportaciones, la ISI generó inicialmente altas tasas de crecimiento, pero resultó un fracaso. A mediados de los 70, estas economías cerradas carecían de innovación y aumentos en productividad. Este enfoque derivó en la “década perdida” de los 80, dejando economías ineficientes y sin los cimientos requeridos para la transición a la economía moderna.
Es una realidad que México debe capturar una mayor parte de la cadena de valor de lo que exporta. Pese a ser una potencia manufacturera y exportar más que toda Latinoamérica junta, importamos mucho, desde componentes básicos hasta productos intermedios y equipos electrónicos, lo que limita nuestra capacidad para retener el valor agregado.
Ahí es donde algunas partes del Plan México pierden sentido. Necesitamos reforzar nuestra capacidad de producción en materiales como acero y aluminio, así como componentes intermedios como semiconductores, chips y placas de circuito impreso. Impulsar industrias como la textil o el calzado no es estratégico. Ojo, sería positivo revivirlas limitando el acceso de productores chinos subsidiados, pero la política industrial no necesariamente debe ir por ahí.
El siguiente problema es que las industrias mencionadas son intensivas en capital, lo que implica inversiones enormes con largos tiempos de recuperación. China domina estos sectores porque China Inc. ha subsidiado gran parte de las inversiones, reduciendo los precios al grado de eliminar cualquier competencia. Para que estas industrias revivan en México, será necesario limitar las importaciones chinas con aranceles. Para atraer estas inversiones, México debe ofrecer lo que toda inversión requiere: certeza institucional y un ambiente de negocios estable. Todo lo contrario a lo que ha hecho esta administración en sus primeros 100 días.
También existen problemas estructurales. La falta de energía es un desafío en muchas zonas industriales, donde proyectos de manufactura enfrentan problemas de interconexión y falta de garantías en el abasto. Sin reglas claras que permitan inversión privada en energía, el crecimiento será limitado. En sectores como la electrónica y semiconductores, la energía no es opcional: es esencial.
El Plan México enfrenta además una contradicción fiscal. Muchas iniciativas dependen de recursos públicos, pero el presupuesto federal enfrenta serias presiones. Con una economía en desaceleración, financiar proyectos ambiciosos sin comprometer la estabilidad fiscal será un reto. Además, hay riesgo de malgastar recursos en proyectos mal diseñados o de baja rentabilidad, como ha sucedido en los últimos seis años.
A pesar de estos retos, el Plan México es una buena idea y refleja una intención correcta. Para que no quede sólo en un anuncio, será clave una colaboración estrecha con el sector privado, ojalá de manera concreta y no únicamente en discursos.