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Una presidenta
El poder no se comparte, sino se ejerce. Es cierto que en una democracia hay que negociar con opositores y otros factores de poder. Pero en el México de hoy la oposición ha desaparecido, y los grandes capitales se alinean a un presidencialismo absoluto que los usa para sus propio fines, y les garantiza ganancias económicas inmensas a cambio de un sometimiento total.
Pero lo que no es compatible incluso en regímenes autoritarios como el que se construye en el país desde el 2018, es la presencia de dos presidentes que se definen como aliados de un mismo proyecto, pero que no pueden compartir el trabajo diario de gobernar.
La designación de Rosario Piedra como presidenta de la CNDH y el alineamiento total de los senadores en torno suyo demostró, a pesar de los desmentidos, que el equilibrio en el poder se inclina todavía hacia el tabasqueño.
Los márgenes de maniobra de Claudia frente a su antecesor están realmente acotados por algunas figuras de su propio gabinete que le fueron impuestas, y también por los liderazgos de Monreal y Adán Augusto en diputados y senadores respectivamente. La presidenta no puede gobernar mientras ella cargue con todo el peso de la problemática cotidiana en lo económico y en el tema de seguridad, mientras el expresidente ejerce un control externo con la intención manifiesta de defender y fortalecer su posición de poder.
Con las tormentas que se avecinan después de la revisión negativa de la calidad de la deuda soberana mexicana por parte de Moody’s, y las amenazas directas del próximo mandatario de Estados Unidos Donald Trump, la presidenta no puede establecer una estrategia coherente mientras tiene a sus espaldas a un mentor que no está dispuesto a retirarse de la vida política, ni tampoco del ejercicio indirecto de un poder inmenso que no le pertenece, aunque crea lo contrario.
No puede existir esa dualidad en el manejo de la presidencia, a menos que se suponga erróneamente que el constructor de la 4T tiene el privilegio de conducir el llamado “segundo piso” a través de una persona a la que considera su propia extensión del mando.
El problema de Sheinbaum es el de tener que cargar con la responsabilidad de una eventual crisis social y económica, mientras AMLO disfruta de un mando ilegítimo que lo blinda de cualquier situación catastrófica que ocurra durante el mandato de Claudia. Y al menos que se tomen medidas eficaces para contrarrestar los problemas derivados de la quiebra de Pemex, el complicado tema de la deuda y las abiertas amenazas de Trump, la víctima de la debacle de la 4T será la presidenta y no el caudillo redentor.
Presidenta hay una, lo otro es es una perversión.